Maga

Volvemos con el tiempo remedado porque no sé ni cuánto ha pasado ni por qué. Y dónde estamos. No hay que tenerle miedo a las preguntas, ni a lanzarse al agua. Aunque el agua sea salada. Tengo poco tiempo para escuchar música y no entiendo por qué, porque la música no entiende de tiempo. Mide el tiempo, cuenta el tiempo, lo escribe, para luego diluirlo, para intentar atraparlo cuando el tiempo se eterniza y después se evapora un instante antes de darte cuenta de que ha pasado. No hay que tenerle miedo a las preguntas.
Los sevillanos Maga son a mi entender, un entender demasiado caprichoso y tullido, uno de los grupos más capaces y más sorprendentes del panorama nacional. Sus canciones son como pequeñas joyas, bosques húmedos e impenetrables llenos de caminos, revueltas y claros donde el sol te golpea con un calor tan saludable que no te apetece encontrar el camino de vuelta a casa. Si "Diecinueve" o "El Agosto Esquimal" eran ya ese tipo de canciones que vibran en tu memoria como el eco de un viejo recuerdo al que siempre recurres en tiempos de zozobra, en su último disco hay nuevos ejercicios de auténtico talento melódico. "Sal y otras historias" es mi favorita, quizás porque como he tenido poco tiempo aún no he llegado al final de la floresta, pero no me importaría quedarme a vivir siempre ahí. Es acogedora e inquietante. Con un estribillo incómodo, con una historia reluciente, con un ritmo cautivador, "Sal y otras historias" te obliga a no tenerle miedo a las preguntas, te empuja a zambullirte, te invita a seguir adentrándote en el bosque sin tener miedo a perderte.
Pura magia en forma de acordes.

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