Brian mastica las palabras del cartel, mientras Marta pide, e Isa se gira para leerlo: “Bilbao… Basque… Fest”, repite el irlandés. “En inglés”, le vacilo, “para que lo entiendas tú y tus vecinos los escoceses”. Se ríe y me pega una toba. “Eso son pintas”, y la atención se escurre hacia las cervezas que nos están sirviendo.
Pues sí, el Bilbao Basque Fest se llama esto. No recuerdo exactamente cuándo fue la última vez que vinimos, pero Isa se acuerda de que nos coincidió con otra procesión. En el móvil, buscamos a ver cómo se dice procesión en inglés. Tiene coña, porque luego conoceremos en el Gure Txoko a dos holandeses que no tienen que buscarlo y nos enseñan las fotos que han sacado. Intentaron ir a San Mamés, dicen, pero no pudo ser. El segundo del Athletic vibró en el móvil de alguno mientras se fumaba fuera en el descanso entre los bolos. Fuera del Kafe Antzokia, quiero decir, porque de eso hablamos: de la jornada del jueves en el teatro bilbaíno, a la que asistimos en formato de cuarteto, y me refiero a los de las pintas de arriba.
Dentro, ya colocados en el centro, junto a la sección jarrillera-fabril, se aprecia más gente de la que se esperaba, dada la trascendencia de lo que se jugaban, cuentan, tres kilómetros río arriba. Luego, para la sesión de Micky & The Buzz, la asistencia se dobló. Sin duda, todo se tuvo que deber al horario.
En cualquier caso, vayamos sin prisa. Ahora, y más o menos puntuales, salen a escena los primeros, que, para la ocasión, son los Solomillo Wellington, una de las sensaciones más recientes del punk local, con gente ya curtida y una que se estrena en los escenarios, y un puñado de conciertos escogidos que les han llevado ya, con solo cuatro canciones editadas, a actuar en el Fun House, el Funtastic o al día siguiente de este en el Morticia de Ponferrada.
Salen los cuatro y se colocan en sus sitios. Uno de ellos, el guitarrista, va enmascarado y con un sol naciente nipón en el abdomen; el bajista, se viste con boina militar, parece el Coronel Trautman, y coloca el instrumento por encima de la cintura; la batería, al fondo, sentada, reclama paz y amor mientras los focos flambean su nutrida cabellera rizada. A la cabeza, se coloca la cantante, también con gafas de sol, y entendemos que homenajeando con el color de su vestido a sus orígenes. Situados, un parco saludo da comienzo al convite: “Gabon, Bilbao”. Poco más se dice, que despedirse lo hacen igual de económico, quizás porque no hagan falta más palabras, se bastan con las que cantan. Luego, además, tienen el lenguaje del abanico. En varias ocasiones, la cantante saca a pasear uno tuneado, a juego con su pie de micro, que, a veces, incluso, usa para darle aire a su batería. Una desconocida que tenía detrás parecía tenerle envidia: “Yo quiero”, le murmuró a su amiga. Y yo pensaba: que lo robe, como el otro con el pañuelo de hierbas de la Virgen de Tomelloso, y que pidan luego kalimotxo de rescate, a ver si se monta otro sainete. Es broma, por supuesto.
Arrancaron al cuello con “Demasiado poco bebo”, que estaba en la colección con la que se presentaron y que, en su momento, cerró la historia del sello Family Spree Recordings. Las otras tres que la acompañaron en aquel disco, también sonaron en este concierto. El resto, nos imaginamos, son nuevas que pronto pasarán al surco, porque hace poco anunciaban por redes que ya lo tenían grabado. Al no saber los títulos, tiramos – y nos fiamos – de lo que pusieron en el repertorio. Isa se lo pidió a Ana, alguien le pidió fotografiarlo, al final llegó a mis manos, y gracias a él te puedo decir que me sorprendió ver que la gente era capaz de corear “Thrombocid”; que “Insulta y corre” les podía servir de carta de presentación: interpelan, no se explayan, explicitan y siempre parece que están enfadados, a veces, eso sí, con humor; que “Bajonazo sideral” - me atrevería a considerarla como uno de sus “hits” aunque me ponga en evidencia - la gastaron a mitad del recorrido; y que con “Escoria humana” alguien gritó “¡temazo!” y con “La escena” alguien se dio la vuelta para decir lo mismo. También puedo decirte que el final, sin arrebato pero enérgico, transitó por el mismo derrotero por el que ya les lleva su espíritu abrasivo, incluyendo “Dientes, Dientes” y “Ahí os quedáis”. El título de esta, además, les sirve para despedirse.
Se aprecian las raíces de las bandas de las que provienen, tanto como de otras que habrán escuchado. Hay Desechables y Rezillos, pero también Los Retumbes y Campamento Rumano. Hay guasa y furia. Punk y más punk. Dicen que de la margen izquierda, pero a mí me suena más capitalino, pero punk en cualquier caso, de rictus serio, colmillo afilado, ritmos sencillos y, por supuesto, sin punteos ni redobles. Destacan las líneas de bajo y no pierden el tiempo: no llegaron a la media hora y se sacaron dieciocho filetes del solomillo.
Foto de JonBu, con Micky en el medio y los Buzz alrededor |
Con Micky & The Buzz, el local ha reventado. Ya había bastante público antes, pero se ve que ahora ya han cerrado el estadio y han colgado los capuchones. Para cuando entramos de nuevo, da pereza adentrarse en la jungla. Arriba, en el escenario, ya está Micky Paiano con su incapacidad para el reposo y la detención. Empezó a moverse cuando sale y yo no dejé de verla ir y venir, saltar y acuclillarse, bailar, sonreír, dirigirse al público e incitar a la alegría y la apoteosis, que, en más de una ocasión, se rozó y, para alguno o alguna, seguro que se llegó de sobra.
Esta vez, soy incapaz de ir a plazos y hacer una cronología, así que tengo que limitarme a lo general y abrir el plano, aunque, por supuesto, intentaré dar algún detalle concreto que os convenza de que estuve allí y que no me pasé con las cervezas.
Para empezar, nos pareció que había retoques en el quinteto titular. Carlos Beltrán, con su Gretsch roja, por supuesto, sí estaba, y acompañado de su saxo, bajaría los peldaños para intimar con el público. Estos también hicieron un repertorio largo, aunque les llevó el doble que a los otros completarlo. En ese tiempo, repartieron la lista entre material propio y esas versiones de las que consiguen apoderarse.
De tatuajes habló la vocalista, Micky Paiano, quien relató una anécdota a cerca de uno para así contarnos que había una relación de amistad entre las dos vocalistas femeninas de la noche. Estuvieron, me pareció, The Blasters y Los Lobos. Creo que luego, porque desde lejos y disfrutando del conjunto, abandonamos el interés por lo específico, pero creo que oí esa “Justine” de Don & Dewey que clavan, que no sé si lleva exclamación o no pero se canta como si el nombre la llevara y, en otra ocasión, recuerdo que a alguien se le ocurrió que sería perfecto para anunciar a una empresa de comida a domicilio de cuyo nombre no quiero acordarme aunque si no lo has hecho tú ya es que aquel no tenía razón y no sería una buena opción.
Igual, por destacar otra, diría que esta vez bailamos con más ganas la de Barbara Pittman, esa “Everlasting Love” que no sé por qué a mí me suena como navideña pero igualmente anima el alma en primavera. Por supuesto, la versión más sorprendente de la noche, y que más caderas movió, al menos por el fondo de la habitación, fue el “Girls Just Wanna Have Fun” de Cindy Lauper. El mismo empeño enérgico y cautivador se vio en sus propias canciones, como “Strong Woman” o “Coffee to Go”, que vivificaron tanto o más que las que toman prestadas.
Mezclando a Louis Jordan con Dave Alvin e Imelda May, dándole un toque de limoncello y teniendo, en la mezcla, un toque personal, nada puede salir mal, digo yo, que no tengo ni puta idea. Pero vi a la gente bailar y salir con una sonrisa, y es casi la misma estampa que veo siempre cuando acabo yendo a un bolo de esta gente.
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