AzkenEaN 2012



Porco Bravo nació en el Azkena, grita Manu Gallego. Y van a cerrarlo en unos minutos. Por fin. Unos metros más arriba, cientos de personas templan gaitas mientras Ken Casey se arrima al público. Técnicamente, no lo cierran, pero, probablemente, más que un festival, acaban de cerrar un círculo.

¿A quién le importa el círculo?

Yo sé dibujar la o con un canuto. Me enseñó mi padre. Aunque lo que yo entendía por canuto y cómo hacía las oes con él, no coincidía con lo que me enseñó. ¿Esa o de humo en el vacío vale como círculo? A mí me importa el círculo.

Un círculo flexible, sin centro, sin puntos equidistantes. Un círculo de pogo. El pogo como lugar geométrico. Cuando se termina, no queda nada: vasos de plástico por el suelo, carcasas, confeti, las huellas de una experiencia que aligera la gravedad de tu propio peso.

Durante una hora, el tío del sombrero de copa se creyó Juan Tamariz, el descamisado de la muñequera de pinchos, Damian Abraham, el animoso guitarrista de globos hinchados, Joe Satriani. Durante una hora, el feo fue guapo, el bajo fue alto, el triste, feliz. Laminados Arregui volvió a abrir. Más de trescientas familias, a sonreír. Todos vivimos a lo porco, porque se vive mejor. Después, la bengalita y a tomar por culo todos para casa. El pogo escampa, el viento amaina, se apagan las luces y vuelve a pesarte la gravedad.

Si eso es un círculo, yo me meto dentro. Si hay que hacer la ola, yo pongo la o, la hago con mi canuto.

Creo que fue a Jon Spencer a quien le oí decir que Lady Gaga era mucho más rock que otros que seguían el patrón. Entendí que Spencer, si fue él, hablaba de la transgresión como elemento fundamental del rock. Ser subversivo no es solo hacerte un traje con filetes de ternera, digo yo, pero también. No consiste en escribir canciones anunciando la muerte del Rey, mejor apuntas más alto, y anuncias la de dios. El rock necesita una actitud que no tiene definición exacta. El rock necesita fuegos de artificio y stage diving y lenguas bífidas y contoneos de cadera y proclamas inflamadas y saltos gimnásticos. Pero también existe el rock sin eso; y con todo eso, también hay quien no puede hacer rock aunque lo intente. Porque el rock es música, y música son canciones, y si no tienes canciones no tienes música ni rock. El rock es un frontman con más agilidad que Nadia Comaneci, con más voz (pero distinta, muy distinta) que Susan Boyle, con más tablas que Sara Baras (lo de ésta son tablaos, pero quería compararle con tres mujeres para testar su masculinidad, ¿¡estás cachondo!?); dos guitarras de peso (no lo digo con ironía, la ironía ya la he consumido con las mujeres que he elegido para la comparación anterior) y dedos más rápidos que Bob Munden; un bajista erguido y un batería escondido que tocan como trabajan los Soprano, que parezca un accidente, si no los sientes es porque todo va bien.

Por eso, Porco Bravo puede permitirse los fuegos artificiales (aunque se los paguen de sus bolsillos), y los cánticos futboleros, y las coreografías iguánicas, y las cabezas disecadas, y las bengalas, las llamas, los slams… Se lo pueden permitir porque todo eso solo suma, no resta; no vale, solo añade valor; lo que realmente vale está abajo, detrás de todo eso: dos gotas de base rítmica, una pizca de riffs y remueves la melodía. Después, si quieres, le pones la rodaja de naranja y la sombrilla de papel y te queda un cocktail perfecto; pero, sin la mezcla, solo tienes una copa de cristal vacío con una sombrilla que huele al almacén de una pirotecnia.

A pesar de las botas de punta y las camisetas negras y las diferencias de masa corporal, Porco Bravo evoca los tiempos en los que Josu Distorsión se calaba la chupa en gasolina y corría en llamas por encima de un camión en el parque de Los Hermanos, los tiempos en los que la peña dibujaba oes con los canutos en el búnker, los tiempos en los que Parabellum hablaba de “rock barakaldés suburbano”. Ellos tienen más de Iggy Pop, AC/DC o Turbonegro, pero vienen de ahí. Aunque no les importe ni tenga importancia, aunque nunca hayan estado ahí ni falta que les haga, aunque hable en chino o en mandarín, PB vienen de la Peña Peñarol, de la ZEN, de la colección de puertas plegables de Isidoro, como vinimos todos aunque naciéramos tarde. Quizás las calles ahora sean más anchas, las zonas más verdes, la policía menos gris, pero el instinto animal sigue respondiendo a los mismos impulsos, los donantes de cerebro medran, y Porco Bravo, probablemente, sean todo lo que queda de aquello, un alumno aventajado, un nuevo capítulo, el único grupo de todo el festival que tuvo los pies en el suelo, que estuvo más abajo que encima del escenario.

El rock también es eso, un círculo que salva el metro y medio que protege la seguridad del festival. Un círculo que se expande más de lo que se cierra, que abarca más que enmarca. Un canuto enorme que dibuja la única vocal en una palabra que ellos personifican mejor que nadie: rOck.

Si a lo porco se vive mejor, y nos damos cuenta ahora, es porque se pueden perder finales sin fichar extranjeros, y ellos ganaron ayer una, a lo grande, 4-0, y forjando el hierro, gritando alirón donde otros escriben all iron.

Si lo dice Robertez, yo me callo, y asiento. ¡Es lo que hay!

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