... como para ir a buscar una aguja. A lo que iba, que me dejo de análisis amarillistas, comentarios que pretenden ser graciosos y autoflagelaciones multicolores. Hoy vamos a lo que vamos: repaso al grano de mi experiencia musical en el pajar del BBK.
Conor Oberst. Hubo una vez que estuve sentado al lado de él. Frecuentábamos la misma librería. Desde entonces, el niño de los ojos brillantes se convirtió en ciudadano de mi república independiente del ruido. Así llegó la ocasión de verle la primera vez, en el Azkena de hace un par de años. Un concierto que recuerdo lento, rectilíneo y un tanto decepcionante. Por eso, ayer, mientras escuchábamos a Frank Turner y sus Sleeping Souls tocar folk con arrebatos punk-rock, y no dejábamos de caminar hacia el escenario Sony, no las tenía yo todas conmigo. Razón principal por la que la sorpresa y la satisfacción fue mayor. Superado el susto de verle en el escenario con ese aspecto a medio camino entre un cuáquero de funeral y el famoso luchador ya retirado The Undertaker, Oberst se ganó al respetable, no mucho y más bien joven, con una demostración de electricidad, medios tiempos para compensar, rabia de la que ya tenía cuando era un niño prodigio y country del que engancha a Willie Nelson con Jason Ringenberg y más allá. Y lo consiguió porque parece que ha recuperado una vieja y destartalada guitarra acústica, porque rebusca en sus entrañas para rasgarla, y porque estuvo perfectamente acompañado con una banda de lujo, los Dawes que tocaron justo antes (por cierto, dicen que muy bien tocado además). Regaló un "First Day of My Life" que con una bebida caliente y viendo llover por la ventana queda que ni niquelada. Supongo que fue un concierto para simpatizantes. Y también para recuperarlos.
Bastille. Prácticamente, el concierto entero me vi. Te contaré que al cantante le dieron una baqueta como al niño del anuncio le daban un palo y se puso a jugar a percusionistas. Digo yo que no está mal si te gusta la electrónica entendida como un desarrollo del pop que invita al baile, a la comunión y a comprar en centros comerciales.
Jack Johnson. El apocalipsis de la generación Primark. ¡Qué coño era aquello! Te venían por todos los lados, se subían a los contáiners que hacen las veces de baños mientras un operario bastante tenía con hacer de chispas como para ponerse a lanzar guiris al vacío. Nos tuvimos que poner atrás del todo para salvaguardar nuestra condición generacional y ver al de Hawaii comenzar el concierto sosegado, sin prisas y con las melodías de su guitarra alfombrando un escenario que podría haber sido el diseño de una nueva tienda Springfield.
Izal. Así que mi compañero tuvo una idea muy lúcida: vamos al otro a ver a Izal que está todo el mundo aquí y allí vamos a estar más tranquilos. Como diría uno que yo me sé: ¡los cojones! El escenario Sony parecía uno de esos bocatas que se curra David de Jorge en los que se vierte todo el picado por los bordes. La gente se salía por las costuras del escenario y los que estaban dentro daban más botes que los de Dixan. Hasta atrás, donde nos pusimos mullidos sobre la paja, la gente botaba, tarareaba, gritaba con algarabía, subía los brazos como apuntando al cielo. Hasta mi compañero lo hacía. Y yo allí, preguntándome qué demonios significaba Izal. Los madrileños tienen canciones efectivas para electrificar sneakers y facilitar la salmodia. Le ponen ese tono épico como unos Vetusta Morla con más nervio, algún deje a las guitarras de Brian May, y pasan por la turmix de su toque personal toda la efervescencia musical más aparente en estos tiempos modernos de canadienses excéntricos e ingleses que tocan el banjo. Además, Mikel Izal parece un tío majo, sobre todo, en el escenario. Serán probablemente uno de los triunfadores del festival por aclamación popular.
Foster the People. Creo que no les había visto nunca, pero como si les hubiera visto cientos de veces. Dejaron lo más reluciente para el final, justo cuando volvíamos de cenar.
The Prodigy. Abrieron con "Breathe" lo que resultó efectivo para que la gente (parecía que menos que en Bastille) se tragara el anzuelo y se unieran a la rave donde los años no pasan en balde pero el balde tiene un agujero por donde se escapa todo el sentido común más represivo. Era la primera vez que veía a Keith Flint y me alegré de verlo de lejos. Sigue dando miedo, igual que en el vídeo de "Firestarter", que también debieron cantar, pero yo ya no estaba. Nos quedamos un puñado de ellas, las justas para que nos sajaran los tímpanos con esas sinfonías industriales tan cinemáticas y, a pesar del tiempo, distópicas aún.
Ticas, picas y ases. Ya está. Eso es lo que vi y se acabó. La idea era llegar a ver a El Columpio Asesino y descubrir quiénes eran unos Palma Violets que, después, en el letargo amodorrado de esta mañana, me he dado cuenta de que sí sabía quiénes eran. Pero ninguna de las dos ideas se hizo cuerpo. Nuestros cuerpos dijeron basta y cogimos la cuesta abajo. No éramos los únicos. Ayer nadie podía ser único en Kobetas. Fueras donde fueras, siempre eras tú, tus circunstancias y tres docenas de personas igual de subjetivizadas que tú. Más guapos todos que tú, también, pero sujetos falibles y mortales, igual que tú. Y tú. Y solamante tú. Igualito que Dan Smith.
Hoy más, y yo creo que va a ser mejor. Después, nos dejaremos de paisajes panorámicos y regresaremos a nuestras raíces, a los bares sudorosos con bandas de local de ensayo y camareros que pinchan discos añejos y hechizantes. De donde nunca debimos salir, lo sé, pero la cabra tira pa'l monte y, a veces, aunque parezca mentira, se despeña. La peña ayer, por cierto, pudo disfrutar del comienzo de fiestas con Roo Ray y Janire en el Cuervo y tras la fatídica baja de Viva Bazooka, los congrios agónicos en el Tubo. Yo no estuve, lo lamento, y también hoy me perderé a Lomoken Hoboken y a Boogie Riders. Si consigo que alguien me cuente más, os lo chivo. Mientras tanto, lo dicho, el chivo vuelve hoy a subir al cerro y cierro el ordenador que ya es hora de callarse.
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