Esta vez, no voy a emular a los plumillas de fanzine con chupa de cuero, porque no puedo, por mucho que juegue a hacer rimas ocurrentes. Si, al final, no fuisteis al concierto, muchos fueron por vosotros, porque el Antzoki presentó un aforo casi repleto para ver el estreno en directo del nuevo disco de Porco Bravo. Y, como era de esperar, no defraudaron.
Antes del concierto, alguno de ellos decía que no, pero estaban nerviosos. Nerviosos como solo se puede estar cuando pretendes dar lo mejor de ti mismo. Y lo hicieron. Y no caben reproches. Ni comparaciones. Las comparaciones son odiosas y recurrentes. Igual que hablar de las influencias, con las que también se trafica en el mundo de la música. El concierto del sábado en el Antzoki solo se puede comparar en una dimensión, la dimensión más privada y que incumbe solo al grupo del que hablamos. No sé cuántas veces les he visto en directo, pero discreparía conmigo mismo, si no dijera que ésta fue la mejor de todas. Porco Bravo superaron a Porco Bravo, y superarse a uno mismo es la única superación que merece la pena. Estuvieron más salvajes, urgentes, poseídos y directos que nunca, pero, en esa elevación a la máxima potencia, la música no solo sobrevivió, si no que superó, al espectáculo. Puedes enumerar los artefactos: la grapadora, el setlist en llamas, el confetti cayendo del techo, las bengalas, la bengala, los saltos en caída libre, los pogos, lo que quieras, pero lo que quedó por encima de todo eso fue el sonido que propusieron. Las guitarras enlazadas, el bajo repleto de fondo, la batería contundente, y la voz orujosa (porque los plumillas de chupa de cuero suelen usar aguardentosa y suena bien) del cantante.
Empezaron con problemas y terminaron como saben, con un bis que nunca lo fue y que rubricó un concierto que probablemente superen pero no habían superado hasta ahora, a mi humilde parecer.
Por lo demás, puedo jugar a crítico musical y hasta a cronista de sociedad y apuntar que estaba allí la piara entera y media ciudad fabril, pero eso está de más. Aunque quizás no lo esté. Hace años que Barakaldo disfrutó de su espacio deslumbrante en la historia musical más localista. Ahora, cuando el trono parece desalojado, puede que Porco Bravo haya conseguido volver a reunir el espíritu musical de una ciudad que siempre vivió despegada de las corrientes más convencionales y comerciales. Dicho de otro modo, si antes todos sabíamos quién era Parabellum o cantábamos a coro las historias grises de la ría, la policía y la heroína, ahora quizás vayan a ser ellos quienes reúnan el desencanto de una nueva crísis que aún no ha tenido su repertorio de himnos musicales. Quizás eso también sea mucho decir. Y una equivocación en sí misma. Porque Porco Bravo hace rock y el rock es una energía que no necesita de coyunturas sociales para tener nervio y fuerza. La misma palabra coyuntura chirria en esa frase.
Esta crónica chirría de principio al fin, y eso que aún no he escrito ni una sola falta de ortografía que yo sepa, ni una sola errata tipográfica, y mira que era difícil conseguirlo porque, vosotros no lo veis, pero yo estoy tecleando con solo cuatro dedos tiesos, los cuatro dedos que necesito para hacer los cuernos que empecé a hacer el sábado y aún no he conseguido quitarme de la mano.
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