Ayer hablé tanto con tanta gente de los dos conciertos que vi (lo he hecho hasta esta mañana vía wasap o como se escriba, que me estoy modernizando) que no me quedan muchas ganas de escribir sobre ello, pero son las 11:54 de la mañana y aunque luce el sol ahí fuera son pocas las ganas que me quedan de aprovechar la luz diurna, así que me he sentado en la cocina, he encendido el ordenador y me apresto a hacer recuento por aquello de que así llega antes la hora de la siesta.
Como he dicho, dos conciertos. Uno, sin cenar, a las ocho de la noche en la sala Edaska. Ayer tocaban tres grupos en el sótano de la calle San Juan. Solo vimos entero a uno y unas pocas canciones del segundo. Estos últimos se llamaban Rojo Nieve. Los vimos por curiosidad apostados en un lateral, pero tenían una buena representación de fans y familiares para acompañarles, así que, al final, optamos por participar de las fiestas populares en la vía pública. Al fin y al cabo, si madrugamos, aunque ya estuviera anocheciendo, fue solo para ver a los Rumble Fish, un quintento de pedigrí autóctono que le pegan a los solos de saxofón y al rock con humor, descaro y algo de teatro. Me contaron que hicieron una actuación más discreta de lo habitual. Tocaron algo menos de una hora y terminaron con fanfarria de confetti que necesitó de la colaboración de alguna voluntaria esforzada y sonriente. Los Rumble Fish tienen solfeo y currículo y brío y actitud, quizás les falta alguna canción redonda. El batería se gastaba una drumworkshop con más platos que los que tengo yo en mi vajilla, aunque luego me contaron que no era la suya. La voz de Joana recuerda a Aurora Beltrán cuando canta en castellano por su gravedad y por las inflexiones, pero cuando canta en inglés parece Patti Smith metiendo los dedos en un enchufe. Tiene carisma y oficio. Me gustó especialmente el bajo quien, además de llevar el ritmo, puntea como un guitarrista y suena lo mismo oscuro, que jamaicano. Cuando le ponen picante y provocación suenan mejor, y caló especialmente la que supuestamente era lenta. Tocó las pelotas que la gente hablara más que viera, como suele ocurrir habitualmente en ciertas salas, y que incluso siguieran hablando cuando la cantante les gritaba ¡miradme, coño! Toca las pelotas aún más que muchos fueran compañeros de gremio.
Aún era de día cuando salimos de allí, aunque el cielo tenía ese aspecto amenazador pero hermoso que anuncia tormenta. Le salieron mechas escarlatas que parecían venas hinchadas al relieve de un fondo del color del caucho, pero no hubo tormenta más allá de la eléctrica que provocó Josu Distorsión. Los Distorsión!!! Porque ese fue el segundo concierto del día, al que nos aproximamos tarde, perdiéndonos a los teloneros NPI, pero llegando ya cenados gracias a la chorizada y morcillada gratuita que organizaba el local que petaron el pasado fin de semana los Putakaska.
No sé muy bien por dónde empezar porque no me voy a poner a hacer algo bien trabado y sin el caos que requiere una crónica punk. Esta mañana he usado en el wasap el mismo chiste que utilicé anoche cuando comentaba el concierto con uno de los antiguos Wild Thing: los Distorsión sonaron como una vieja cinta grabada de TDK. Como han sonado toda la vida, como te retumba su música en la cabeza porque así los escuchabas hace veinte años, y algunos, hasta treinta. Tocaron a más velocidad que el TVG, con un Ganso a la batería que no veía el momento de levantar la cabeza de las cajas. Josu estuvo comedido pero más brillante que nunca, rasgando las cuerdas como si le fuera la vida en ello, corto en sus peroratas, sin perderse y contundente, repasando, uno por uno, todos esos éxitos que a algunos nos retrotraen tan lejos que casi se me saltaron las lágrimas. Se acompañaron además de un buen puñado de amigos, también músicos, que quisieron celebrar el cumpleaños de una de las bandas que han formado la historia musical de nuestra localidad. Mención especial para el indomable porco bravo Asier que estrenó los duetos con un buen dios dedicado y todo y cerró el concierto dándole a Chuck Berry una mano de pintura de decibelios. Manu Porco Bravo se marcó una espatadantza y al final todos los invitados montaron una bacanal al ritmo de Johnny B. Goode. Fue como un viaje en el tiempo organizado por Malcolm McLaren que reunió bajo la cubierta del frontón de Lasesarre a mucha gente, la verdad.
Yo lo seguí a una distancia prudente, bien acompañado por otro veterano de la cultura popular fabril, con más emoción de la que me imaginé y satisfecho de haber participado en un concierto que no dejó de ser un homenaje a unos tiempos que no volverán tal y como fueron, y eso tiene su lado bueno, pero que siempre deberían recordarnos que nunca está de más tener memoria y, sobre todo, actitud, esa palabra que hasta los entrenadores de baloncesto utilizan con demasiada frecuencia, que se ha quedado ya raída y hueca, pero que rima con la fórmula secreta para intentar que tu vida tenga algo de sentido... y sensibilidad. Terminar con un guiño a Jane Austen (¡por dios! años de carrera y primero había escrito Shakespeare, qué vergoña) es un tirabuzón punkie de primera.
Aún nos quedan fuerzas para lo que viene hoy, con otro viaje en el tiempo a los años noventa. Ya haremos recuento de lo que hemos visto y de lo que nos hemos perdido. Mientras tanto, disfrutemos de ese zumbido nostálgico que se nos quedó ayer esculpido en el cerebro. Y, si me perdonáis, voy a ver si recupero la chicha y la limoná.
Comentarios
La crónica... de recibo, buey...
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