Rock en Rontegi

 



Vuelve I y me dice: "he estado con B y K. Están ahí delante". 

Atrás, ya se escucha a Motorsex, como una motosierra gigante, trepanando los tímpanos de los convecinos, con el tino que les caracteriza. Trizas, las melodías. La distorsión, en tensión. Tienen que tener a alguien que les truca el volumen, un tío al que tienen encadenado, girando la ruleta del volumen eternamente. Si esto es verdad, al tío me lo imagino vestido con una camiseta de A Place to Bury Strangers, porque por ahí andan estos.  

Así que me levanto y le digo que si se puede quedar ella, que yo voy a ir un rato a ver el bolo. Mi hija tiene el dedo gordo del pie derecho como un hierro candente en una forja de pueblo. Estábamos sentados al borde del precipicio, viendo cómo la tormenta aparecía por el contorno del Argalario, prueba irrefutable de que he visto muchas películas apocalípticas: ¡nos invaden los reptilianos! Me cruzo la plaza, saludo a Begitxu, llego al meollo en un costado. En fila, y en la primera, como la barrera en fútbol, a nueve metros del escenario, están los Monotonos, a tono con el guisado de arriba, moviendo la cabeza y las extremidades como para probar que siguen funcionándoles las articulaciones. También está el batería de los Nasti de Plasti, a quien saludo: 

- ¿Mañana os toca a vosotros, no? 

M me dice que sí con la cabeza.  

Llega J, tira unas fotos, me dice algo, yo afirmo levantando las cejas, se va. Luego volverá. Y volverá a irse. El fotógrafo itinerante, intermitente, como el Guadalquivir. Hay que vivir. El primo de Weller mastica palabras. K está junto a la barra. Le enseño la leyenda a boli en la escayola de mi brazo izquierdo: "¡Tiparrakers a fuego!" Se ríe y añade: "¡Cagüen, para un día que no traigo rotu!" 

Sí, no lo he dicho, porque no venía a cuento: hace un mes salté desde una roca y toca ahora que suelde el radio. 

Lo digo, también, porque creo que ha llegado el momento de decirlo todo. Todo esto: sí, esto es la crónica de un concierto. En concreto, el del viernes 19 de septiembre de 2025, en la plaza de San Luis, en el barrio de Rontegi, donde coinciden la jornada del Udazkena Rock y el Rock'n'tegi, lo que supone que sin descanso toquen cuatro grupos seguidos: Motorsex, Malestar, Los del Humo y Leize. Esto es eso.  

Ahora: el problema es que no me acuerdo de mucho. Y no tomé notas, que estaba de fiesta. Lo que recuerdo, encima, quedó grabado así: como enredado, caprichoso, difuminado, sin relación. Y como yo no sé hacerlo distinto, lo cuento tal y como lo recuerdo. 

Seguimos:  

Los Motorsex, arriba, con las luces verdes, parece que me dan la razón. Nos invaden: son la primera banda reptiliana de hardcore-punk. Niko Vázquez, en una esquina, le pega con inquina a su instrumento. Hubo un momento en que me pareció verle refrescarlo con agua. Se reparte las partes vocales con su compañero de la derecha, nuestra izquierda, un Senén al que le queda bien cantar, y no le impide rasgar fuerte y agresivo, como siempre. Suenan, a mí me lo parece, más a Motor que a Sex, pero suenan bien, sobre todo porque, entre estos dos, está un batería de pegada constante, patrones fibrosos y ritmos elásticos que es capaz de sustentar el muro y, encima, darle brillo, ponerle zócalo. Puede que, de lejos, solo escuches el eco de la brutalidad, pero si te arrimas, si te fijas, se notan esas capas delicadas que apelmazan la metralla. Nunca estallan porque lo hacen desde el principio, que arrancan con una "Abandonen España" que no recibe la atención merecida. Luego traslucen "Violencia vertical" o "Pornomaster" y alguna con más bagaje como "Manhattan Fly". Niko Vázquez, de vez en cuando, tira de ironía para dar en la diana y le dedican a alguien el bolo y, aunque creo que lo sé, no voy a decirlo porque no lo oí bien. El final, con "Civilian War" y "Catholic Pain", queda rubricado. 



Vuelvo al fondo. Algunos ya se han ido, otros van a por más cerveza. La lluvia se presenta, fina y penitente, y de la misma se ausenta. No amenaza como decían que lo iba a hacer. Dicen que nos vamos a mover, pero empieza Malestar y me hago el sueco, aunque estos no van de ese rollo. Es, más bien, punk con saxo. Si han esperado 20 años para volver, bien puedo perderme un par de rondas para recibirlos de vuelta. Reconocemos a varios miembros. Iniciamos una discusión sobre el número de bandas en las que recordamos a uno de ellos. Acabo de acordarme de otra, J, pero no lo voy a poner. Ponen ellos actitud y mucha velocidad, algo de caos, y un buen empuje. Hay más gente y menos pogo. Pongo todo lo que recuerdo hasta que alguien vino y dijo, definitivamente, que nos vamos y yo también me fui, con malestar (chiste fácil), pero es que, en las fiestas del barrio, mandan otros ritmos que no son binarios. 




(...) (En estos puntos pasan cosas, que me ahorro, porque forman parte de otra crónica, más sentimental, puede, pero incluso más divertida. Ahora, como si volviera de un fundido en negro, pongamos que he regresado a la plaza de San Luis cuando Los del Humo ya han pillado carrerilla).  


Ahí arriba están. Entre el humo, o la bruma, Los del Humo, como en posición de ataque: la rodilla doblada hacia delante, las guitarras enarboladas y apuntando. También, abajo, ha mudado el paisaje: mucha más gente, y nos quedamos en la esquina. Punk-rock de estribillos pegadizos y mucho riff. La instrumentación toca a rebato, pero el vocalista abandera la acometida. Todos vestidos de negro, creo que recuerdo - el batería fue que no, ¿verdad? - porque me acordé de aquella canción en la que decían que iban a ponerse “lo más oscuro del armario". No suenan como los recordaba de aquella otra vez en El Tubo, pero es que aquellas paredes reverberaban con una magia muy particular. Esta vez, tuvieron que llenar el hueco al que se asoma la plaza y lo consiguieron con las canciones de su disco más reciente, Apartheid, que presentaron en Rontegi. 

Muy profesional, me ha quedado, esta última frase, cuando, en realidad, mi labor fue más de aguador, recorriendo en transversal y con insistencia la primera fila para acercarme a la pila de cervezas y pillar un par, para mí y para el fotógrafo no-oficial. 




Félix Lasa en el medio, aparentemente contento, escoltado a la diestra y la siniestra, y con su batería, por supuesto, a la espalda. Leize. Muchos - es imposible evitarlo - les tenemos situados en el territorio de la nostalgia, en los bares humeantes de nuestra juventud, en aquellos días en los que greñas y mohicanas, en ocasiones, se soportaban en el mismo tugurio, y lo mismo sonaba Barrikada que Kortatu, Leize que Tijuana, RIP que Gris Perla. Algunas de sus canciones quedaron como mojones, de esos que, en la carretera, te dicen por dónde vas, cuánto has recorrido, cuánto te queda para llegar. Sin embargo, la melancolía – evidente si intentabas calcular la media de edad alrededor - no fue la energía principal del bolo. Los Leize se mostraron impetuosos y dinámicos, intercalaron los viejos éxitos con temas más recientes, y le hincaron el diente al directo como si aún tuvieran el hambre y la mordiente de aquellos tiempos en los que eran una novedad. 

Por el principio del concierto, sonó “La rueda” y recuperaron el sabor del rock and roll con “Mi lugar”. Incapaces fuimos – incluso meto a alguno que ni la conocía - de no someternos a ese riff tan pegadizo. Luego, también volverían a “A tu lado”, “Sangre de barrio” o, por supuesto, esos dos minutos de viaje en el tiempo que, para muchos, fue el “Buscando… mirando”. Nadie rodó por el suelo, pero sí por el pasado. En “Pídeme”, cantaban en una estrofa que lo harían “sin condición”, y eso también lo repetían los Ruptura, cuando decían que eran gente de valor. En Ruptura, y luego en Vhäldemar, está Carlos Escudero, quien se subió para acompañar a los Leize en el escenario del Rock’n’tegi. Como prueba de que no se han quedado detenidos en el pasado, se marcaron, por ejemplo, una “Nora noa” que puedes encontrar en su último trabajo, 40 peldaños, con el que, además, vuelven al euskera. Fue cuando la iban a cantar, que Félix Lasa tuvo problemas con el micrófono: “Se mueve más que los precios esto”. Aunque hace años que el poema lo escribió Artze y Mikel Laboa le puso letra, también la versión que Leize hace del “Gure Bazterrak” es reciente, del mismo disco que he mencionado antes, y que seguro que para muchos aún está pendiente. 



Para pendiente, la que aparece si te asomas al vacío en la plaza de San Luis, que el salto te lleva hasta Triano y más allá. No daba vértigo, en esta ocasión, porque la música que ese viernes se desperdigó por allí nos mantuvo con los pies en el suelo y atentos al escenario. Una buena ración que no sació las ganas de seguir hidratándonos después, el resto del fin de semana también, porque no hay nada más efervescente e hidratante que unas buenas fiestas populares. Fíjate si será así, que una semana me ha llevado encontrarme y encontrar la manera de tapar los huecos de la memoria con la fantasía de lo que no sé tan siquiera si, en realidad, pasó. 

Aún así, te lo conté. Y ya no hay vuelta atrás.

Posdata: En lugar de colocar la leyenda debajo de cada foto, te lo resumo aquí de a una. Todas las fotos son obra y gracia de Jorge Alejandro Skrainka Fabbiani, convertido en fotógrafo oficioso de las fiestas de Rontegi y, por ende, del Rock'n'tegi y, de rebote, de aquella sesión del Udazkena Rock. Tiene más, y mejores, que aquí solo abuso de robarle una pequeña selección. 

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