¿Una crónica del concierto de The Sonics?

Más de un mes sin encerrarte en una sala oscura con gente sudorosa para que te revienten los tímpanos es mucho tiempo.

Por eso, ya el sábado cogimos con ansias los conciertos patrocinados por el ayuntamiento, aunque lo mejor estaba por llegar el martes, es decir, antes de ayer, cuando los Sonics visitaban la ciudad.

Lo del sábado fue rápido. Llegamos cuando Dabelyu terminaba su concierto, así que nos perdimos dos. Desde una esquina, asistimos al espectáculo porco y después aguantamos tres o cuatro canciones de Hamlet antes de bajar a comprar una porción de pizza y pillar camino hacia el downtown. De Dabelyu, poco puedo decir. De Hamlet, poco más. De Porco Bravo, podría decir algo más, pero hace calor en esta habitación y tengo ganas de terminar y bajar a fumar. En breve, diré que mi apreciación personal es que están más conjuntados que nunca, tienen más forma de grupo, las canciones suenan macizas, completas, Manu el Gallego se maneja sobre el escenario con una suficiencia mayúscula (a pesar de que se las tenga con el público) y que me van a tener que acabar pagando por dorarles tanto la píldora. O el píloro. Nota a pie de página, opinión muy personal: el grupo ha mejorado tanto, que podrían empezar a dosificar el uso de espectáculos secundarios. Hace tiempo que el espectáculo son las canciones y la música. Aún así, tampoco es que importe mucho: todo es rock y el rock lo es todo que decía no sé quién no sé dónde ni sé cuándo pero sé que le he puesto la tilde a todos los pronombres de interrogativo.

Digo.

Que luego llegó el martes.

Y había que currar. Directo desde la ciudad donde se hace la ley, recogí a la última estrella del celuloide en casa y nos fuimos a buscar al tercero en discordia que, con su larga cabellera, nos esperaba en eso que hemos dado por llamar el Koikili. Aparcamiento gratuito en los bajos de la sala, oh bella estampa la de la noche fría cerniéndose sobre los símbolos fálicos de hormigón, y al rincón de la comida rápida. En un costado del pasillo del ocio comprometido con el negocio, nos zampamos, entre los tres, una pizza barbacoa, una pizza napolitana y una ración de nachodoritos. Luego, cualquiera distinguía la culpabilidad de los ardores de estómago. Subimos al segundo piso, y una larga cola para que te timbraran la palma de la mano. Era el concierto de las hipotecas BBK. Dentro, pillamos sitio, charlamos con las estrellas locales, y cuando salen los Sonics, nos tomamos nuestro tiempo.

De verdad te lo digo, yo creo que lleva un tiempo. No es broma, hace tiempo que nos lavaron el cerebro y el rock and roll acabó por diseñarse como un asunto para tipos delgaduchos con aspecto angelical pero perturbado o traumatizado que apenas han superado la mayoría de edad. Encontrarse, de golpe, con cinco tíos a los que harías jugando a las cartas a las cuatro de la tarde en el bar de la esquina, te obliga a un proceso de asimilación inconsciente que lleva su tiempo. Al principio, todo te chirría, se ve raro, y tienes que aprovechar tu olvidadiza determinación para ahuyentar los prejuicios más exógenos (exógeno de ella, endógeno de ti, ¿sabes?) y dejarte llevar por la liberación mística y espiritual de la música en estado puro, que suena todo a burda palabrería presuntuosa, pero yo creo que es algo así si lo lees obviando mi ombliguismo.

El concierto fue corto, aunque no como para sentirse atracado. Quizás si en el bis. Pero mereció la pena. No voy a usar sus nombres de pila, me limitaré a nombrar sus funciones instrumentales, porque tendría que mirarlo en la wikipedia y sigue haciendo calor y sigo con ganas de fumarme un cigarrillo. El guitarrista se marcó algunos solos que demuestran que la agilidad en las manos tarda en perderse si es que se pierde. Las voces del teclados y del bajista (con quien jugamos a los parecidos razonables demostrando nuestra falta de humor) dejaron sensaciones parecidas y ganas de abusar de la manida frase de ya me gustaría a mí a su edad... Empezaron fuerte, fuertísimo, se dejaron llevar con la inercia de tantos años de profesionalidad y acabaron con poco pero por mucho. No me pidas mucho más. Te diré una cosa. Durante todo el concierto, me dolió la espalda y bostecé por la falta de sueño, pero no dejaba de preguntarme:

a) ¿Qué les llevará a estos tíos a venirse hasta este pueblo para tocar en directo después de tantos años tocando?

b) ¿Cómo hubiera sido verlos en directo en los años 60 o 70?

c) ¿Por qué me habré puesto hoy estas putas botas?

Luego, durante unos instantes, sin dejar de disfrutar de las partes instrumentales, me aprovechaba de ellas para jugar a recopilar mentalmente todos los grupos veteranos que he visto en directo: The Who, Edwyn Collins, Sex Pistols, The Godfathers, The Go-Betweens, Chuck Berry, Brian Wilson, lo que queda de The Doors, Morrissey y Nick Cave que igual se enfadan si les preocupara algo leer esta lista... De todos ellos, los más patéticos fueron los Sex Pistols, el mejor Edwyn Collins... Pero estaba en el concierto de The Sonics, así que me dejaba de imaginarme historias, y volví al concierto.

¿Esto es una crónica?

Es lo que sea.

Pero ahora sí, me voy de aquí que tengo las mejillas rojas y me apetece fumarme un cigarrillo. Punto.

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