Mira que si te hubiera dicho lo de que la "y" es en referencia a los Byrds, ya habría hecho mi trabajo y me sacudiría la solapa, me pondría frente al espejo, me autodedicaría una sonrisa, se me hincharía el pecho que da gusto. Pero no, dejé que pasara el domingo. Me tomé un tiempo. Ahora, voy, y escribo. Y, porque soy tonto, repito lo de que The Long Ryders le cambiaron la vocal al jinete para que se emparentara con el pájaro.
Como mis lectores, los asiduos y los despistados, suelen saber de música mucho más que yo, no creo que haga falta repetir, pero yo lo hago, que The Long Ryders era una banda de los ochenta a la que se metió en el saco del Paisley Underground, aquella etiqueta que tenía más de cuadrilla de alterne que de categoría musical, donde entraban lo mismo The Bangles que Green on Red o True West. Las chicas de The Bangles alcanzaron fama y audiencia, la etiqueta estuvo siempre unida a la psicodelia y los grupos desaparecieron antes de que llegara a su final la década. Resumido. Eso sí, prácticamente todos regresaron del más allá y se dedicaron a revivir glorias pasadas, ya fuera a finales de la década siguiente o terminado el siglo XX. The Long Ryders no fueron ajenos a este patrón. Hace poco, le volvía a leer una entrevista a Sid Griffin, cantante y guitarrista del grupo, repitiendo aquello de que fueron en una época equivocada. Si te fijas, se les aprecian arrebatos psicodélicos que se quedan en breves conatos, pero, en realidad, su alt country con dos gotas de punk y un chorro de folk, no parecía encajar en un colectivo de bandas que lo único que parecían tener en común era la vecindad, la afición por la música, el hastío con las políticas y la América de Ronald Reagan y un impulso reaccionario contra la música y los peinados prevalecientes en aquellos años. No es poco tener en común, dicho sea de paso. De ahí venían The Long Ryders, aunque, físicamente, venían de California, de la ciudad de Los Ángeles, donde habían coincidido Sid Griffin, Stephen McCarthy, Tom Stevens y Greg Sowders; ninguno de ellos natural del estado dorado, por cierto.
Los cuatro miembros originales decidieron volver a reunirse (antes que Stevens estuvo brevemente Des Brewer) hace unos años. Después de sus ajetreadas vidas sin cabalgar juntos (les dio tiempo a casarse con Lucinda Williams, a sacarse una ingeniería informática, estrenar y finiquitar diversos proyectos musicales, mudarse de continente, a tocar con The Jayhawks o a escribir libros), decidieron regresar ya cambiados de siglo. Y, ahora, con motivo de la celebración de una nueva edición del WOP, el Walk on Project Festival, los The Long Ryders regresaban al escenario y se apuntaban a la cita en
Bilbao, dentro de una gira por España que les llevará (o les ha llevado
ya), además de por Bilbao, por Madrid, Valencia y León, donde
participaron en el Purple Weekend. Conviene recordar que el WOP es una más de las múltiples actividades que llevan a cabo dentro del proyecto solidario del mismo nombre, en busca de recaudar fondos, a través de actividades musicales, para la investigación de enfermedades neurodegenerativas "poco comunes". Por supuesto, el WOP no era solo Griffin, McCarthy, Stevens y Sowders. También aprovecharon el céntrico local de la sala BBK, el antiguo y emblemático Cine Gran Vía, para proponer los conciertos de The Fakeband y The Ugly Beats; estos últimos, llegados desde Austin, Texas, están acompañando a The Long Ryders en su gira. Y, claro, tampoco con esto se acababa la fiesta. En otro escenario, el Yimby de la calle Revilla, el Festival proponía otra serie de conciertos, con horarios más atrevidos, que incluían actuaciones como la del propio Sid Griffin (acaba de sacar disco en solitario) tocando en acústico, la banda oficial de Walk On Project, los Still River bilbaínos, dedicados a repasar la música de raíces norteamericanas o el curioso grupo Franela, una macrobanda reunida solo para homenajear a Neil Young y que cuenta, entre sus miembros, con músicos de bandas como Dinero, The Layabouts, o Toundra, además del productor Juande Dios o el periodista Ángel Carmona. Había más, pero con esto ya tenemos una idea del carácter y rango del festival.
Iba a decir lo de la "y" y he dicho eso y mucho más de lo que quería decir.
El caso es que nos apuntamos al sarao porque era casi obligatorio ver a The Long Ryders en directo antes de que el mp10 incluya una función virtual para producir un holograma de la banda que toca la canción. Llegamos (el plural no es mayestático, éramos dos) cuando The Ugly Beats pillaba carrerilla para despedirse. Nos dio tiempo a verles en directo cuatro canciones y superar la decepción de enterarnos de que no quedaba cerveza en la barra de afuera. Casi al mismo tiempo que nosotros llegaban muchos otros que parecían haber dispuesto de la tarde para ver solo a los de Sid Griffin. Entre el público, se veían los años y la cultura musical, mucha ropa de abrigo, músicos y ex músicos, ex baloncestistas, ninguna ex mía, ni de mi compañero, pero sí mujeres lo mismo que hombres que aguardaban con gusto que llegara el momento cumbre de la noche mientras el garaje sixties de los de Austin hacía la espera muy amena y sudorífica. No puedo decir mucho más que lo que ya he dicho y añadir que te daban ganas de celebrar una fiesta privada e invitar a estos cinco. No conocía a The Ugly Beats antes de entrar a la sala BBK y solo les he escuchado cuatro canciones sobre el escenario, pero me entraron ganas de cenar nuggets por la noche y estoy seguro de que, a partir de ahora, estos veteranos con espíritu rebelde y sobrexcitado estarán en la agenda.
La gente se lanzaba sobre la barra como los zombies de Dawn of the Dead sobre la pandilla de Sarah Polley. Habían traído cervezas y daba igual que aunque fueran nuevas no estuvieran frescas. Eso sí, volvimos fuera antes de que subieran los de California, y ya no quedaba ninguna. Cigarrito en la Gran Vía y de nuevo a la oscuridad porque subían cuatro tíos al escenario que andaban, cuando yo apenas tenía 6 años, montándola en sitios como el Anti Club de Los Ángeles. Y aparecieron pronto y un tanto encogidos; encabezados por un Sid Griffin, muy elegante para la ocasión, que parecía David Bradley haciendo de Abraham Setrakian en The Strain. Junto a él, un elegante y western Tom Stevens, un taciturno Stephen McCarthy con aspecto de profesor de matemáticas de secundaria soltero a pesar de estar en los cincuenta y Greg Sowders con unas gafas que pudo haberle prestado Steven Seagal. Se les veía talluditos, recogidos, muy serios y bien peripuestos; la primera impresión, ésa que te guardas dentro, muy dentro, que no te oiga nadie, fue la misma de siempre, la que murmuras cada vez que te metes en la máquina del tiempo: por qué te haces esto otra vez. Se hace complicado ver en directo a grupos que dieron lo mejor de sí hace veinte o treinta años.
El concierto se movió entre la quietud un tanto indiferente de los medios tiempos que repartieron por el repertorio y los ataques más vehementes, esas canciones que les acercaban al ímpetu más amotinado de los afectos a la música de raíces. Arrancaban las raíces de cuajo cuando cantaban canciones como una "Gunslinger Man" que dedicaron a un aficionado al Athletic Club de Bilbao y que quizás cantaron demasiado rápido. Aún no estaban entonados. Tom Stevens se esforzaba en sus partes vocales, Stephen McCarthy recordaba a Thurston Moore y Sid Griffin se mostraba comedido aunque soltara alguna perorata y enredara con un juguete sonoro que acabaría regalándole a alguien con hijos en la primera fila (no que los hijos estuvieran en primera fila, pero ella sí). Hubo que esperar a la segunda parte del concierto, con versión de un clásico de NRBQ incluida, para que ganara nervio la cosa. Poco a poco, la pujanza ganó electricidad, Griffin se soltó, en verbo y en puntería, lanzando ropa ajena al público, y se despidieron brevemente para volver y tocar un bis que cerraron con la esperada "Looking for Lewis & Clark". Griffin la tocó y cantó con desgana, sin pronunciar ni una sola palabra del estribillo, jugando con su guitarra y hasta mascando chicle que no lo hizo, pero bien podría haberlo hecho. Esperar a escuchar esa canción y recibirla con ese brío holgazán es una lástima. Entiendo que Griffin y compañía estén cansados y aburridos de tocarla o de que se reconozca a ésta y no a otras que tocaron con un empeño más arrebatado. Lo entiendo, pero no deja de decepcionar.
Y poco más hubo que contar en un concierto conciso y rápido, de riffs con más peso histórico que urgencia actual, un público moderado y expectante y un repaso acelerado a la carrera de una banda que, si como ellos mismos parecen aceptar, nació en el momento menos oportuno, ahora pueden encontrar su espacio en una época, ésta, en la que, precisamente, parece que lo hay para todo el mundo.
Cervezas, eso sí, no quedan.
No quedaban.
Por eso y por otras razones, salimos a caminar bajo la lluvia y nos volvimos para el barrio. Con una x menos en el libro de las promesas y otra lección arrinconada que ya recuperaremos cuando coincida con otras que le den sentido.
Lo dejé para el lunes y ya es martes. En la tele, tíos con aspecto de estar matriculados en un máster de economía aplicada, o algo así, están jugando al póker en una mesa de tapete azulado. O lo que realmente quería decir: es tarde de cojones. Y que la "y"... pues eso. Gudnayt.
Iba a decir lo de la "y" y he dicho eso y mucho más de lo que quería decir.
El caso es que nos apuntamos al sarao porque era casi obligatorio ver a The Long Ryders en directo antes de que el mp10 incluya una función virtual para producir un holograma de la banda que toca la canción. Llegamos (el plural no es mayestático, éramos dos) cuando The Ugly Beats pillaba carrerilla para despedirse. Nos dio tiempo a verles en directo cuatro canciones y superar la decepción de enterarnos de que no quedaba cerveza en la barra de afuera. Casi al mismo tiempo que nosotros llegaban muchos otros que parecían haber dispuesto de la tarde para ver solo a los de Sid Griffin. Entre el público, se veían los años y la cultura musical, mucha ropa de abrigo, músicos y ex músicos, ex baloncestistas, ninguna ex mía, ni de mi compañero, pero sí mujeres lo mismo que hombres que aguardaban con gusto que llegara el momento cumbre de la noche mientras el garaje sixties de los de Austin hacía la espera muy amena y sudorífica. No puedo decir mucho más que lo que ya he dicho y añadir que te daban ganas de celebrar una fiesta privada e invitar a estos cinco. No conocía a The Ugly Beats antes de entrar a la sala BBK y solo les he escuchado cuatro canciones sobre el escenario, pero me entraron ganas de cenar nuggets por la noche y estoy seguro de que, a partir de ahora, estos veteranos con espíritu rebelde y sobrexcitado estarán en la agenda.
La gente se lanzaba sobre la barra como los zombies de Dawn of the Dead sobre la pandilla de Sarah Polley. Habían traído cervezas y daba igual que aunque fueran nuevas no estuvieran frescas. Eso sí, volvimos fuera antes de que subieran los de California, y ya no quedaba ninguna. Cigarrito en la Gran Vía y de nuevo a la oscuridad porque subían cuatro tíos al escenario que andaban, cuando yo apenas tenía 6 años, montándola en sitios como el Anti Club de Los Ángeles. Y aparecieron pronto y un tanto encogidos; encabezados por un Sid Griffin, muy elegante para la ocasión, que parecía David Bradley haciendo de Abraham Setrakian en The Strain. Junto a él, un elegante y western Tom Stevens, un taciturno Stephen McCarthy con aspecto de profesor de matemáticas de secundaria soltero a pesar de estar en los cincuenta y Greg Sowders con unas gafas que pudo haberle prestado Steven Seagal. Se les veía talluditos, recogidos, muy serios y bien peripuestos; la primera impresión, ésa que te guardas dentro, muy dentro, que no te oiga nadie, fue la misma de siempre, la que murmuras cada vez que te metes en la máquina del tiempo: por qué te haces esto otra vez. Se hace complicado ver en directo a grupos que dieron lo mejor de sí hace veinte o treinta años.
El concierto se movió entre la quietud un tanto indiferente de los medios tiempos que repartieron por el repertorio y los ataques más vehementes, esas canciones que les acercaban al ímpetu más amotinado de los afectos a la música de raíces. Arrancaban las raíces de cuajo cuando cantaban canciones como una "Gunslinger Man" que dedicaron a un aficionado al Athletic Club de Bilbao y que quizás cantaron demasiado rápido. Aún no estaban entonados. Tom Stevens se esforzaba en sus partes vocales, Stephen McCarthy recordaba a Thurston Moore y Sid Griffin se mostraba comedido aunque soltara alguna perorata y enredara con un juguete sonoro que acabaría regalándole a alguien con hijos en la primera fila (no que los hijos estuvieran en primera fila, pero ella sí). Hubo que esperar a la segunda parte del concierto, con versión de un clásico de NRBQ incluida, para que ganara nervio la cosa. Poco a poco, la pujanza ganó electricidad, Griffin se soltó, en verbo y en puntería, lanzando ropa ajena al público, y se despidieron brevemente para volver y tocar un bis que cerraron con la esperada "Looking for Lewis & Clark". Griffin la tocó y cantó con desgana, sin pronunciar ni una sola palabra del estribillo, jugando con su guitarra y hasta mascando chicle que no lo hizo, pero bien podría haberlo hecho. Esperar a escuchar esa canción y recibirla con ese brío holgazán es una lástima. Entiendo que Griffin y compañía estén cansados y aburridos de tocarla o de que se reconozca a ésta y no a otras que tocaron con un empeño más arrebatado. Lo entiendo, pero no deja de decepcionar.
Y poco más hubo que contar en un concierto conciso y rápido, de riffs con más peso histórico que urgencia actual, un público moderado y expectante y un repaso acelerado a la carrera de una banda que, si como ellos mismos parecen aceptar, nació en el momento menos oportuno, ahora pueden encontrar su espacio en una época, ésta, en la que, precisamente, parece que lo hay para todo el mundo.
Cervezas, eso sí, no quedan.
No quedaban.
Por eso y por otras razones, salimos a caminar bajo la lluvia y nos volvimos para el barrio. Con una x menos en el libro de las promesas y otra lección arrinconada que ya recuperaremos cuando coincida con otras que le den sentido.
Lo dejé para el lunes y ya es martes. En la tele, tíos con aspecto de estar matriculados en un máster de economía aplicada, o algo así, están jugando al póker en una mesa de tapete azulado. O lo que realmente quería decir: es tarde de cojones. Y que la "y"... pues eso. Gudnayt.
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