Hace poco que un amigo mío debatía con su pareja cuál podría ser el nombre de su segundo hijo, hija en este caso. A ambos les gustaba Maren, que es un nombre en euskera, o como diría aquel, en vascuence. Mi amigo no las tenía todas consigo, así que llamó a Euskaltzaindia, insititución cultural fundada en 1919 que rige la normativa de uso de la lengua vasca. Según nos contaba en la grada de Lasesarre, en Euskaltzaindia le dijeron que Maren era un nombre masculino que encontraba su versión castellana en el nombre de Mariano. Así que rechazaron esa opción. Al día siguiente, mientras cruzaba un paso de cebra cargado con bolsas del Eroski (que por mucho que suene a ruso también es vascuence), escuché como una madre le gritaba el nombre a su hija para que no se retrasara y cruzara detrás de ella. Aciertas, la niña se llamaba Mariano.
En fin, curioso, y no tiene nada que ver con la música.
Aunque quizás Jarvis Cocker fuera capaz de escribir una nueva letra, ahora que reúne a los Pulp, solo con el material de esta ridícula anécdota.
Pero la curiosidad también asalta a todos aquellos quinceañeros que se reúnen en un garaje para ponerle nombre a su recién estrenado grupo de música. Y no solo los quinceañeros, también los músicos talluditos que celebran proyecto se encuentran con uno de los momentos claves de todo grupo de música que se precie: ponerle un nombre al invento. Daría para una tesis doctoral estudiar los ingredientes innovadores, extravagantes, sugerentes, iconoclastas, subversivos, miméticos, fanáticos, evocadores, sofisticados o pretenciosos que se perciben en la elaboración, ya sea barroca o minimalista, de la nominación de grupos de música. Yo no lo voy a hacer, ya he hecho la mía, y me costó mis muchos años de dioctrías, dolores de espalda, asocialidad variada y psicosis de pacotilla. Que lo haga otro.
Pero vamos a lo que iba que ya he plantado demasiada paja en esta entrada florida. Ayer, en el curro, que tiene estas cosas buenas, me permitía trabajar frente a la pantalla del ordenador, mientras escuchaba música. Como el portátil pertenece a una honorable institución que no fue fundada en 1919, apenas tengo música en el disco duro de este ordenador. Así que, como recurso, visito este blog de vez en cuando (así le subo el ánimo al contador de visitas), me pierdo en el universo myspace-youtube, o aprovecho las fuentes preñadas de otras páginas webs. Ayer, le tocó a my sweetheart the drunk, blog musical que se puede encontrar en la lista de enlaces de este blog mucho menos original y meritorio, y que es de obligada visita (hago el vínculo sobre el nombre, por si acaso).
Primero escuché el postcad del concierto en acústico que Lori Meyers hizo en Hoy empieza todo, programa madrugador de la parrilla de Radio 3 que me hace siempre de copiloto por la A8. Del mismo programa, escuché después el postcad del concierto de The Pains of Being Pure at Heart, mucho más sosetes que los granaínos. Después de todo eso, aún me quedaba más trabajo que teclear, y más ganas de acompañarlo con música, así que rebusqué en el buzón de las entradas antiguas del blog y me encontré con una entrada colgada el 5 de Enero con un enlace al "mastodóntico widget" en el que la NME proponía 100 bandas de obligada escucha durante el año 2012. Ahí que me puse. Algunas las pasaba a velocidad de vértigo porque la electrónica, bien y mal entendida, no es lo mío y me entra con cuentagotas, y porque aún estoy aprendiendo a apreciar el hip hop. Pero con otras me detenía de lo lindo e incluso aceptaba una segunda escucha. Así que andaba yo entretenido, igual que ahora me entretengo escribiendo esta entrada que parece no tener fin. Y en esas llegué a un grupo que me sorprendió ya desde el inicio por su nombre: Zun Zun Egui. No es extraño que me sorprendiera, ¿no? Igual te piensas que tengo talento y sé de lo que hablo, y me lo he montado de puta madre para cerrar ahora el círculo y hablar de otra institución que vigila el buen uso de otra lengua, la que ahora uso, porque Juan Antonio de Zunzunegui fue un portugalujo que contó con un sillón en la RAE desde 1957 hasta su muerte. Pero no fue por el novelista que estos tíos se pusieron ese nombre. Aunque casi. Porque sí, me puse a buscar, una vez más, por internet, abandonando mis obligaciones laborales, y descubrí que estos tíos de vascos no tienen nada, porque Zun Zun Egui, que ellos lo escriben separado, y con razón, son de Bristol, aunque dos de sus miembros, como sus nombres indican, Kushal Gaya y Yoshino Shigihara, tienen unos orígenes bastantes alejados de Bristol... y de Portugalete.
Pero con eso, no me di por satisfecho, y seguí a la caza, buscando una entrevista donde consiguiera averiguar el por qué del nombre. Y no fue difícil. Así de fácil: vieron el nombre de Zunzunegui escrito en la placa de una calle mientras viajaban por España, y ya está, se despertó la curiosidad lingüística porque, según la ya nombrada Shigihara, le hizo gracia, ya que "zun zun", en japonés, significa avanzar rápidamente, y "egui" es el adjetivo para calificar algo que es muy muy raro. Y tiene gracia, aunque Zunzunegui, Juan Antonio, quiero decir, no creo que corriera por muy raro que le pareciera algo. O quizás sí.
Ah, sí, por cierto, la música. Pues suenan muy modernos, tropicales y eso, pero con un toque psicodélico, desatado, que los hace muy prácticos si estás de humor (o con el colocón adecuado) para olvidarte de novelistas de principios de siglo y darle brillo a la pista de baile.
Pero la curiosidad también asalta a todos aquellos quinceañeros que se reúnen en un garaje para ponerle nombre a su recién estrenado grupo de música. Y no solo los quinceañeros, también los músicos talluditos que celebran proyecto se encuentran con uno de los momentos claves de todo grupo de música que se precie: ponerle un nombre al invento. Daría para una tesis doctoral estudiar los ingredientes innovadores, extravagantes, sugerentes, iconoclastas, subversivos, miméticos, fanáticos, evocadores, sofisticados o pretenciosos que se perciben en la elaboración, ya sea barroca o minimalista, de la nominación de grupos de música. Yo no lo voy a hacer, ya he hecho la mía, y me costó mis muchos años de dioctrías, dolores de espalda, asocialidad variada y psicosis de pacotilla. Que lo haga otro.
Pero vamos a lo que iba que ya he plantado demasiada paja en esta entrada florida. Ayer, en el curro, que tiene estas cosas buenas, me permitía trabajar frente a la pantalla del ordenador, mientras escuchaba música. Como el portátil pertenece a una honorable institución que no fue fundada en 1919, apenas tengo música en el disco duro de este ordenador. Así que, como recurso, visito este blog de vez en cuando (así le subo el ánimo al contador de visitas), me pierdo en el universo myspace-youtube, o aprovecho las fuentes preñadas de otras páginas webs. Ayer, le tocó a my sweetheart the drunk, blog musical que se puede encontrar en la lista de enlaces de este blog mucho menos original y meritorio, y que es de obligada visita (hago el vínculo sobre el nombre, por si acaso).
Primero escuché el postcad del concierto en acústico que Lori Meyers hizo en Hoy empieza todo, programa madrugador de la parrilla de Radio 3 que me hace siempre de copiloto por la A8. Del mismo programa, escuché después el postcad del concierto de The Pains of Being Pure at Heart, mucho más sosetes que los granaínos. Después de todo eso, aún me quedaba más trabajo que teclear, y más ganas de acompañarlo con música, así que rebusqué en el buzón de las entradas antiguas del blog y me encontré con una entrada colgada el 5 de Enero con un enlace al "mastodóntico widget" en el que la NME proponía 100 bandas de obligada escucha durante el año 2012. Ahí que me puse. Algunas las pasaba a velocidad de vértigo porque la electrónica, bien y mal entendida, no es lo mío y me entra con cuentagotas, y porque aún estoy aprendiendo a apreciar el hip hop. Pero con otras me detenía de lo lindo e incluso aceptaba una segunda escucha. Así que andaba yo entretenido, igual que ahora me entretengo escribiendo esta entrada que parece no tener fin. Y en esas llegué a un grupo que me sorprendió ya desde el inicio por su nombre: Zun Zun Egui. No es extraño que me sorprendiera, ¿no? Igual te piensas que tengo talento y sé de lo que hablo, y me lo he montado de puta madre para cerrar ahora el círculo y hablar de otra institución que vigila el buen uso de otra lengua, la que ahora uso, porque Juan Antonio de Zunzunegui fue un portugalujo que contó con un sillón en la RAE desde 1957 hasta su muerte. Pero no fue por el novelista que estos tíos se pusieron ese nombre. Aunque casi. Porque sí, me puse a buscar, una vez más, por internet, abandonando mis obligaciones laborales, y descubrí que estos tíos de vascos no tienen nada, porque Zun Zun Egui, que ellos lo escriben separado, y con razón, son de Bristol, aunque dos de sus miembros, como sus nombres indican, Kushal Gaya y Yoshino Shigihara, tienen unos orígenes bastantes alejados de Bristol... y de Portugalete.
Pero con eso, no me di por satisfecho, y seguí a la caza, buscando una entrevista donde consiguiera averiguar el por qué del nombre. Y no fue difícil. Así de fácil: vieron el nombre de Zunzunegui escrito en la placa de una calle mientras viajaban por España, y ya está, se despertó la curiosidad lingüística porque, según la ya nombrada Shigihara, le hizo gracia, ya que "zun zun", en japonés, significa avanzar rápidamente, y "egui" es el adjetivo para calificar algo que es muy muy raro. Y tiene gracia, aunque Zunzunegui, Juan Antonio, quiero decir, no creo que corriera por muy raro que le pareciera algo. O quizás sí.
Ah, sí, por cierto, la música. Pues suenan muy modernos, tropicales y eso, pero con un toque psicodélico, desatado, que los hace muy prácticos si estás de humor (o con el colocón adecuado) para olvidarte de novelistas de principios de siglo y darle brillo a la pista de baile.
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