Un zombie en el garaje



El frío hace que me confunda de llaves. Si pudiera, abría la puerta del garaje con la punta helada de mi nariz, aguzada como una ganzua. Apenas quedan coches dentro y el mío se ve viejo y polvoriento. Todo más fúnebre aún: en un deprimente garaje bien iluminado pero prácticamente vacío, mi coche destartalado parece que se encorva y agacha la mirada, acoquinado entre dos relucientes monovolúmenes que le hacen sentirse (no tengo otra cosa mejor que hacer que imaginarme todo esto) como un cincuentón vestido con ropa adolescente que acaba de darse cuenta de lo patético que resulta sujetar el cubata mientras su joven novia tontea con una línea de dientes perfecta que destella con las luces de la pista de baile.

Abro la puerta, y la de atrás. Meto dentro la mochila. El paragüas (llevas paragüas, me siento tonto, viejo). Saco la cartera, me dejo la bufanda puesta (llevas bufanda, me siento tonto, viejo). Cierro la puerta, la de atrás. Abro la delantera y me derrumbo en el asiento. Pongo las manos sobre el volante y me quedo mirándole el culo a un porsche cayenne de curvas despampanantes. Huele al barniz de tabaco, a los viajes encerrado con la calefacción tostando el polvo. Me dan ganas de echarme a llorar, aunque no os diré las razones. Para evitarlo, abro la puerta otra vez y salgo fuera. Y camino de vuelta lo que ya había recorrido antes, dejando en el rincón a los pocos coches que quedan cobijados aquí abajo. Salgo fuera, me escondo en el descansillo de las escaleras y me enciendo un cigarro. Por un hueco, veo el cielo, oscuro como el barullo en mi cabeza, sin una sola estrella. Se oyen las voces estridentes de gente que es feliz mientras camina por la calle. Y yo fumo, mientras rumio mi amargura y mi cansancio.

No os voy a dar los detalles, pero tengo la conciencia que parece los campos de Pelennor. Hay ruido de sables, dos ejércitos más poderosos que el de Mordor y el de Gondor se enfrentan sin piedad. La oscuridad parece que va a ganar, y el cigarro se consume. El frío acaba de decidir por mí: mejor dentro que fuera.

Vuelvo al interior. Llego al coche. Me siento. Intento convencerme, animarme. Todos habéis hecho esto antes, no me jodas, aunque luego no lo escribas en un blog que dice que es de música: hablas contigo mismo, te azuzas, joder, levanta la cabeza, ostias, échale huevos. Llevo echándole huevos tanto tiempo que las tortillas me quedan crudas por dentro. Pero odio darme lástima, odio lamentarme, odio que mi puta vida gire en torno a mis putas desgracias: has aprendido una lección, nunca puedes caminar por este mundo y salir limpio, impoluto. Todos somos falibles, cometemos errores, ¡sé una mujer!, levanta la cabeza, apechuga (rebozada), acéptate, aprende, y sigue luchando junto a Aragorn.

No me lo creo, pero quiero creérmelo.

Así que arranco el coche dispuesto a que el encendido arranque el motor y que, de paso, avive mi oxidado circuito de energía positiva . Y lo hace. Porque el motor tose y se sostiene y, al mismo tiempo, se enciende la radio, y apenas distingo la voz de Diego RJ que acaba de hablar, cuando empieza a sonar una canción que actúa tan rápido como el veneno de la mamba negra: música. Mierda, es como si me estuviera aplicando elektrotxoks. Un subidón instantáneo, casi inevitable. La cabeza se me alivia, se vacía, y solo atiende al ritmo alucinante. Por unos segundos, fuera no hiela, dentro el infierno es acogedor y demente. Dulce y renovador. 

Eso sí, se acaba enseguida, como viene se va; se esfuma la efervescencia, igual que se acaba por hundir la espuma de una cerveza. Pero ya me han resuelto el viaje. Aparecieron como si fueran los Dúnedain del Norte y ganaron la batalla, aunque tanta referencia nerd al Señor de los Anillos pueda estar jodiendo esta entrada.

La canción redentora fue "Feo" de Ukelele Zombies. Me habían hablado de ellos antes, pero aún no les había escuchado. Tres "jovenzuelos", como dijo Diego RJ, que, desde Valencia, hacen garaje del de guitarras negras con espíritu rockero, un batería que vocifera como si estuviera exorcizando sus demonios punkarras, y un bajo de los que sostienen el edificio a prueba de terremotos. Canciones repentinas, ansiosas, llenas de un humor irónico y jovial, casi que tierno, directas a la yugular, expresión que hasta ahora no había utilizado nunca. Un ardor súbito que reproduce lo mejor de la música sin aditivos, apremiante y espontánea, primitiva y fulgurante. ¿El mejor ejemplo? Seguro que si leen esto, se parten la caja (y hasta el bombo): ¿apremiante?, ¿fulgurante?, ¿jovial? No me jodas. 

"Feo" no está en el youtube, al parecer, es el adelanto de lo que será su primer disco. En el cajón de sastre del yutuf, hay más material, con mejor y peor sonido, en directo y en estudio, con camiseta y sin camiseta, incluso hay excursiones urbanas, making-offs, algún vídeo surrealista y, si no me equivoco (que seguro que lo hago), un vídeo en directo de sus magníficos compatriotas Wau y los Arggghs a todo pistón, volviendo locos a una masa juvenil entre la que me ha parecido ver a uno de los zombies del Ukelele. Entre todos esos vídeos, voy a pillar un par de ellos, quizás no los mejores ejemplos, pero es mejor que, si os interesa, os preocupéis vosotros de encontrar el material. El primero, porque parece una mezcla entre una toma desechada de Barrio y una fiesta de fin de curso en el patio del instituto, pero si alguien tiene el talento para oír entre acoples, sabe que ahí hay talento. Otro, en la sala Wah Wah de Valencia. ¡Y!, al final, un tercero, en el que sí tocan "Feo", al parecer, en una facultad de Bellas Artes.





Pongo los vídeos y lo dejo. Si os preguntáis qué fue del lamentable tío que se ponía moñas y plañidero en un garaje semivacío, no perdáis el tiempo. Al fin y al cabo, mala yerba nunca muere, y, encima, no se la pueden fumar los de Bellas Artes (si has visto el vídeo, lo pillas).

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