Antes de salir, llega un whatsapp que dice: prepararos, las colas dan la vuelta a la estación. Pero ni nos inmutamos. A nuestro ritmo, callejeando, algún bostezo, repitiéndonos la letanía y, así, conversando apaciblemente sobre las subidas en la renta variable europea y el íbex 35, vamos bajando hacia la estación de Ansio.
Antes de y 35 ya estamos subidos en el autobús. Ni colas ni aglomeraciones. Aún hay gente que sube con tanto pertrecho que es difícil que se pongan derechos. Y eso que las tiendas de campaña de hoy en día se lanzan al aire y se montan solas. Hay quien bebe coronita, quien se curra sus cubatas de ron calientes, los que sacan cervezas de a 0'37 en el dia y, por supuesto, también tiene presencia la bebida de moda, el licor de yerbas de los cazadores de la Baja Sajonia, presente hasta en el traslado, porque luego, allí arriba, como si el recinto fuera, en realidad, la sede de una convención de aficionados a la actividad cinegética, estará por todos los lados.
Abandonados a kilómetro y medio, ponle, no sé calcular, de la entrada principal, subimos, como es costumbre bajar luego, las rampas de Kobetas mientras los muchachos y muchachas que se excitan con la música, van repitiendo los nombres de los grupos que quieren ver. A gritos. Para que todo el mundo participe del valor intrínseco que les proporciona tener tan buen gusto. Por democracia participativa, ganan Crystal Fighters y se quedan cerca Dorian, aunque queda la sensación de que a los de Barcelona se los mienta más que nada como disculpa para aguantar hasta las tres de la mañana.
Y así llegamos a lo alto de la colina donde el movimiento colorido de campistas y no campistas es tan animado, caótico y vertiginoso que da miedo, ¡portutakis! La ciudad desde lo alto parece que ha sido evacuada y a todos aquellos que no llegaban a los cincuenta, los han subido a la montaña y ahora nos clasifican en estos refugios patrocinados por una marca de cerveza que se ha propuesto salvar a la raza humana para después hacer publicidad con ello. Lo sé, perdí el hilo.
Pero con cosas como esta tenías que ir ocupando tu cabeza mientras hacías fuerzas para soportar la cola de las pulseras y no darte la vuelta y montar bronca con los cinco niñatos vestidos con el uniforme festivalero oficial, pantalón cortito, zapatillas de paño, niqui a franjas coloridas, barbita cuidada, tupé ondulado y gafas reibán, que se habían pasado los últimos dos meses aprovechando los descansos entre que estudiaban matemáticas para la economía y sociología jurídica, para aprenderse de memoria el himno o lo que fuera del River Plate y poder cantarlo así, en mi oreja, con una voz profunda que por imitada parecía de ultratumba. Me he quedado a gusto, pero era así: las inmediaciones de la entrada principal parecían un botellón antes de entrar a la fiesta para pagar el viaje de estudios a los de la enésima generación de estudiantes de empresariales.
Y aún no he hablado de música, cierto, pero es que ése es el regusto que empieza a dejar el Bilbao BBK Live: que tampoco es que lo de la música importe mucho. Por supuesto, si 40.000 personas se reúnen para ver en directo a Franz Ferdinand, hacer comentarios generalistas te queda gratuito y lamentable, pero no se puede evitar que te embargue no la emoción pero sí la amargura de sentirte como en un FIB de los de la época final de los hermanos Morán, donde había tanta o más actividad alrededor de los escenarios que frente a los mismos. Y eso empieza a ocurrir en las campas de Kobetas, donde parece que hay más gente de fiesta que de festival, lo que tampoco está mal. Bastante clasista y cargante estoy sonando ya, como para que ahora parezca el líder del movimiento antialcohólico. Dicho todo esto que suena a abuelo cebolleta al que le harías tragarse una empanada repleta de las más picantes para ver si se calla, acabo diciendo que los que suben es porque quieren y que, si no quieres, lo veas desde Santa Águeda, que desde allí no salpica.
Música, sí.
Pues llegamos cuando John Newman, al que no conocía, vaya por delante, se ponía espitoso con su éxito Love Me Again, que sí había oído, por supuesto. Aún no habíamos llegado al hoyo del primer escenario, cuando se escucharon los primeros acordes, y hubo gente que salió corriendo como corre el hierro al imán. Nos quedamos en una esquina a ver terminar a un pelín exagerado John Newman, arrodillado y con una sudada que no le despeinó el tupé.
Ya reunidos con el tercero en discordia, tocaba cerveza en vaso de plástico de a litro, y una esquina recogida para ver por tercera vez a Vetusta Morla en Kobetamendi. Antes que éstas, estuvimos recordando cómo les vimos una primera vez en el Kafe Antzokia de Bilbao, cuando a los de Tres Cantos aún no les había llegado el tiempo de salir hasta en los noticieros de la sobremesa. Pero volviendo al escenario verde, la tercera de Vetusta Morla en el festival bilbaíno, nos dejó como te deja el notable en inglés de segundo de la eso de un alumno que sabes que nació de padres anglófonos y que marcha todos los agostos a la pérfida para visitar a granpa y granma. Sonaron correctos, efusivos en el bloque final, afanados con las percusiones, como siempre, con un Pucho más suelto y dicharachero, con ganas de reflejar el ánimo insurrecto y vindicativo de su último disco, con cuyas canciones abrieron en línea recta toda la primera parte del concierto. Había mucha gente, mucha juventud en primera línea, y se cantaron con ganas hasta las más viejas, lo que habla con certeza del camino que ha ido recorriendo este grupo y los frutos que ahora recogen.
De Tres Cantos a Glasgow sin necesidad de puente áreo. Los siguientes eran el plato fuerte de la jornada, un grupo, los Franz Ferdinand, que celebraban, aunque nadie parecía recordarlo, que han pasado ya diez años desde que en febrero de 2004 publicaron el disco homónimo, su primero, que con dardos como "Michael", "This Fire", "The Dark of the Matinee" o, por supuesto, "Take Me Out" se convirtieron en los abanderados del enésimo movimiento revisionista del legado musical británico, esta vez, con un aire de post punk con más post que punk que usaba guitarras puntiagudas a lo Andy Gill o los Josef K. Y eso es lo que hubo anoche en Bilbao, la confirmación de que han pasado diez años desde la grabación de "Take Me Out" y que parece que se quedó en eso, en un himno repentino y temporal: diversión y representación de dos o tres generaciones que convergían en aquellos comienzos del siglo XXI, pero no ahora. De hecho, me dio la sensación, al menos por mi lado, que se bailó más el "Love Illumination" que un "Take Me Out" que nosotros tres cantamos en plan verbenero mientras la gente más joven que nos abrigaba se limitaba a tararear en ese inglés de Aranjuez que tan bien sabemos balbucir los no nativos. Cuando nos reunimos para debatir la nota final, convenimos que habían sonado un tanto desinflados, sin la urgencia de diez años atrás, cuando les vimos por primera vez, precisamente en Benicassim, y bien fuera por el calor o por lo reciente de los bollos, sudamos tanto que transpirábamos corcheas. Aún así, Alex Kapranos y los suyos merecen un respeto por insistir en una fórmula que bordan con eficiencia y resolución, otra cosa es que cada vez que te pones a componer, te salga un hit. A veces, ni depende de ti, solo depende de quienes compran los discos y, en este caso, botan frente al escenario.
Lo siguiente fue cenar.
Y empezó a llover fuerte.
Y salieron Phoenix a los que voy a resumir rápidamente: dos canciones desde el fondo y media vuelta. No se entienda como una crítica, entiéndase como un defecto de fábrica. Escuché atentamente los dos primeros discos de Phoenix, y llegué incluso hasta el It's Never Been Like That donde canciones como "Lost and Found", "Consolation Prizes" o "Long Distance Call" me acompañaron durante un buen rato, hasta que las sobé tanto que perdieron todo el pelo. Pero de ahí ya no he pasado. Y mis compañeros de festival, lo mismo o menos, así que decidimos movernos.
Nos fuimos hasta el tercer escenario, el resultón Sony, donde tocaban The Last Internationale y yo insistí en acercarnos porque necesitaba un chute de rock and roll. Quizás en otro lugar y en otro momento, los de New York me hubieran pasado desapercibidos, pero entre tanto pospan y niuweiv, Delila Paz y los suyos sonaban a maná caído del cielo. Rock and roll con actitud y velocidad punk, con guitarras al toque blues y batería aporreada, qué ganas tenía. Además, se merece mucha atención, y probablemente una entrada posterior, un grupo que titula a su disco Life, Liberty, and The Pursuit of Indian Blood.
Y, cabe decir también, que al ir a verlos nos encontramos con que había más oferta comercial en un costado de este escenario y, entre la variada oferta, allí que aparecen, en uno de esos coquetos chiringuitos, la crème de la crème, tres insignes perturbadores del mundo musical barakaldés, en diferentes afinaciones y versiones, regentando un local donde la gente desorientada entraba a comprarse sudaderas para evitar el frío, sin darse cuenta que se las llevaban de diseño exclusivo. Si veis a peña con unas curiosas chapas que hacen coña de los estribillos de los Ramones, es porque han estado por allí, así que dejaros llevar por la curiosidad, y acercaros a ver como el mundo de la navegación y el del diseño se unen por obra y gracia de uno que permanecerá, por los días de los días, como el culpable de uno de los resacones más musicales y desfasados de los últimos tiempos. Por cierto, para este capitán Haddock del Nervión, en menos de lo que tarda una trainera en trazar la ciaboga, le tocará celebrar uno de los días más importantes de su vida, como se suele decir, así que felicidades por adelantado tanto a él como a ella.
Y con esta nota de color rosa y un tanto desafinada, termino mi crónica porque a los Crystal Fighters ni los vimos y, como era de esperar, a Dorian ni los olimos. Hoy más y quizás mejor, aunque lo más desafortunado es que me perderé el comienzo de la oferta musical alternativa de las fiestas del pueblo, y mira que lo voy a hacer con remordimiento y con aflicción. Espero contar con colaboradores accidentales que nos expliquen cómo fue la cosa. Y, por último, si queréis leer, mejor y con más propiedad, cómo fue la cosa en el primer día de festival, leed crónicas mucho más corregidas, depuradas y afiladas que ésta. Yo os recomiendo que, si estais interesado, visitéis la web de bi fm y sigais el trabajo del enviado especial Raúl Luceño y sus compañeros: crónica bifm.
Dicho y espero que hecho y lo dejo aquí que ya me canso yo hasta de escucharme escribir.
Dicho y espero que hecho y lo dejo aquí que ya me canso yo hasta de escucharme escribir.
By the way, lo de crónicas express va porque pocos grupos fueron los que vi y de ellos solo hablo. By the way Two, la foto la he sacado de la red de redes y no sé si corresponde a este año pero pertenece a la web stereoboard.com. By the way Three, la frase del subtítulo no es mía y pertenece a la que me acompaña que buscaba resumir con ella las sensaciones generales que tuvo ayer. Me invita y yo acepto, así que la uso, y me ausento.
Comentarios