Un pez llamado Santos



En la desembocadura del Nervión no hay delta, así que quizás por eso también parece que hay poco blues. Haberlo haylo, y, a veces, lo traemos de fuera, como el bacalao viene de Noruega. Anoche, por segundo año consecutivo, nos visitaron otros que demuestran que para tocar blues tampoco es que haga falta que los sedimientos se acumulen en el río de tu ciudad. Y es que tocar blues "pantanoso" (y ya he utilizado la palabra, misión cumplida) en Nashville tiene que ser como hacer tropicalismo electrónico en el barrio de Zuazo, pero ambos son posibles, por qué no. Por lo menos, parece posible ser de Tennessee y hacer música que parece de Luisiana. Al fin y al cabo, poco más de 850 km separan una ciudad de la otra, ¿qué demonios es eso cuando se trata de música? Es cierto que ambas ciudades están relacionadas con una música muy concreta, y donde unos se quitan el stetson para gritar yihaaa! mientras taconean con sus cowboy boots en la tarima de madera, otros se desatan el chaleco de cuero negro curtido y lanzan al aire sus sombreros de caña de raphia. Un tópico tras otro, precisamente todos los que apiñan los Delta Saints para batirlos en una mezcla que acaba con ellos.
Si nos dejamos llevar por las apariencias, nos dejamos llevar por los tópicos y nos ponemos en evidencia, pero también nos lo pasamos bien. La armónica la toca un tío de camisa blanca y corbata negra que parece que acaba de salir de la escuela de misioneros mormones y se coloca el instrumento en la boca como me pongo yo el envoltorio del cepillo de dientes cuando no soy capaz de abrir el **** paquete. El bajo lo lleva un rastas de casi dos metros que sonríe tanto como se mueve sobre las ascuas de una hoguera en Reggae Beach. El guitarrista, con chaleco elegante, podría ser uno de los hermanos Followill. El batería, con camiseta sin mangas, parece Shia LaBeouf haciendo de Dito Montiel. Y, el cantante, siempre sentado, pegado a su lap-steel, no se parece en nada, pero parece que quiere ser John Lee Hooker. Todo apariencia, igual que son buenas apariencias empezar a su hora: las 21:43 y casi no nos dio tiempo a pedir una cerveza en la barra. 
Porque, además, empezaron fuerte, con todo al ataque, sin exaltarse, pero sin guardar energías. La que yo tenía a mi lado, que no los conocía, y había venido invitada porque pronto es su cumpleaños y se merece estas alegrías y otras mejores para celebrarlo, abrió la boca casi con la primera nota. La idea era haberle regalado un pez llamado Wanda, pero están muy caros, y tuvo que conformarse con este otro que habita en el bayou. Creo que mereció la pena. Y es que The Delta Saints no dejan a nadie indiferente, y eso que haber hubo, como haberlo haylo, mucho tipo con tupé por allí que hablaba más que la vecina del segundo que todos tenemos en nuestro bloque aunque viva en otro piso. Desde el principio, dieron lo que dan, porque no hay más y es suficiente: riffs de guitarras, alegrías del dobro, armónica a tutiplén, un bajista con mucha energía y un batería que cambia de ritmo como yo cambio de canales los domingos a las cuatro de la tarde. Suenan a lo que suenan pero suenan a algo más, porque no es blues cuando suenan a puro rock and roll, ni son rock and roll cuando suenan a puro blues. A veces da la sensación de que el cantante sí que aprendió a sentir la música cuando tocaba jazz, como le escuché explicar en una entrevista y otras veces parecía que el ambiente se iba a caldear tanto que nos íbamos a colocar todos con el stoner rock, que me vas a perdonar, pero yo sigo sin aclararme muy bien de dónde empieza y donde acaba el fumadón. Y es que el valor de The Delta Saints es que los tópicos se quebrantan y las categorías se superan y son lo que son pero son algo más. Y siempre que sucede eso, se explique mejor o peor, es sinónimo de buena música... y diversión. Yo por lo menos me divertí, y la que estaba a mi izquierda, me consta que también. 
Luego hay más, porque, alegrías de la vida, se agradece que las covers se hagan bien. Porque versionear en un mismo set a The Beatles y Otis Redding via The Black Crowes es como para ganar ese set por 6-0. Pero Roland Garros no lo ganaron ayer, porque ésa es la impresión que me quedó. Que The Delta Saints aún está por dar lo mejor. Se quedan cortos de canciones, se curraron un concierto limpio y eficiente, pero siempre dio la sensación de que se podía dar más y mejor. Y eso es bueno, creo. Aunque lo malo es que quizás cuando lo hagan yo no pueda verlo. O quizás sí, quién sabe, todo puede pasar, todo, hasta que cambien las corrientes y nos salga un delta polilobular como el del Mississippi en el Nervión y entonces quizás hasta yo me pongo a mezclar a Robert Johnson con Elvis Presley. 
Por cierto, hablando de mezclar, una preocupación en forma de pregunta al aire: después de los comentarios de ayer y de la canción de Eileen Jewell, ¿se va a convertir el kalimotxo en un puente para unir culturas distantes? Y otra: ¿por qué hablas de bourbon en las entrevistas y luego le pegas al botellín de agua? Porque me da la gana, perfecto, una respuesta correcta. Ah, y la tercera: como haya alguien haciendo tropicalismo electrónico en Zuazo, por favor, que me lo cuente.
Y por cierto bis, como si fuéramos el rockdelux, ya somos profesionales y tiramos de blogoteca, si queréis más referencias, buscad en el archivo de este blog, Jueves 11 de Noviembre de 2011, y ahí podéis verles en directo tocar "A Bird Called Angola". Si eso no es un hit, ya no sé lo que es hot. La que estaba a mi izquierda, no se la quita de la cabeza, ¿no es ése un criterio más válido que la posición en el Billboard?

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