Fotografía cortesía de Remigio Arbe, el arte del instante |
El verano tiene estas cosas y algunas mejores. El año pasado fue Coyote Dax, este año, Azúcar Moreno. El momento: las fiestas de las Nieves en Guriezo. No pudimos resistirnos, por las oscuras razones que fueran, y volvimos a presentarnos allí, en El Puente, detrás del ayuntamiento, sin saber muy bien qué esperar ni por qué.
El ambiente prometía. Las terrazas de la plaza estaban repletas. El niño de vacaciones tocaba los huevos con los petardos. Los autóctonos se mezclaban con los forasteros, muchos con pañuelos amarillos al cuello y hasta con camisetas coloridas que los agrupaban en peñas. Olía a brasa. Y otros se la daban a los camareros. Los adolescentes pasaban con tumulto y sus abuelos se despreocupaban con un chorrito de ginebra. En el recinto festivo, lo mismo: puestos de fruslerías, barracas, la hilera de cabañas que hacían de txoznas y toda la gente agolpada debajo del toldo gigante, esperando desde temprano a que empezara el concierto. Había más gente que el año anterior y, aparentemente, más excitación, ganas. La platea de yerba estaba repleta y hasta la última fila rebosaba de gente que hacía tiempo pidiendo en los bares, haciendo colas para cenar un bocadillo calórico, persiguiendo a sus hijos, tirando con la chumbera o lo que fuera.
No fueron puntuales, pero poco les faltó. Salieron las dos hermanas Salazar saludando al personal, despúes de que alguien las ayudara a subir las escaleras. De elegante negro, una en pantalones y otra en falda larga, fueron de esquina a esquina, con el pelo al viento, para que su saludo llegara hasta el último rincón de la campa: ese recorrido escénico lo repetirían varias veces a lo largo del concierto, las dos en paralelo y con la espalda bien tiesa. Venían con banda, banda que presentaron luego, y que componían un batería, teclista, bajista, guitarra española y cajón flamenco.
Probablemente no te lo esperabas, pero aquí va la crónica:
Arrancan el concierto con material más reciente, que la primera que cantan es "La cura". Apenas tiene un lustro, pero le sacan lustre con los brazos abiertos como ofrenda al público, apuntando al infinito o al techo del escenario. A comienzos de este siglo, publicaron la segunda, "Mamma mía", cuyo estribillo ya reconoce la gente. Así entraron en faena.
Entre ambas canciones, ya comenzaron a amenizar la velada con plática: nos dan la bienvenida y dicen que desde ahí arriba se ve todo muy bonito. Hablarán tanto o más de lo que cantan. Moverse también se moverán mucho, repitiendo el camino de izquierda a derecha, azabache al aire cuando se ponen en el medio, brincando, incluso, y pidiendo muchas palmas. El cante se lo reparten con el percusionista del cajón, que hace más que coros e incluso incita al público a las palmas, convirtiendo el concierto casi en trío. Llegando ya al final del repertorio, ellas mismas justificarán los periodos extendidos de cháchara, diciendo que "hay que parar y recuperar". Nadie protesta. De hecho, en esos intervalos en los que dedicarán canciones, se contarán los años, recuperarán anécdotas, recordarán a amigos y elogiarán las bondades de los pueblos españoles -- "y si son de Cantabria, mejor", que es una frase intercambiable, me imagino, quién sabe -- nos dejarán frases contudentes y tatuables como: "Todo tiene arreglo menos la muerte", "nos gusta berrear, pero berrear bien", "la vida es muy jodida si eres guerrera", "la música es para siempre" o "la vida es un regalo".
Varias veces invitarán al público a que ocupen el espacio vocal en los estribillos y el público corresponderá. La tercera es ya un momento álgido con el "Devórame otra vez", donde el que se sienta sobre el cajón ya toma protagonismo. Luego recuperan "El amor" y "Debajo del olivo", que termina otra vez el percusionista con un fraseo rapeado. A alguno por el fondo, esto le deja descolocado. Tras hablar de manera genérica sobre la guerra y la paz, se lanzan a por "No me des guerra", también relativamente nueva, y luego llega una de las más bailadas cuando reparten mambo en su viaje por México para quitar la sed con tequila: "Mambo". Esta la grabaron hasta en cassette, que eran otros tiempos.
Vamos bien entre el pop y el flamenco, pero hay un momento para "romanticones" con dos medios tiempos seguidos antes de otro momento cumbre que llega con su "Hoy tengo ganas de ti", de 1996, y acaban saltando en el centro, justo cuando tengo la desfachatez de preguntarle a quien tengo al lado que si sabe quién es Toñi y quién es Encarni. Despúes de esta, piden aplausos para presentar a la banda y el público jalea y vitorea después de cada nombre, sobre todo, cuando hacen que se ponga de pie el chico del cajón, al que presentan como su sobrino, terminando con un toque sentimental: "qué orgullosa estaría nuestra hermana de verlo".
Ya están llegando al final y las hermanas hablan entre ellas: "¿Qué te parece si cantamos esa canción...?" Llega Eurovisión. Volvemos a Zagreb en 1990. "Bandido", por supuesto, no solo se convierte en un karaoke improvisado, también en una coreografía destartalada pero masiva. En nuestra esquina, las chicas bailan, los chicos reímos, nuestros herederos no saben dónde meterse.
En un final estudiado, se despiden y nos desean feliz verano, antes de arrancarse con "Solo se vive una vez".
La gente se queda por allí, como esperando más, pero, poco a poco, se colige que no habrá y se empiezan a desperdigar. Huele aún a una mezcla entre barbacoa y boñiga, que, cuando llegamos, aún salían y entraban del recinto los remolques con los caballos de la exhibición que hubo por la tarde.
Cuando íbamos camino del coche, pasando por Campo Isabel, uno que tenía la inspiración en las venas, le gritó al colega: "¡qué te saco!" y el otro contestó "¡un café con leche!" y el colega se indignó "¡Anda ya! ¿Con sacarina o con azúcar?" y el otro le lanzó un doble tirabuzón: "¡Azúcar moreno!" Pero el amigo tenía aún más letanía y con una sonrisa, subió los brazos, bamboleó la cadera, e impostando un trastabillado acento caribeño le dio la vuelta a su contestación: "¡Moreno, aaaaasssúcar!" Y yo que lo oí todo mientras pasaba por allí, solo pude pensar: gracias por regalarme el título, por muy ridículo que parezca. Por cierto, al final, le oí gritar al segundo: "¡Ostias, que no, joder, roncola!"
Cruzando por Casa Angulo, camino de la campa, ya no se oyen ese tipo de conversaciones, pero todavía alguno sigue tarareando las canciones. Será porque, como dijeron ellas, Encarni y Toñi, Toñi y Encarni, "la música es para siempre", y alguna de sus canciones aún permanece fresca y sigue pinchando en las caderas.
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