Aparcar, siempre acabas aparcando, aunque sea casi en Iurreta, pero siempre que vamos a Durango, terminamos conociéndole los intestinos al estómago urbano de esa ciudad. También es cierto, siempre que pisamos la noble villa es porque seguimos a la muchedumbre: ya sea por la Azoka o, como ayer, porque el recinto de Landako se vestía de gala para acoger el festival Deaffest.
No sé qué opinarán los autóctonos, pero algunos visitantes, como el que firma esto, tienen envidia de esa explanada donde se concentran el Plateruena, una aparentemente moderna y enorme sala de conferencias y el gigantesco pabellón donde, ayer, nos vimos en directo a Crisis, Porco Bravo y Willis Drummond. No nos dió para más. Íbamos para ver a los dos últimos, nos salió a 6'5 euros el concierto; más una tira de diez euros en pegatinas intercambiables por refrescos, con lo que el bagaje es más que positivo.
El Deaffest era mucho más, y seguro que hubo gente que os podrá dar una visión más general y detallada de lo que supuso el festival. Un festival, por cierto, que parecía el Lezama de la música, porque la juventud del público invita a alegorías sobre canteranos disfrutando de las lecciones musicales. Quién sabe, quizás a mi vera alguien tomara ayer buena nota de lo que se puede hacer sobre un escenario, y, en el futuro, nos salen del Duranguesado lo mismo futbolistas, que montañeros, que músicos de rock and roll.
Nosotros, llegamos a eso de las siete, nos fuimos a eso de las diez y media, y, en el intervalo, nos quedó la sensación de que el festival, dentro de su humildad, cuenta con argumentos de sobra para perpetuarse. Seguro que hay cosas que mejorar y gente más adecuada para hacer los comentarios y proponer las críticas, pero espero que haya un próximo año para hacer comparaciones. También, por supuesto, habrá que intentar animar a más gente, porque había calvas en el césped y, al fondo, un bosque completamente talado.
Yo... Bueno, iba a decir que solo hablo de lo que conozco, pero entonces debería ponerme un bozal, así que diré que solo hablo de lo que veo, y ayer vimos solo dos conciertos. A los Crisis les vimos a trozos y desde el fondo. A mí me parecieron buenos, en todo: las guitarras contundentes, los meneos capilares, la batería que parece estar bombardeando territorio hostil. Pero, como digo, les vimos poco y el estilo de música que facturan, lamentablemente, lo dejé atrás, mea culpa, cuando empezó a caérseme el pelo, que fue hace mucho tiempo, sí, mucho tiempo, joder.
A los que vimos de pé a pá, bonita expresión, fue a los otros dos.
Porco Bravo se despedía ayer de la eterna gira de presentación de su último disco, que les ha llevado a gruñir por gran parte de la península. Ya hemos dado buena cuenta aquí de muchos de ellos, y creo que estuvimos en el primero, así que procedía estar en el último y cerrar el círculo. No creo que haberlos visto tantas veces me dé potestad para hacer juicios de valor, pero como uno es un inconsciente, diré que ayer les encontré un tanto más deslabazados de lo normal, menos ajustados. Lo cojonudo es que aún así, con media mano dormida, las rodillas ensangrentadas, la guitarra del Pulpo demediada (eso no era cosa de Pulpo, si no de la acústica del recinto) y lo que sea que suceda, el repertorio, con todo el poso de esta gira, y el callo que le han pillado al tablao, da para ganar el partido aunque no jueguen bien. Y, más allá de los pogos imberbes de la primera fila, las caras de asombro de niños muy niños y padres muy asustados de la sorpresa que se llevaron más de uno que no los había visto hasta entonces, volvieron a repetir que son algo más que tablas de surf, bengalas y peroratas sobre broncas vecinales.
Ayer la batería de Puro d'Oliva sonaba más refinada que virgen, por jugar con lo del aceite, y el solo de Asier al borde del precipicio quedó para la foto y para el recuerdo. Supongo que, con el paso del tiempo, con el nuevo disco, y con el trasiego, ganaremos la perspectiva para medir mejor lo que suponen las canciones de este disco que empieza a pedir un hueco en las baldas para dejar paso al siguiente, pero alguna, como "Eléctrica actitud", ya la canten sobre tierra firme o sobre el oleaje, se ha convertido en un "jit" con vida propia, una de esas canciones que crece casi que por inercia, sin que los propios músicos se den cuenta.
Ya se me ha visto el plumero tantas veces que parezco un pavo real sacando su abanico policromado, pero lo que yo escriba se funde como el queso en un sándwich mixto. Ya puedo yo ponerme a inventarme metáforas redundantes que lo que realmente demuestra el ascendente y la solidez que ha conseguido este grupo se trasluce en los gestos de la peña cuando los ve sobre el escenario: a alguno ayer le brillaban los ojos y no era solo por el alcohol. Y tampoco era solo por el andamiaje si no por lo que sostiene: estribillos, riffs tajantes, una base rítmica de hormigón armado. Dicho con rima: rock and roll del puro y duro, del que muchos quieren hacer pero no pueden, con toda su parafernalia bien exprimida y con el fondo musical como carburante, porque sin gasolina no tira el coche para adelante. Lo sé, me podía haber ahorrado esa última rima consonante. Pero es que lo de estos es un bólido que hace arder el combustible: si no fuera porque seguro que me equivoco, esta última frase me quedaría de puta madre, porque creo que, ayer, lo que se grapó y se quemó Manu en el pecho era un periódico hablando de Fernando Alonso. Y si no era de coches, era de motos. Y si no, me equivoco.
Por cierto, un sugus (o una caja de sugus, la verdad), aunque él ni se enteraría, para la puntería del cantante porco, quien cogió al vuelo un katxi retornable que alguien le lanzó desde el público, se lo colocó para chutar, y le soltó un puntapié tan bien pegado que el katxi le cayó en las manos de vuelta al mismo tío que lo lanzó. El chaval flipaba y se puso a botar con el vaso en las manos como si fuera el Santo Grial.
Así, terminado, nos salimos todos (y cuando digo todos es que prácticamente solo quedaron dentro los que atendían la barra) a disfrutar del aire fresco que bajaba de las montañas, aunque también llegara el aroma de la papelera. Mientras tanto, el que sí se quedaba dentro, animando los intervalos, era Elvis Caino, haciendo de dj con su maleta de vinilos y con un buen gusto que le daba aún más gracia al evento. Juro que apenas le conocía de ser un asiduo a los conciertos de Atom Rhumba y que no conocía su faceta de pinchadiscos, y pido perdón: un buen acierto de los organizadores.
Volvimos a entrar dentro para ver a los Willis Drummond que para eso habíamos venido. Si aún no los has visto, no pierdas la oportunidad. Reconozco que los descubrí hace unos cuantos años gracias a Gorka Urbizu, cantante de Berri Txarrak, al que en una entrevista le leí que eran el mejor grupo en directo de Euskal Herria. Me fui al youtube, escribí el nombre del grupo y me encontré con el ya legendario vídeo de "Pierrot Lunar" que me recordaba al "Waiting Room" de Fugazi. Precisamente anoche, cerraron su concierto con esta canción que, si existiera eso, debería estar en todas las enciclopedias sobre el rock and roll vasco. Una canción redonda, hipnótica y sugestiva que le puso el broche de oro a un concierto rotundo, como todos los de los vascofranceses, ya los veas en las txoznas de fiestas de Bilbao, como los vi yo la primera vez, o en el histórico Psylocibenea de Hondarribia donde grabaron un directo y yo no los vi. Fugazi es uno de los nombres que les viene a todo el mundo cuando los ve en directo, y otros muchos que demuestran lo difícil que es etiquetar a estos tíos, ya lo intentes con el indie, con los posts (punk, rock, hardcore, garage lo que quieras) o con el rock & roll a secas. Te pueden recordar a lo mejor de la tradicción hardcore melódica (y no tan melódica) de la tierra, a los Lisabö, a Pearl Jam, a AC/DC, a Kortatu y a lo que se te pase por la cabeza, pero a lo que más suenan es a Willis Drummond, con un bajo cautivador con melodías oscuras y mucha presencia a lo Girls Against Boys, con un guitarrista en la esquina contraria que pasa de los riffs más metálicos a los más armónicos, un cantante que saca monedas de oro de los acordes, que baila mejor que Alex Kapranos y que, a trío con los otros dos, pasan de los gritos más atávicos, a los tonos de martillo hidráulico y a las piezas vocales más cadenciosas, y, por último, un batería que empieza tocando con una sola mano, mientras en la otra sacude unas maracas, y termina el concierto aporreando los parches como si en lugar de nicotina fueran de lisérgida.
Si por mí fuera, que me pirro por las canciones de tres minutos, les recortaba a las suyas uno, pero, entonces, igual que contaba Mikel Laboa con los pájaros de por medio, probablemente ya no serían ellos, y entonces no podría vivir con la culpa. Llevan más conciertos en estos años que Leo Messi goles en todas las competiciones, así que como les pasa a los Porco con las suyas, tienen las canciones de "A ala B" y de "Istanteak" y del resto de sus discos que las vuelves piezas y te sale un puzzle perfecto con un paisaje del litoral de Iparralde. Ale. Son enormes. Y lo digo en dos palabras: e-normes.
Después de ellos debieron venir más. Me encontré con un viejo amigo que había ido para ver en directo a Non Servium, y allí había acólitos de Berri Txarrak como para montar una fotografía de Spencer Tunick, así que la noche debió de ser larga, pero nosotros nos fuimos. Nos fuimos andando hasta la gasolinera, nos montamos en nuestro coche que dejó un hueco que se ocupó antes de que pudiera terminar las maniobras y nos volvimos por la AP-8 mientras escuchábamos a AC/DC, a Alabama Shakes, a Delorean. Ya ves, un poquito de todo, que de todo había en la viña del tipo al que se cargaron los Porco Bravo a sangre fría. Un poquito de todo tuvo la noche de ayer, así que darle las gracias a los tíos que se montaron el DeafFest y ojalá que el año que viene se repitan los problemas para aparcar en Durango.
Y como no puedo resistirme, cierro con "Pierrot Lunar" y nos sentamos a esperar la próxima oportunidad de verlos en directo... y las nuevas y relucientes canciones de los Porco Bravo. Mientras esperamos, lo dicho, ahí va:
Comentarios