Gig Over



Se acabó el BBK Live 2012. Ya ha salido la reportera de la EITB en Kobetamendi con un plano de fondo que abusaba del simbolismo del plástico usado embadurnando una campa vacía y, por lo tanto, podemos dar por terminado el asunto. Para nosotros terminó a eso de las cuatro y pico, creo que ya cerca de las cinco de la madrugada, cuando salimos por la puerta que se encuentra a la derecha del escenario principal y no miramos para atrás. Nos dejamos llevar por la pendiente de la cuesta, intentando reprimir los instintos básicos de nuestro estómago y domar la debilidad vertical de nuestra capacidad de equilibrio. Acabábamos de bucear entre cuerpos sudorosos y violaciones de espacio privado para conseguir salir de la sesión de DaniLess, después de acabársenos las púas y las energías. "Rebellion (Lies)" creo que fue la última canción que cantamos, bailamos, o lo que sea, en esta edición de 2012.
Si te digo la verdad, no tengo muchas ganas de escribir esta entrada. Primero, porque aún me dura la resaca. Segundo, porque mañana me espera un día duro y debería estar trabajando. Tercero, porque siempre he tenido el carácter justo para estallar cuando me hinchan las narices, pero antes, resisto lo irresistible y evito el conflicto (sin ir más lejos, en esta edición, un anónimo muy cariñoso me soltó una galleta en el concierto de Mumford & Sons y, ante las pocas posibilidades de venganza, hice como si tuviera pasaporte sueco), así que realizar comentarios negativos, críticos o ácidos me da pereza. Cuarto, porque tengo un cierto bloqueo mental con esto de la música y de escribir. Quinto, porque sé que voy a acabar hablando de hacerse viejo y envejezco cada vez que lo hago. Sexto, porque estoy hasta los huevos de ser un cenizo, el que baila mal, el tío serio de la frase seca y directa. Pero, al séptimo, descansó.

Esto fue como cuando tenías veinte años y ponías todas tus expectativas en un fin de semana concreto y te afeitabas y todo pero luego te aburrías como una ostra. Luego no tenías ninguna gana de salir el fin de semana siguiente, pero, al final, te encontrabas con que había amanecido cuando salías del Trinkete con la mirada más diabólica que un mono de ojos saltones y una alegría inesperada y cojonuda. Esperábamos poco del jueves, algo más del viernes y prácticamente nada del sábado, y al final, fue el último día cuando más vibramos y saltamos y libamos y trasnochamos. Hasta hubo besos y confesiones de amor platónico más propios de los tiempos pasados con los que empecé este párrafo. En fin, vamos a ponernos serios.

Al final, ni laminé los horarios ni vimos todo lo que habíamos planeado. Ya os adelanto que voy a intentar ser breve, superficial y patéticamente sarcástico en mis comentarios para así librarme de justificaciones y explicaciones más profundas.

Llegamos el jueves cuando aún estaban tocando The Gift, de hecho, junto a la puerta de entrada, también estaban tocando Belako (¡salen hasta en la revista universitaria de la UPV-EHU!) pero seguimos hacia adelante. Nos dio tiempo a ver un rato a los portugueses y parecían muy cambiados desde que les vimos teloneando a Deluxe en la sala Santana hace ya un buen puñado de años. Habíamos subido para ver a Lori Meyers y a Noni Meyers fuimos a ver. Personalmente, el concierto de los granadinos me decepcionó y la decepción fue tan intensa que dio lugar a un largo debate sobre asuntos que se alejan bastante de lo que se refiere puramente a la música. Me quedo con eso en lo positivo: que tienen buenas canciones. A Band of Skulls los vimos sin ganas, y con la sensación de que perdían allí y a aquella hora. Si te soy sincero, ya casi ni me acuerdo del concierto de The Maccabees. Quizás porque, entre otras cosas, abandonamos pronto para meternos hasta el fondo en la carpa vodafone y disfrutar de La Habitación Roja. Me dirás lo que quieras y yo te enseño de qué pie cojeo. Aunque graben con Steve Albini, aunque pasen los años, aunque ganemos mundiales, yo sigo sin poder pegar los pies al suelo cuando voy a sus conciertos. Sus canciones nuevas funcionan con las viejas y su actitud en el escenario no da lugar a debates que se alejen de lo que... "se refiere puramente a la música." Y... Snow Patrol... no sé. La primera vez que los vi, solo faltaba William Wallace, pero esta vez no hubo exhibición patriótica escocesa. De hecho, creo que nos fuimos pronto para asistir a uno de los momentos que yo, personalmente, más esperaba: el concierto de Jon Spencer Blues Explosion. Sinceramente, no le pillo el sentido a ese tercer escenario, y hasta ahí puedo leer. Bien. Después de eso, ya sabéis que había: tres horas de Robert Smith. Si queréis una opinión, preguntadle a un fan y, después, a una persona objetiva y con conocimiento. Si me preguntáis a mí, os diré la verdad: acabé por quedarme dormido unos minutos cuando nos sentamos en la ladera del fondo. Bloc Party no acabó por despertarme del todo, pero, también es cierto, en posición vertical cuesta más. Quizás es cosa mía, pero me gusta más Kele Okereke cuando se queda quieto. No hubo más. Nos fuimos. Y yo dije aquello de que si tendría que ponerle una nota de 0 a 10 al primer día de festival, a duras penas me llegaba para ponerle un 3'5, y eso, después de pasar por tutorías. Pero a mí no me hagas caso, hadle caso a los números. La influencia de publico fue significativa (sobre todo la extranjera) y no me quiero ni imaginar cuantos bocadillos de panceta se vendieron. Es lo que tiene, no ya los festivales, si no la humanidad, que mientras que yo me quedaba dormido viendo a The Cure, en primera fila a alguien se le ponía la piel de gallina y si yo tenía ganas de ver a Jon Spencer, puede que alguien no sepa ni quién era pero fuera excitado a ver a los Young Guns, que yo no sé ni quiénes son. Y ante este paradigma, no hay valores de 0 a 10 que tengan sentido alguno.

El viernes volvimos a subir la cuesta desde el aparcamiento hasta el recinto con buen ritmo y gastando bromas sobre dejarnos de festivales y comprar un terrenito por allí para montar un txoko y una huerta. Bien coordinados, nos dio tiempo a comprar púas, pedir cerveza y ya estaba saliendo al escenario un elegante Charlie Fink. Bastante sobrios, incluso cuando se quitaron las chaquetas, hicieron un concierto bien pulido y resultón, que no alocó al personal pero le dejó satisfecho, por lo menos, eso me pareció. Sin Laura Marling, "5 Years Time" no suena igual pero las canciones de su último disco lo equilibran. Casi sin darnos cuenta, fue dejar a Noah and the Whale descansando, y cometimos un error de los gordos. Teníamos pensado dividirnos entre Mumford & Sons y Here We Go Magic (Johnson, premio al chiste tonto del festival, luego os digo alguno de los otros candidatos), pero la cagamos al no calcular la distancia que teníamos con la retaguardia. No esperábamos tanto nivel de expectación con los de Londres que parece que allí ya han llegado al zaguán del mainstream. El caso es que cuando quisimos darnos cuenta estábamos tan rodeados que no hubo forma de salir de allí hasta que Marcus Mumford dijo que ya era suficiente para la ocasión. Tampoco nos arrepentimos, aunque el concierto empezó muy fuerte y fue decayendo un poco. La capacidad para jugar con el ritmo y la excitación de este grupo es digna de elogio, pero lo jodido es que te toque una despedida de soltero inglesa delante tuyo y tengas que soportar las exhibiciones sexuales, los desvaríos etílicos y los pogos corografiados que acabaron por concurrir a mucho espontáneo al que me hubiera gustado ver en un concierto de La Polla Records en fiestas de Cabieces. Cuando conseguimos salir de allí, nos encontramos con tres direcciones a seguir. La de Bigott la rechazamos porque la retomaremos en agosto. La de The Kooks nos llevó hasta una rotonda donde nos dimos la vuelta y acabamos otra vez en el escenario esquinado viendo a We Are Augustines. Candidato al premio a chiste tonto del año: We Are Gregorians. ¿Por qué? Porque con tan poca base instrumental y un batería al que le redujeron el volumen, todo lo que se oía era la voz de Billy McCarthy quien, por cierto, estuvo ágil tras una caída que no fue dramática. Con su barbilla perfilada al estilo del padre de American Dad, McCarthy tiene más energía concentrada que un tanque de Red Bull. Bien cenados, nos tumbamos en una campa para pasar de Four Tet porque yo no lo entiendo, aunque allí había muchos que parecían que sí, así que bien, pero yo me levanté justo para ver salir a Thom Yorke antes de que le llamara por error Damon Albarn. Sé que tocaron "Karma Police" y alguna más, y que a esta altura ya habré dilapidado el poco prestigio como crítico musical que algún día pude tener, pero solo sé que hubo muchas luces y pantallazos de colores y un par de canciones en las que la voz de Thom Yorke me erizó la única cana que por ahora me nace, y poco más. En resumen, a mí, y lánzame ya a la hoguera, el concierto de Radiohead se me hizo largo. Tan largo que estaba cansado, y mis dos compañeros también, para luchar contra la turba concentrada en la carpa vodafone. Vimos una canción de Triángulo de Amor Bizarro y salimos huyendo, aunque con promesas de volver a intentarlo otro día. Se estaba mejor arrinconado cerca del escenario viendo a Vetusta Morla tener problemas con la geografía del estado aunque ninguno con lo que realmente les compete: hacer música. Con ésta, ya les he visto cuatro o cinco veces, alguna incluso antes de que salieran hasta en las noticias de Cuatro, pero en ninguna de ellas han bajado del notable alto, ya que estamos con el asunto de las notas. El viernes por la noche, tampoco. Y se acabaron los conciertos que no la música, porque teníamos una última cita de regreso a la carpa de los móviles. Los Victoria's Secret pinchaban esa noche y, como son del pueblo, nos acercamos, aunque de lejos, porque no había ganas de volver a luchar con las multitudes. Me dio la sensación de que se controlaron, y evitaron lucirse para limitarse a los hits bailongos y efervescentes que le privan a la gente en este ambiente. Un acierto, por supuesto, pero no nos quedamos al final. 

Como ya creo que he dicho, el sábado apuntaba a farolillo y acabo por coronar en solitario Luz Ardiden. Y eso que ahora mismo estoy viendo en la tele a Corizonas, que nos los perdimos, y estoy pensando en darme cabezazos contra la pared. Al menos, llegamos para ver los pantalones verdes del soulman de Boston Eli "Paperboy" Reed que fue uno de los triunfadores del festival en nuestro exigente tribunal de tres miembros. Juguetón, intenso, con o sin gafas de sol, Reed consiguió que empezaran a truncarse nuestras perspectivas más negativas desde primera hora de la tarde. Y The View después no cambiaron la tendencia, y eso que ya te digo que a mí me llegan en sordina por mucho que el guitarrista se vista con la camiseta del Athletic. Quizás tengan más recorrido que otros hypes, aunque no apostaría por ello. Pero no estuvo mal como interín, antes de volver al escenario dos y asistir con recelo al concierto de Glasvegas para acabar rendidos, que no del cansancio. Con un final contundente cuando ya había oscurecido, las canciones de Glasvegas parecen villancicos despiadados, tenebrosas nanas que parecen describir la belleza inaudita debajo del terror contemporáneo. ¿Que qué significa eso? Nada, pero aparento que sé lo que me digo. Pero nos perdimos a Supersubmarina y... Y ya nos quedamos con el estomago lleno viendo a Tom Chaplin en forma liderando, si me perdona Tim Rice-Oxley, a unos Keane que, como siempre, hicieron su juego y se llevaron el partido. Lo mismo, que no me gusta la Coca-Cola, pero me gusta con vino, así que, entre que te digo esto y tú me contestas lo otro, y un cigarrito y te paso la cerveza, no estuvo mal. Nos asomamos a la fiesta argentina de Onda Vaga, y se hizo la tercera gracia tonta a concurso: ¡todo lo que queda ya es basura! Busca en el diccionario la traducción de Garbage y me matas. Pero eso quedaba, Garbage. Y no estuvo nada mal, te cuento. Yo que escuchaba a Garbage entre cojones (el chupito, digo) en el Tubo sin hacerle ni puto caso, me dejé llevar por la cordial verborrea de Shirley Manson y por esas canciones entre el cabreo y la juerga que sobrevivieron a los problemas técnicos. Hasta tocaron la canción que abría la banda sonora de la versión shakespeariana de Baz Luhrman y eso sí que me transportó a los tiempos en los que bebía chupitos y veía el amanecer desde la puerta de los bares, ya sabes. Dos canciones de Sum 41 y nos metimos hasta el fondo para ver a DaniLess hacer lo que le gusta al público antes de salir allí con el júbilo ya perdido por el suelo entre katxis despanzurrados, colillas e ingleses extasiados. 

En resumen, que aprueban en la recuperación. Pero las cifras me quitan la razón: más de cien mil espectadores, muchos de ellos viajando en avión, una media de edad sospechosamente baja, todo bien ordenado y reluciente, y no queda más que ser paciente y tener compasión de uno mismo. Quizás se nos ha pasado el arroz, pero, el caso, extraña estupidez la humana, es que te duele el cuerpo, te rehuye el alma, aún te pitan los oídos, te quejas como un aspirante a viejo cascarrabias, y ya estás echándolo de menos. Digo yo que engancha cuando pones tierra de por medio, es como tener morriña de los sitios antes de abandonarlos y tener ganas de regresar a la paz de casa en cuanto empiezas la guerra de viajar, pero parece que acaba de terminar, y ya tienes ganas de más campas artificiales, más colas en las barras, más noches estrelladas con banda sonora en vivo. Si es que ya me lo digo yo: que uno es tonto hasta decir basta. Y hasta la próxima. 

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