The Raveonettes

Ayer fuimos al concierto de The Raveonettes. Antes actuaron los The Black Box Revelation, belgas que facturaron (facturaron, sí, leo revistas) un garage rock al estilo de moda, solo con batería y guitarra, un guitarra que cumplía con el canon estético de la estrella de rock indie, alto, extremadamente delgado y con pantalones vaqueros elásticos. Viendo al batería tocarla daban ganas de ponerse a saltar encima de la cama. Fueron una grata sorpresa que se puede olvidar rápido, pero intentaremos que no sea así. Por su parte, los daneses salieron con solemnidad y se escondieron en una oscuridad mucho menos eficaz que en anteriores conciertos. Con un repertorio más variado, y con variado me refiero a los constantes cambios de rol, y con una base rítmica contundente y vibrante, repasaron prácticamente todos sus éxitos.
A resaltar esa canción que no conozco en la que tocaron durante más de tres minutos con tres panderetas y un bajo hipnótico para luego resolverla con un extrépito de electricidad en el que Sharin Foo parecía tocar la guitarra como si se estuviera masturbando con rabia y demencia. Menos 50s y 60s que de costumbre, y más Velvet que nunca, tocaron, tal y como le comente al oído a I, "Love in a Trashcan" a falta de un par para la despedida antes del bis. Como aquí hay que elegir una canción, elijo ésta. Una canción que se descubrió por si sola, de tanto sonar en el Aterpe hasta que uno de los tres le preguntó a M qué era eso que sonaba. Convertida ya en clásico para nuestros gustos compartidos, la tocaron sin entusiasmo pero con voluntad. Por cierto, fuimos testigos de un robo, con alevosía, mano al bolsillo y salgo corriendo casi sin pedir permiso, de los que tanto dicen se están poniendo de moda últimamente. Y, ah, un recuerdo para el pincha del bar y su salto en el vacío que nos costó las bebidas y tener que limpiar varias prendas de ropa al día siguiente. Por lo demás, los Raveonetes bien, gracias.

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