Karate, boxeo y nada de perreo


En un jueves laborable, hacían parada en Bilbao dos bandas americanas con pedigrí y currículo. Por un lado, The Woggles, que creo que proceden de algún lugar de Georgia. Después, Barrence Whitfield & The Savages que se crearon en Boston, me parece. La falta de certeza a la hora de confirmar sus procedencias no va pareja a la convicción con la que llegamos. Y, como nosotros, muchas otras personas que petaron el Azkena. Había tanta gente en el costado como en el frente. Algunos y algunas que bailaban detrás de la oronda columna, desistiendo de ver nada pero afanados en disfrutar. El bulto se expandía hasta el final y junto a los baños había embudo en la rampa. Por resumirlo, que parecía que había ganas. 

Ganas de jarana tuvieron también ambas bandas, que, sobre todo en el caso de The Woggles, no dejaron de azuzar al público y de cumplir con el ejemplo, con mención especial para un Manfred Jones que hizo gala de sus motes porque estuvo poderoso ("Mighty") y dio una buena lección ("Professor") de lo que es ser el frontman de una banda de garaje. Y eso que gran parte de lo que hacía y decía, desde donde estábamos, me lo tuve que imaginar.  

Son muchos años los que llevan haciendo lo que hacen y siguen haciendo lo que han hecho siempre, por lo que yo había podido averiguar antes y confirmé en el momento: garage sin ambages, compaginando delicadeza con fuzz, buenas melodías, una pizca de soul, algo de saxofón para darle brisa a la pizca, mucha energía y advierto antes de hacerlo que lo voy a subrayar para que quede bien claro, una entrega absoluta

El sudor adhería la tela encerada a sus cuerpos. 

Hicieron un repertorio largo que compartieron, en parte, con los Savages. Andy Jody de pie con una pandereta junto a su colega en los Woggles, al que se le hacían los brazos de goma. Antes ya se había subido Peter Greenberg, quien recogió la guitarra que había abandonado Shane Pringle para empuñar el saxo. Ahora también volvía para acompañar a su batería y a los dos saxofonistas que escoltarían luego a Whitfield. Es decir, en un momento se juntaron nueve personas sobre el escenario. 

Manfred Jones bailó, interactuó con el público, se mezcló con él y repetidamente se volvía hacia la esquina para cantarle versos a alguien en concreto. Hizo karate en "Karate Monkey", su versión del clásico de Chubby Checker y bordó en ejecución todas las demás, entre las que, por mencionar alguna, recuerdo ahora "Do the Slug", "Baby I'll Trust You When You Are Dead" o "Please Leave Me My Mind". Todas sonaron a un mismo nivel de colorido y pujanza. 

Estuvieron, me atrevería a decir, más enérgicos que el propio público, a los que, hasta tres veces, les preguntaron en un puente si querían seguir escuchando la canción. Fue una ración rebosante de ese garage que media entre los géneros para producir canciones irreverentes y contagiosas. Después, hay que saber ponerlo en el escaparate y los Woggles se convirtieron en un ejemplo práctico de la ceremonia que estimula al buen garage rock. 


Volverían a subir al escenario porque los Woggles le devolvieron la visita a Barrence Whitfield & The Savages, incorporándose al espectáculo para reproducir aquel éxito que grabaron los de Boston en su anterior disco, "Pain". A dos voces, y con tanta gente, sonó hasta demasiado enmarañado, pero ellos se divirtieron, Whitfield y Jones discutieron sobre quién era más atractivo, y era solo la mitad del bolo, más o menos, así que hubo todavía más oportunidades de vibrar. Uno de los Woggles trabajó más que nadie porque Graham Day, al que los aficionados al sonido Medway reconocerán perfectamente por haber sido miembro de The Prisoners o Thee Mighty Caesars, que lo toca todo, se repartió el rol de bajista en este segundo bolo con otro insigne ayudante que se buscaron Whitfield y Greenberg, este más local, ya que allí andaba con dos cuerdas menos pero igual de eficiente Xabier Garre o Xabi Señor No. Otro invitado más fue Spencer Evoy, de MFC Chicken y Los Torontos, quien empuñó, en esta ocasión, el saxo barítono. 

Empezaron fuerte con, por ejemplo, "Bloody Mary" o "I Do My Best to Survive" y, aunque cayeron varias de su último disco, también volvieron al Soul Flowers of Titan e incluso mucho más atrás hasta los años ochenta, porque cerraron con esa "Walking with Barrence" que alargan eternamente hasta decir adiós. Es una versión de Frankie Lee Sims que bordan y que sirve para que se tomen un breve descanso antes de volver al bis. Pero, antes de eso, el recorrido fue intenso y expeditivo, destacando, por mencionar un par, cosas como "Slowly Losing My Mind" o la canción que le dedican a aquel boxeador de principios del siglo pasado que consiguió derrotar a Jack Dempsey cuando nadie lo esperaba. Si Manfred Jones practicó karate cuando versionaron a Chubby Checker, con "Willie Meehan" Barrence Whitfield le dio al boxeo sin guantes. 

Como decía, hubo bis, que abrieron con "Rumble Strip", destacando Andy Jody a las cajas y al comentario mordaz, porque Whitfield calificó la canción como una "titty-shaker song" pero comentó que igual los chicos no podían hacerlo (sacudir su pecho al ritmo de la canción, quería decir) pero el batería al fondo ironizó comentando como sin querer que alguno igual sí. Sí que se botó con su versión del "Ramblin' Rose" de los MC5, acercándose a un sonido Detroit que se les aprecia de vez en cuando, aunque yo, y no quiero ir de listo, los relacionaría más bien con The Dirtbombs. Peter Greenberg, siempre serio pero pulcro a la guitarra, tiene un basto conocimiento musical, al igual que el propio Whitfield, y ese bagaje se nota en los perfiles de unas canciones que brincan entren géneros, se hunden en las raíces, y suenan igualmente frescas y originales. Se lo puedes preguntar, si quieres, a Gerardo Urchaga, que los ha fichado para Folc Records (ahí puedes encontrar su último disco, Glory), y que apareció por una esquina cuando nadie lo esperaba para pegarse al micro de Greenberg e imitar un rato a Wayne Kramer. 


Y eso fue todo. Bueno, hubo más, pero no procede deslucir la crónica. Es mejor parar aquí, que a ti, si no viniste, no te va a llegar, pero a los que estuvieron, seguro, aún les dura el murmullo, aunque ya estemos en domingo. Pongo un título, publico, y mi recomendación del día: que la próxima vez no te lo tengan que contar. 

Comentarios