Al Gorta & The Wild Pigs



Porque también disfrutamos del euskera de Gernika y del castellano fabril-febril de Barakaldo, porque, si no, me dices que aquello era Tucson, y tampoco me lo creo porque estoy exagerando pero tenía que justificar la ocurrencia de mi título. 
La sodomía musical funciona. Y ayer en Algorta hubo déjà vu (deyaví, vamos), lingotazos de whisky (lingotazos, vamos) y mucho ménage à trois (menasatruá, vamos). 
Amenazó la lluvia con jodernos el último deleite antes de las vacaciones, pero sobrevivió el escenario y pudimos disfrutar del recital dominical que habían organizado en Algorta por las fiestas de San Ignacio. Lo disfrutamos hasta que nos dejaron porque aún no tengo muy claro si se fue la luz o la cortaron, pero a los Porco Bravo los dejaron en tinieblas y mudos, que no quiere decir que dejaran de hablar y de hacerse ver, porque los animales sin domesticar pueden con los apagones y con los bozales. También te digo que eran ya las dos y pico de la mañana y uno se levantaba a eso de las seis de la mañana para ir a trabajar, así que, no te voy a decir que me alegré o que sentí alivio, pero que lo aproveché para hacerme el longuis y volverme a casa, eso sí que te lo digo. 
Pero antes de pirarme por la puerta de atrás, tuvimos la ocasión de ver a tres grupos sobre el escenario achicado de Telletxe. Primero subió Ertz con atavío elegante, parafernalia decorativa, muchos años por delante y un público que aplaudía y movía la cabeza que no los pies. Los vimos desde muy lejos, luego desde más cerca y al final desde una esquina y no puedo hacer más juicio elaborado que decir que aún tienen tiempo para hacer mejor lo que hacen. Aunque yo no lo haría mejor, también te lo digo. 
Después de estos, se subieron al escenario cinco tíos que se hacen llamar The Riff Truckers. Si alguien no lo sabía, ya se encargó Manu el Gallego luego de que no se le olvidara a nadie. Decir que hacen rock sureño, o todo lo que se pueda meter en el saco de la americana, sería demasiado sencillo. El cantante se mueve como si estuviera cantando con The Beastie Boys y alguien a mi lado dijo que su voz le recordaba a la de James Hetfield. A mí me recordó un tanto a todo lo bueno que tiene Damian Abraham, en cuanto a la presencia y las tablas, que no con respecto a la voz. Lo que está claro es que, aunque se parezcan en el nombre (y puede que sea hasta un guiño, no lo sé), su voz no se limita a seguirle el rebufo al Patterson Hood de Drive-by Truckers y posee unos matices que lo acercan al hardcore y al punk, con lo que logran acompañar con un toque personal y enriquecedor la buena base rítmica y los muchos, muchos, muchos riffs que para eso se llaman como se llaman y para eso fuimos gratis hasta allí: para disfrutar de todos y cada uno de ellos. Buscan la compenetración con el público, aunque éste no se preste, tienen dedos ágiles, músculo para romper parches y canciones de patrón clásico con una pincelada personal que suenan sólidas y espontáneas en directo. Vamos, que queda claro que me gustó. 
Además, comenzaron con lo que he llamado, sin mucha gracia, sodomía musical, invitando al escenario al vecino Eneko Burzako, también conocido como MobyDick cuando actúa en solitario. De hecho, todo esto viene de aquella ya casi que mítica final en la categoría pop-rock del Villa de Bilbao 2010. Surgió un buen rollo de aquella contienda amistosa entre estas dos propuestas (incluso con los terceros en liza, segundos en la clasificación final, Yellow Big Machine). En aquella ocasión ganaron los camioneros pero los que ganamos fuimos los aficionados a la música, y permitidme que me haya puesto un tanto moñas. 
Con el buen sabor de boca que nos dejaron los The Riff Truckers, que no las tres putas coca-colas que me tuve que tomar para evitar tener mal rollo con la autoridad del tráfico, se subieron al escenario otros cinco que también saben hacer riffs, perpetuar la fibra de los vocalistas con carisma y romper parches, cuerdas de bajo, pechos vellosos y lo que haga falta.
Los Porco Bravo no hicieron nada que no hubieran hecho antes (incluso mejor), excepto que, durante unas cuantas canciones, se sumó al festival y a la orgia (sodomía musical) una tercera guitarra, la de Perru Trucker. Sacaron la vieja tabla del Tarifa aunque había pocas olas y el acantilado era más escarpado que nunca. Sin embargo, para mí si hubo algo distinto: era la primera vez que los veía de tan cerca. Me sentía como Dian Fossey y sus gorilas en África. Hasta tuve miedo, que sí, pero más que nada porque un tipo me restregó la cara del puerco por la cara y me estuvo picando la jeta todo el puto concierto. Hablando ya con la poca seriedad y conocimiento que poseo, verlos desde tan cerca, y con tan poco alcohol en mis venas, me ayudó a ver con claridad a los gorilas que se esconden tras la niebla (esto es por lo de la Fossey). En un escenario de fiestas locales y con un equipo de sonido que falló un par de veces, le vi las costuras al traje y te digo yo que ese fruncido es más duro que el hilo de pita. Llevan tiempo tocando esas canciones, pero, no es ése el secreto. O no solo. El matrimonio (o el adulterio) entre las guitarras de Asier y de Pulpo es como un bordado de arabescos, se enredan como los rizos que hacen las cazas en una exhibición aérea: yo vi ayer la estela gaseosa que dejan en el cielo, pero el rizo se esfuma pronto y lo que queda es el vuelo de una canción tan robusta como el morro de un F-35. 
Digresión: un día voy a reunir todas estas comparaciones tan ingeniosas y acto seguido me flagelaré con el cinto si me lo presta Manuel. 
La estela esa blanca (si no lo sabéis, lo buscáis como yo) que dejan los aviones es cosa del queroseno que usan como combustible, y en Porco Bravo, el queroseno lo ponen Txelu y Oskar. A uno, a veces, no se le ve, y, al otro, no se le oye, pero están, como las meigas, que estarlas estaylas. Por supuesto, queda el piloto para que pueda terminar ya con esta rimbombante alegoría. A Manu le sientan bien los pitillos, pero mucho mejor los estribillos. Ya se permite hasta jugar a los registros, y no policiales (poli bueno, poli malo), pero, para escucharlo, igual hay que verlo demasiado cerca, y, te lo juro, como dé la casualidad de que te atisbe desde ahí arriba con esa mirada alucinada, lo mismo te inocula el hechizo del rock and roll y estás perdido para el resto de tus días. A un vacilón que estaba a mi lado le dejó trasquilado con un vergajazo verbal. Verdad. Voy a quitarme, lo juro.
Vamos, lo digo en plata que no es de ley: que no fue el mejor, pero son buenos los cabrones, y no me tienen en nómina, pero me tomo un merecido descanso, el mismo que se van a tomar ellos hasta que llegue el EnVivo y vivo o muerto, el porco seguro que acaba siendo profeta en su tierra. Pro-feta, el queso griego fresco más salado del Mediterráneo. Y paro: vacaciones y a ver si cuando vuelva, me pierden las ocurrencias y no las maletas.

Posdata (Pos-Data, el chino de Los Goonies): la foto es obra de una de las "porcas" que me escoltaron durante el concierto de ayer. En mi vida he estado yo mejor acompañado en un concierto. Qué alegría, que jolgorio, otro jabalí piloto. Me voy a cortar los dedos de la mano.

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