Estaba hasta los… de verle el careto a los Sonics a la derecha de esta entrada según miras de frente la pantalla de tu ordenador. Horror, no sé ya ni el tiempo que llevaba esa foto en blanco y negro colgada ahí. Así que sí, había ganas de quitarla de ahí.
Una larga sequía de algarabía musical que se terminó ayer. Hace unas horas. Y que seguirá hoy, dentro de unas horas. Y ya era hora.
En realidad, ayer el día empezó bien desde la mañana: iba de paseo haciendo mis labores más livianas y rutinarias cuando le di al play y el azar quiso elegir el “Ride Ride Ride” de Vetiver. Me alegró la burocracia y las colas tediosas. Me enfiló el día.
Salimos de casa prontito por la tarde, nos metimos en el metro y nos plantamos en la fnac con ganas de ver en directo a We Are Standard pero sin poder hacerlo. Y es que la gente salía apelotonada por la esquina de la minúscula cafetería igual que rebosa la espuma de la cerveza en una caña fresca. Aún así, lo intentamos, nos buscamos un hueco pudiente al final de la corriente, justo delante del base del Gescrap Bizkaia Raúl López, y escuchamos a ciegas un par de canciones. Después nos fuimos a enredar por entre los estantes. Bajamos del primer piso, y ya se había terminado el guiso. Deu Txakartegi huía por el pasillo a velocidad indielectrónica y nosotros le imitamos. Fuera, al abrigo del frío, el cantante y el jugador de baloncesto despachaban amigablemente y nosotros poníamos rumbo a Ledesma en busca de un par de esas pobres metáforas que me inventé para explicar que el bar estaba lleno de gente.
Primer intento, frustrado. Así que después del mini bocadillo vegetal sin chicha ni limoná, nos fuimos al Muga, nos tomamos otro par de metáforas, y media hora más tarde nos fuimos a por el segundo concierto de la noche: Toro y la Niña del Frenesí, que así, a primeras, no sabes lo que te espera. Parece el título de un cuento corto de Haruki Murakami o el último sarao flamenco en El Taranto almeriense. Ni lo uno ni lo otro, pero mejor, aunque la comparación sea imposible. Nosotros íbamos informados por fuentes cercanas a la Casa Blanca, aunque aún guardábamos ese porcentaje impagable de sorpresa expectante que hace que los conciertos sean aún mejores cuando la sorpresa, al final, resulta agradable.
Toro y la Niña del Frenesí son dos, supongo que Toro a la guitarra y la Niña del Frenesí, Virginia, al micrófono. Tocaron anoche en un Umore Ona bastante repleto y muy limpito, con un público que hablaba demasiado al fondo pero que se rindió, por nuestra esquina, a la demostración enérgica de la capacidad comunicativa de los elementos más sencillos de la música. Lo digo de una manera menos pretenciosa y complicada: que una buena voz y un buen guitarrista se sobran para emocionar si la voz es buena y el guitarrista también. El repertorio fue desde Megadeth hasta Amy Winehouse, pasando por Nina Simone o PJ Harvey. Y en todo ese viaje, la voz de la Niña ni desafinó ni se amilanó ante la variedad de registros. Al contrario, sin perder su propia personalidad, el Toro y la Niña se acoplaron a cada canción con una precisión de malabares y de artes y oficios. Si ya tiene que ser difícil versionar a Mariah McKee o subir las cejas como Janis Joplin, es una declaración de intenciones que, en tu segunda canción, te atrevas a cantar a Nina Simone, y, el doble tirabuzón, hacer lo que ella hacía al piano, con una guitarra acústica. ¿Quieres más? Luego le pones soul a Megadeth y cierras con la violencia erótica del “Rid of Me”. Si lo apuestas todo a un ocho difícil en la ruleta, no arriesgas tanto.
Así que el primer concierto frustrado se compensó con un concierto sorpresa, de las sorpresas, que, ya sabes, al final, resultan agradables.
Por lo demás, el Kubil cerrado otra vez, nos tomamos la última, de vuelta, en el Muga, cambiando el Toro por el Porco, y la música por la conversación. Y, como digo, hoy sigue el espectáculo y si no son los Right Ons en el Antzoki, serán los Vegabonds encá la Lola o Josh Rouse en el Azkena. Por opciones, que no sea. Por lo tanto, bye bye Sonics.
Una larga sequía de algarabía musical que se terminó ayer. Hace unas horas. Y que seguirá hoy, dentro de unas horas. Y ya era hora.
En realidad, ayer el día empezó bien desde la mañana: iba de paseo haciendo mis labores más livianas y rutinarias cuando le di al play y el azar quiso elegir el “Ride Ride Ride” de Vetiver. Me alegró la burocracia y las colas tediosas. Me enfiló el día.
Salimos de casa prontito por la tarde, nos metimos en el metro y nos plantamos en la fnac con ganas de ver en directo a We Are Standard pero sin poder hacerlo. Y es que la gente salía apelotonada por la esquina de la minúscula cafetería igual que rebosa la espuma de la cerveza en una caña fresca. Aún así, lo intentamos, nos buscamos un hueco pudiente al final de la corriente, justo delante del base del Gescrap Bizkaia Raúl López, y escuchamos a ciegas un par de canciones. Después nos fuimos a enredar por entre los estantes. Bajamos del primer piso, y ya se había terminado el guiso. Deu Txakartegi huía por el pasillo a velocidad indielectrónica y nosotros le imitamos. Fuera, al abrigo del frío, el cantante y el jugador de baloncesto despachaban amigablemente y nosotros poníamos rumbo a Ledesma en busca de un par de esas pobres metáforas que me inventé para explicar que el bar estaba lleno de gente.
Primer intento, frustrado. Así que después del mini bocadillo vegetal sin chicha ni limoná, nos fuimos al Muga, nos tomamos otro par de metáforas, y media hora más tarde nos fuimos a por el segundo concierto de la noche: Toro y la Niña del Frenesí, que así, a primeras, no sabes lo que te espera. Parece el título de un cuento corto de Haruki Murakami o el último sarao flamenco en El Taranto almeriense. Ni lo uno ni lo otro, pero mejor, aunque la comparación sea imposible. Nosotros íbamos informados por fuentes cercanas a la Casa Blanca, aunque aún guardábamos ese porcentaje impagable de sorpresa expectante que hace que los conciertos sean aún mejores cuando la sorpresa, al final, resulta agradable.
Toro y la Niña del Frenesí son dos, supongo que Toro a la guitarra y la Niña del Frenesí, Virginia, al micrófono. Tocaron anoche en un Umore Ona bastante repleto y muy limpito, con un público que hablaba demasiado al fondo pero que se rindió, por nuestra esquina, a la demostración enérgica de la capacidad comunicativa de los elementos más sencillos de la música. Lo digo de una manera menos pretenciosa y complicada: que una buena voz y un buen guitarrista se sobran para emocionar si la voz es buena y el guitarrista también. El repertorio fue desde Megadeth hasta Amy Winehouse, pasando por Nina Simone o PJ Harvey. Y en todo ese viaje, la voz de la Niña ni desafinó ni se amilanó ante la variedad de registros. Al contrario, sin perder su propia personalidad, el Toro y la Niña se acoplaron a cada canción con una precisión de malabares y de artes y oficios. Si ya tiene que ser difícil versionar a Mariah McKee o subir las cejas como Janis Joplin, es una declaración de intenciones que, en tu segunda canción, te atrevas a cantar a Nina Simone, y, el doble tirabuzón, hacer lo que ella hacía al piano, con una guitarra acústica. ¿Quieres más? Luego le pones soul a Megadeth y cierras con la violencia erótica del “Rid of Me”. Si lo apuestas todo a un ocho difícil en la ruleta, no arriesgas tanto.
Así que el primer concierto frustrado se compensó con un concierto sorpresa, de las sorpresas, que, ya sabes, al final, resultan agradables.
Por lo demás, el Kubil cerrado otra vez, nos tomamos la última, de vuelta, en el Muga, cambiando el Toro por el Porco, y la música por la conversación. Y, como digo, hoy sigue el espectáculo y si no son los Right Ons en el Antzoki, serán los Vegabonds encá la Lola o Josh Rouse en el Azkena. Por opciones, que no sea. Por lo tanto, bye bye Sonics.
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