Verborrea trágica

Es fácil soportarlo. Duele, pero puede que incluso un dolor de muelas duela más. Levantarte toda tu miserable vida a las cinco de la mañana para trabajar en el andamio y dedicar el resto del día a quitarle el adjetivo miserable al sustantivo vida, eso sí duele. Tiene que doler por más que lo mengüe el empeño. Por eso digo que es fácil soportarlo. 
Duele, pero se sobrelleva. Los conciertos van pasando y ya ni me asomo por el Tubo. Los Calavera andaban ayer rompiéndole el tímpano a la peña y yo agotado, acogotado en la esquina de una tasca, mirando la pantalla de un televisor y viendo correr a gente que solo me recordaban las corrientes oceánicas que andan templando las mareas de mi atormentada cabeza... viva el romanticismo más lacerante y complaciente. Lerele. También tocaba Bakelite en el Bilboloop y a mí me hacían glub los tragos de cerveza. De vez en cuando, abro la lista de conciertos de Bilbobolos y me flagelo con un gusto tan sadomaso que me doy asco. 
Se sobrelleva, aunque duela. 
La música en directo, en los bares y en los pueblos, en las terrazas y en los estadios, en las esquinas y en las plazas, de las fanfarrias y las orquestas, es una droga tan excitante y adictiva como el aroma de los rotuladores. También engancha escribir de ello, para que nos vamos a engañar. Algunas mañanas abro el blog, pincho ahí, entro aquí, y me digo di pero no tengo nada que decir. Agacho las orejas y vuelvo a la rutina, con la morfina en el bolsillo quedándoseme caduca. Qué cosas. 
Mientras tanto me hago promesas: los Long Ryders los veo como sea. Incluso me digo que es por obligaciones laborales, fíjate tú. Y no es mentira. Pero eso no os lo voy a contar, porque lo que se cuenta después se sabe y lo que se sabe después se cuenta, y cuenta a cuenta se hace un collar, y a mí no me gustan los abalorios. Con esto dicho, creo que no hay mucho más por decir. Pero mientras tanto, por supuesto, me meto chutes de música, canciones sueltas, revisiones estrambóticas, subidones instantáneos de válium musical. No he escuchado un disco entero desde que Atom Rhumba dijeron yo me vuelvo al pueblo. De verdad. Siempre me quedo a un track o a un tris de terminar el álbum entero y cada vez que lo pienso, pienso que eso es como tragarte El Señor de los anillos y cerrar el libro cuando llegan al fuego del Monte del Destino. Nuevamente: qué cosas. 
Tengo preparadas un par de entrevistas pero ni tiempo ni ganas para encontrarme con los afectados o afectadas. Tengo una crítica del último disco de Putakaska que está cogiendo más polvo que las baldas de la biblioteca de Alejandría. Podía haberos contado que conocí a Willy Vlautin, que me fui de fiesta académica con Toni Monserrat, que me presentaron a Josetxo Río Rojo, que le he echado el ojo a un lector de vinilo pero no me llega el sueldo para despilfarrarlo así. 
Sí, y después de todo esto, termino con el círculo: duele, pero se sobrelleva. 
Ya volverán las oscuras golondrinas o los golondrinos y tendré tiempo de escribir con sentido y poco gusto, el menor conocimiento y la justa mesura sobre lo que sea, con quién sea, de quién sea y cómo sea. Sea lo que sea. Mientras tanto, si podéis, ponedme los dientes largos, seguid quemando ortofones, sonotones, montones de botellines, mesas de merchandising, escenarios, plateas y pulcros púlpitos. Yo, cuando pueda, me subo al carro, en marcha, y mientras tanto, que duela, que lo soporto. 
Una canción, y me piro. 


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