Fiasco Review!!: Greatest Heads de Al Karpenter



Lo primero que he de decir es lo evidente: esto es territorio inhóspito para mí. En su día, dijo Mikhail Bakhtin que la mirada del que está fuera suele ser tan importante o más que la del afectado o el competente. Algo así: que da otra perspectiva, siempre interesante. No sé si la mía lo es, si suma o te la suda, pero, aunque sea ignorante y casi extranjero, o quizás precisamente por eso, te lo cuento. 

Greatest Heads salió el mes pasado, de la mano de Hegoa Diskak y Night School Records. Es un disco con los pies en una tierra pequeña y escorada, pero con la mirada universal y cosmopolita. Tiene reseñas en diferentes países, fue album del mes para The Quietus, ha sonado en radios donde hablan idiomas que tú y yo ni chapurreamos. 

Y uno de ellos es de Barakaldo: Álvaro Matilla, más conocido como Brutus. Que esto sea campo ignoto para el que escribe, se corrige un poco porque a Brutus le hemos visto tantas veces en un escenario que ya se hace hasta raro verlo abajo. Si no fue con El Palomar - tendría que decir que, de todos, mi proyecto favorito - pues sería con Morraia, con Kontubernio Kriminal Kosmiko!!!, Krpntrs, Lapidación Läser, Opus Glory Ignominia, 3l P3rro V3rd3, The Heart Junkies... o subiéndose con otras bandas para colaborar, ya fuera al micro o con el brutófono o solo para ocupar espacio. 

Pero no es solo él. Al Karpenter, en este caso, se completa con Marta Sainz, Enrique Zaccagnini y el reputado Mattin. Es más, en el disco, participaba Miguel A. García, alias Mikel Xedh, quien también goza de reconocimiento internacional, y al que dedican el disco porque desgraciadamente falleció recientemente. 

He leído, porque he tenido que leer, claro, que al disco lo sitúan en los parámetros del movimiento free music, a medio camino entre la música experimental y el noise, con una pizca de afro beat y algo de free-jazz, aroma a garage-rock y punk, dicen. En resumen: avant-garde, en francés, que suena mejor, aunque vanguardia, en castellano, a mí me mola porque me recuerda a Ramón Gómez de la Serna y sus greguerías, "lo más importante de la vida es no estar muerto". 

Pues por ahí irá. Yo distingo la distorsión de los ritmos para sugerir matices que se contrastan y hasta se repelen; el aire gonzo e irreverente, evocador y desconcertante; la electrónica que ayuda a una producción cuidada y etérea, llena de capas y visos; el trasfondo étnico, fronterizo, primitivo; y los ecos siderales, espectrales, reflectantes y asperjantes. Antes usaba palabras que existían, pero ahora no. 

El disco contiene diez cortes y solo uno supera la longitud estándar de una canción de rock. La banda parece que también imita esa estructura clásica para su propia composición, pero solo precisamente para demolerla, para subvertirla. Se escuchan palabras y berreos en euskera, inglés, castellano y francés, lo que hubiera hecho muy feliz a Jean Haritschelhar. Deconstruyen melodías y construyen dioramas musicales que implosionan y se expanden. A veces suenan fílmicos; otras veces, oníricos; muchas veces, primitivos, pero llevan carga política, reflexiva, social, lo que quieras, mientras samplean, investigan, exploran, percuten y hasta recitan. 

Desde un punto de vista personal, Greatest Heads es un desafío necesario. El impulso sempiterno de entender, de comprender, de racionalizar se hace añicos aquí. Por más que intento desentrañar, más se me revuelven las entrañas. Así que, al final, me dejo llevar por otro tipo de impresiones y sugestiones, que probablemente sean más trascendentales y nutritivas. 

"We Are All Karpenters" abre el disco y deconstruye la promesa de una melodía. "Mundo chabola" se expande con un espeso recitado y en "Izugarrizko Buruak (Greatest Heads)" la danza atávica se descompone hasta el delirio. "A Brand New Astraphobia" moja bajo una tormenta sideral. "The Most Grudgeful Lie" empieza en una autocine antes de que caiga la bomba atómica (esa es mi película). "Tout Avant de Devenir Rein" es una ecografía sónica rebobinada (la segunda parte de mi película). "Stop the Genocide!" tiene un taconeo industrial, que lo mismo parecen cartuchos que caen, que martillazos que pegan, que cuencas eléctricas en un valle de horror sónico (así termina mi trilogía fílmica). En "Worm City", la poesía decapita el funk sampleado. En "Death Song", la ultratumba se rebela y, en "Perfect Love", ocho minutos de exploración astral acaban por convertirse en una autopsia sónica.

Pues eso, que nunca debí salir de Santa Teresa. 


Comentarios