Los Zigarros. Sonaban contundentes cuando llegamos. Ya estaban rodados y, al poco, terminaron. Los hermanos Tormo no son unos principiantes. Se conocen todos los trucos y saben cómo sacarse riffs de la chistera. Versionear a Siniestro Total, una declaración de intenciones.
JJ Grey & Mofro. Tampoco empezó Grey a tocar la guitarra ayer. Ni los músicos que le acompañaban. Un hammond siempre funciona. Vientos, solos de saxofón, slide, batería sin toms pero con son. El tío que estaba al lado mío, y sabe de lo que habla, lo anticipó: esto pinta bolazo. Otro que estaba detrás, y al que no conocía, aunque quizás también entienda de esto, se hizo el gracioso: otro blanco que quiere ser negro. No sé qué quiere ser Grey, si tiene anatomía o sombras, pero a mí me convenció. Me convencieron los músicos que le rodeaban. De hecho, hubiera preferido más Mofro y menos Grey, pero eso es ya solo una cuestión personal.
Uncle Acid & The Deadbeats. Si la música espesara, la de estos tíos sería sólida como un bizcocho de mazapán. Sus canciones sonaban como si caminaras por un bosque frondoso en un día de bruma densa. No hay escapatoria.
Los Enemigos. Yo era la primera vez que los veía y no sé si tocaron como antes, parecido, mejor o peor. A mí me pareció que la voz de Josele Santiago sigue siendo una tragedia tan dulce que contagia ese aliento cainita y forajido, carnavalero y sediento sin el que sería dificil sobrevivir. El que no come la caga y el que no bailó anoche fue porque no le dio la puta gana. O porque lo que yo llamó bailar probablemente no lo sea.
Gov't Mule. Si este fue un festival de barbas y pelos largos, lo de Gov't Mule son extensiones. Extensiones abrumadoras. Se expanden hasta que explotan.
The Gaslight Anthem. Empezaron contundentes, y terminaron igual. Por el medio, hubo algún momento que amenazó zozobra, pero se mantuvieron a flote. Mucha guitarra, aplomo épico y estribillos silábicos. Tienen una fórmula que se remonta en el tiempo y no desafinan.
Walking Papers. Recuerdo una batería que sonaba como si me estuvieran llenando la cabeza de sonajeros. Mucha voz. Decirle a alguien que algo me sonaba a otra cosa, y poco más. No creo que fuera culpa de los Walking Papers que a esas alturas de la noche yo fuera ya más frágil que un papel con piernas.
Rocket From the Crypt. Había leído por ahí que eran todo actitud y diversión. Pues sí. John Reis no calla. Lo que hacen lo hacen muy rápido y muy fuerte.
Empecé este diario con alguna advertencia, lo termino con un consejo que me doy a mí mismo: no escribas si no tienes ganas. Pero es lo que hay, que me gusta empezar lo que termino, aunque no siempre este principio sea un buen final.
Acabo de arrancarme la pulsera. Tenían razón, era jodido que se rompiera. Ahora se siente la ausencia en la muñeca, podría ser una buena metáfora con la que cerrar esta entrada. No sé si volveré a un festival donde mi calva reluce entre tanta cabellera satinada, el público sabe de lo que habla y el dinero mengua con una velocidad apasionante aunque las colas se te hagan eternas. No sé si me dejarán entrar la próxima vez, sobre todo, si sigo sin participar en el concurso de camisetas musicales más reñido de la historia. Ganador, eso sí, el que llevaba escrito en su espalda algo que decía no sé qué sobre que James Joyce se beneficiaba a su hermana.
Iba a terminar con el típico top (ponle el número que quieras) y el tópico see you next year, pero paso. Mejor me fustigo una vez más con una de esas frases de falso apocalismo: llegué sin apenas expectación, con algo de curiosidad, y me vuelvo con el bolsillo pelado, recuerdos imborrables que van más allá de lo musical y un buen puñado de conciertos para la banda sonora de mi memoria.
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