Ayer cenamos con Sallie Ford & The Sound Outside. Ni ella ni ellos lo saben, pero nosotros sí. Estábamos en Bilbao a eso de las ocho menos algo y como ambos habíamos comido pronto y poco, decidimos ir a Ledesma antes del concierto y cenar algo en el FreshCo (hagamos publicidad directa, como en las series de televisión, imagínate que mientras escribo, te sonrío y sujeto, al mismo tiempo, un buen plato repleto de ensalada).
Como no cabía esperar de otra manera, dado que nos estábamos dejando llevar por horarios poco mediterráneos, éramos los únicos no extranjeros en el local. Menos de una decena de personas en las mesas y los únicos que hablaban en castellano: nosotros y la encargada. No nos costó nada darnos cuenta de que los guiris extraviados que se habían sentado y no sabían muy bien por dónde empezar eran los tíos a los que habíamos venido a ver en concierto. Sallie Ford parecía ausente pero sonriente. Ya no diré más porque sería violar la intimidad de los músicos: digamos que buffet libre, a todo turista le mola la paella y que yo también me armo un lío con la máquina de helados del FreshCo. Ya de sobremesa, la risa de Sallie Ford retumbaba por todo el local, prometiendo un buen rollo que se nota en sus canciones por mucho que ponga cara muy seria. Por supuesto, no tuvimos arrojo para acercarnos a ellos y saludarlos o desearles un buen concierto, o lo que sea que se diga en esas ocasiones. Fuera nos encendimos un cigarro y caminamos con la mano sin cigarro al cobijo del bolsillo hasta el Azkena.
La sala se llenó incluso para ver a Gacela Thompson. Se hicieron un poco de rogar y apenas intimaron con el público, y eso que tenían a media cuadrilla por las primeras filas. Fueron fieles a su estilo, sin batería, con violinista, guitarras acústicas que parecen jugar al ajedrez juntas, mucha trascendencia, tiempos lentos, algún medio tiempo y versión de Elvis Presley. Nada que no les hubiera visto ya antes. Y tampoco ahora consiguieron atraparme, aunque, probablemente, ése no sea su objetivo. Su intensidad (cada palabra se canta como si fuera la última que van a cantar, cada nota se toca como si acabaran de llegar al clímax) parece que alcanza con nitidez y mesura al público, pero a mí me sobrepasa. Me sienta como un cubata demasiado cargado. La destreza con las cuerdas de ambos guitarritas es innegable, y cualquiera se pone a dudar ahora del bagaje y el currículo de Carlos Beltrán quien, en Gacela Thompson, está más comedido que en sus otros proyectos, como si el entrenador le hubiera retrasado de la mediapunta para jugar como mediocentro de contención. Sonó bien la armónica, y fueron ganando en pegada con las canciones, y, por supuesto, que a mí no me atrapen no significa nada, igual soy yo el antílope ágil y escurridizo del Sáhara y no ellos, aunque me parezca más al famoso Gacela Thompson de Humor Amarillo.
Casi sin hacer la digestión, se montaron la mesa de mezclas, el chiringuito de merchandising al fondo del bar, y ya estaba Sallie Ford bien guapa y repeinada (no acabaría igual) junto al micrófono y escoltada a su derecha por el serio y aparentemente tímido guitarrista Jeffrey Munger y a su izquierda por el robusto y aparentemente bonachón bajista Tyler Tornfelt, quien acabó hasta los mismísimos del equipo de luces. Detrás, a la batería, Ford Tennis. Por cierto, había como el doble de peña comiendo en el FreshCo, quiero decir, que la familia de los sonidos exteriores parece que es más amplia que lo que se muestra sobre el escenario. Vamos, que viajó toda la cuadrilla desde Portland, Oregón, a la que, por cierto, dedicaron con un humor la misma canción que en el disco de 2011 habla de la ciudad de las rosas. El mismo humor que demostró Sallie Ford desde el principio cuando, acababa de ponerse la guitarra en ristre, y solo le faltó el riau riau riau para desternillarse de risa mientras saludaba al público con un chirriante (pasará a la historia como uno de los mejores saludos pelotistas): "hola Bilbao, sardina bakalao". Anyway.
Tocaron Dirty Radio, su disco de debú, practicamente entero (si no fue entero literalmente), versionearon algo de country y presentaron unas cuantas canciones nuevas. Quizás es solo la impresión que se llevó un servidor, pero sonaron mucho más contundentes y abigarrados. Munger agarraba el mástil de su guitarra como si estuviera partiéndole el cuello a una gallina, Tornfelt perdía la vista en el infinito y el batería venía y volvía de los platillos como si el espacio exterior quedara a un salto de rana. En comunión, la señorita Ford ponía caras, hacía contorsiones con su voz, bailaba coreografías jeroglíficas y acababa con movimientos de greñas que ni los Sepultura. Solo le faltó poner cuernos cuando se ponía farruca a la vera de un Munger que no movía ni un nervio de su cara pero sacudía las cuerdas a lo Dinosaur Jr. Si el espíritu de Bessie Smith estuvo ayer en el Azkena, también lo estuvo el de Guy Picciotto, aunque éste igual se me apareció solo a mí. Soy pelín exagerado, pero el caso es que a mí me sonaron más rockeros que souleros o rockabilleros pero sonaron igual de bien, cien, cien veces volvería a verlos aunque intentaré que la próxima no me dé después por contarlo y convencerme de que tiene gracia cuando me creo que sé jugar con la prosodia.
Momento de gloria: cuando todo el mundo se puso a cacarear.
Momento para olvidar: lo siento, de verdad, pero sigo sin explicarme cómo hay gente que paga dieciséis euros y medio para tocarle los huevos a los que tiene alrededor. Me estaré haciendo yo viejo, pero es como pagar para entrar en un museo e ir directo a la tienda de regalos, o colarte en el cine para solo entrar en el baño o ir al fútbol y emborracharte en el ambigú. Para eso, me emborracho de bar en bar, meo en los baños de la biblioteca o tiro el dinero por la ventana, joder.
Momento a secas: cada vez que Sallie Ford recuperaba la respiración y se reía en el microfóno después de decir gracias.
Momento de futuro: anunciaron que su próximo disco está a la vuelta de la esquina y puede que como siempre me equivoque y que luego sea que no, faltará grabarlo y la producción y que yo aprenda algo de música, pero me da la sensación de que van a hacer el mismo camino que Arctic Monkeys salvando las muchísimas distancias que esta afirmación tan vandálica puede significar. Me refiero a que si los ingleses fueron de la pista de baile al tartán de Josh Homme, los de Portland parece que van a abandonar la pulcra heladería del mall para colarse en un tugurio del extrarradio, escucha si no, en su web (o aquí abajo), "They Told Me", adelanto de lo que será, o haber escuchado ayer el bis tan eléctrico con el que cerraron un concierto cojonudo, seamos certeros y, por una vez, directos.
Mientras tanto:
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