Calvos, melenudos y otros asuntos menores



Me pierdo, pero es que, coño, el aparcamiento de la Atalaya del Gardoki parece la garganta de aquel gorila gigantesco que se encaramó a lo alto de un edificio de Nueva York. Nueva York no es esto, pero alto está. 

                      

Reconozco la furgoneta de Los Retumbes y aparco al lado. 

 

Doy la vuelta a tientas, que parece que estoy buscando la casa abandonada en las Colinas Negras. La luz aureolada del aeropuerto, ahí debajo, en medio del valle, parece una herida de sable en el pecho de un soldado decimonónico, toma ya. Así de cansado llego, que se me ocurren esas cosas.

 

Después de un largo día de trabajo, mi cuadrilla ha tenido a bien terminar aquí, al otro lado de la ría, subidos a una colina, escondidos en un bar que más bien parece ese refugio con hoguera y una hilera de botellas de aguardiente que te encuentras inesperadamente en medio de los Alpes más escarpados, cuando estabas desorientado, claro.

 

Hasta me sacudo el frío cuando entro. Que chispea.

 

Veo que, en una mesa al fondo, la banda comparte cerveza y nachos, sentados alrededor de una mesa redonda, de madera, a la que luego tantearán la resistencia, desestimándola, pero que, finalmente, tendrá protagonismo. En la tertulia, también están Isa, Ana y Andi. Así que me acerco, saludo, sonrío, me dejo caer en la silla como un fardo de yerba seca, y suspiro cuando Isa me pregunta que qué tal. 

 

A partir de aquí, todo bien, gracias. 

 

Se llaman Sir Bald y Los Hairies, si quieres saberlo. 

 

El concierto comienza porque el dueño del bar se acerca a la mesa y les dice algo así como, “¡qué, chicos! ¿Empezamos?” Y Jorge Lorre se levanta como un resorte: “¡Sí, claro, vamos!” Se frota las manos.

 

En un visto y no visto están ya encima de la alfombra, que no hay tarima. El escenario es el fondo del bar, alfombrado y decorado con objetos y cachivaches varios. No puedes distinguir, casi, entre el atrezzo y los pertrechos de la banda. Allí caben desde sillas de enea hasta dos (yo diría) talismanes exóticos con faldones de brilli-brilli que cubren, creo, la PA. Cuando quiero darme cuenta, han empezado y estoy en primerísima fila. Me escoro hacia una esquina y me rodea la cuadrilla. 

 

Aquí paro y hago un inciso para que sepas de qué coño estamos hablando:

 

Mark Painter es su nombre. Hablamos de Hipbone Slim cuando toca con los Kneetremblers (Bruce Brand de los Thee Milkshakes, Headcoates o Masonics anda por ahí) o con The Crown Toppers. Hablamos de Bald Diddley cuando lo hace con His Wig-Outs. Tiene más apodos y nombres artísticos. Aquí y entonces responde como Sir Bald, de los Bald de toda la vida; del Baldshire; hijo de Baldimir, nieto de Baldemor. En serio, Mark Painter. Le acompañan los hermanos Lorre, que no tienen, que yo sepa, parentesco con Peter Lorre. Jorge y Martín López González, alias Jorge Lorre y Martín Lorre porque están en Lorre y también pluriempleados en Wavy Gravies y Bo Derek’s. Cuando Painter se acerca a la península, al parecer, les pega un toque y se van de gira lo mismo que graban una jartada de canciones en media mañana, todo con la misma facilidad que tenemos tú y yo para prometernos buenos propósitos en Navidad (y no cumplir ninguno luego). 

 

Esta vez, presentaban trabajo, Escaped from the Zoo, y tú más que yo sabes que ya va siendo hora de que hablamos del concierto:

 

Que arrancan con Link Wray haciendo el gorila y sacudiendo la panceta. Es decir, con “Link Wray’s Gorilla” y “Shakin’ the Bacon”, la segunda incluida en este disco que presentan. Hemos empezado como si esto fuera un tour de force, así que nos dan consejos de salud: si estás de resaca, lo mejor es seguir bebiendo. De algo así hablan en “Hair of the Dog.” Rotundo comienzo, para que sepas de qué va esto, si no te lo han dejado ya claro con las rodillas electrificadas del bajista, los guantazos medidos del batería y la alegría por los trastes del cantante y guitarrista.

 

Hay una constante a lo largo de todo el bolo, que es el buen rollo y la energía. La sonrisa del bajista cautiva, y, de vez en cuando, suelta una perla que nos hace reír más fuerte aún. Mark Painter se esfuerza con el humor, también, y a Martín, el batería, le sale aunque no quiera. Así tiramos para adelante, como si estuvieras en una fiesta privada: interactuando, compartiendo, bailando con ellos en coreografías que se improvisan si hace falta.

 

Por debajo de esto, hay otras dos líneas continuas en el concierto, que, más o menos, coinciden en espíritu con lo anterior: el surf y el twist. Con varias instrumentales, dan ganas de ir a la playa, hasta a La Lanzada en noviembre, qué más da. En “Hairy Surfer,” Martín pide un segundo para quitarse la cartera del bolsillo trasero y poder sentarse mejor. Habrá más píldoras de surf, en distintos colores, todas con un aire refrescante y azuzando al pogo. Otro ejemplo es “Spanish fly” y Painter se explaya para explicárnosla, antes de tocarla. No es una mosca que putodefiende al país, no. Es un eufemismo con el que, en los setenta, se vendía un extraño potingue, una milagrosa pimienta que venía de Marruecos, y que prometía las mismas virtudes que hoy anuncia la viagra. Lo anunciaban en las revistas porno, nos cuenta Painter, que, puntualiza, él no leía. Retranca gallega para la glosa, cuando Jorge, con el acento acerado, se ríe: “¡Claro, lo de siempre, el amigo de un amigo!” Terminan la canción y Sir Bald se arrepiente porque teme estar dando la impresión equivocada. No se le ve muy preocupado, de todas formas. 

 

Hay más surf, como en “Surfin’ with the Ratfink,” y aquí aparece la otra constante que mencionaba antes: el twist. Más bien el baile en general, porque primero fue el cha cha cha. Painter nos pregunta: “Ready to cha cha cha?” y arrancan con “Dance Ramona.” Después del cha cha cha, llegará el twist, la conga y hasta el limbo por imposición. Sir Bald, primero, anuncia que da paso a una competición de twist. Y hace su apuesta: "Ana, my money is on you.” Apunta a la batería de Los Retumbes, quien acepta la confianza. Sin embargo, cuando termina la competición, se decide que hay dos ganadoras: empate técnico entre Ana e Isa. Ana, con guasa, protesta y Sir Bald, con más guasa todavía, se muestra inflexible: “I’m the judge, I fucking decided: two winners.” Solo fue el primer “round.” Cuando van a anunciar el segundo, hay una rebelión entre el público. Por el fondo, exigen que, ahora, se cambie de disciplina. Y, por narices, la banda tiene que improvisar el folclore de Santa Trinidad, para que dos asistentes sostengan el cinto que se quitó alguno y la gente pase por debajo del listón. Con paciencia, la banda aguarda, y luego pasan al “Twist in the Sand” y la que pasa es Ana a mi lado y me susurra: “Esta me gusta más.” Luego llega la conga con “The Diddley Conga” y volvemos al twist, en la parte final, con “Hubba Bubba Twist,” donde hacemos lo que nos piden y gritamos “hijoputa” en lugar de “motherfucker” y nos ponemos de cuclillas cuando se nos indica y abrimos la boca y flipamos cuando Painter se marca una voltereta con la guitarra en ristre. Vamos, como una clase de bailes de salón, pero después de haber esnifado la pimienta milagrosa esa que venía de Marruecos. 

 

El resto del bolo revela el talento de tres sujetos que se ven de vez en cuando y, sin embargo, demuestran tener el invento bien engrasado y preparado. Painter adelanta los temas con historietas que enriquecen lo que viene después. Puede hablar lo mismo de licor café (en “Rocket Fuel”) que del bautismo de apodos (en “Mr Freeze”). A veces, se explaya y hasta pide ayuda, como cuando nos cuentan cómo nació “Cangrejo diablo,” y en el repertorio hay evidencias de que es una canción verdaderamente nueva y fresca porque no la tienen mecanografiada, el título está escrito a mano en la lista, como si la hubieran incluido con prisa. Nos cuentan que les suspendieron un bolo y se consolaron pasando por el un estudio de grabación. Sin comerlo ni beberlo, registraron cuatro nuevas canciones, ésta entre ellas. Para ambientarla, Painter nos pide que bailemos como el crustáceo de referencia. Jorge, con gestos, nos explica cómo, y el tío tiene tanto talento moviéndose en horizontal que hasta él ve el parecido razonable y lo dice en el micrófono: “¡Como Zoidberg!” Y el friki que tengo detrás, se ríe. El que se ríe de sus letras es el propio Painter, quien, con mucha coña, las compara con Shakespeare. Más bien, Cervantes, dice alguien. Y mientras bebe, Sir Bald concluye: “como Dylan” y alguien, por detrás, se pone a cacarear en voz alta el “Knockin’ on Heaven’s Door,” por el amor de dios.

 

A veces, los prólogos solo anticipan lo que viene luego. Con “Escaped from the Zoo,” se nos indica que vamos a oír unos gustosos “Galician monkey noises,” y así es. También, por ejemplo, nos explican que vamos a escuchar una canción de Link Wray a la que le han puesto letra: “Gonna Bomb.” Otras veces, los huecos se llenan con coñas entre ellos. Jorge califica a Sir Bald de “rookie” porque se le derrama la cerveza al pegar un buche. Con “Tarzan Goes Bananas,” los que nos reímos somos nosotros, porque el grito de la jungla le sale al bajista tan profundo y retumbante que hasta él nos acepta la coña y se parte: “Ese era Weissmüller”. 

 

Por dos veces, se cambia el rol de las voces. Es entonces que se luce Martín. El tío está ahí atrás, sentado y en silencio, que parece que no está, y vaya espectáculo que da. Me giro para comentarlo con Andi, que vaya puta máquina que es el tío, ya tire con maracas, haga ruidos animales, se explaye con los platos o le pegue puntapiés al bombo. Por si esto fuera poco, coge y, encima, nos camela con su voz. Painter le presenta como el Sam Cooke de Galicia y él hace gárgaras de broma. Canta con el gesto torcido para llegar al micro una “Rey de Tablistas” que también hacen, me cuentan, Wau y los Arrrghs!!!, aunque es original de Los Doltons. Con esto no hay suficiente y luego vuelven a pedirle que se haga una de Los Monjes, garaje sixty mexicano, cuentan, que me recuerda a un verso en “Atrapado en el garaje,” la canción que abre el último disco de los Bo Derek’s. Que sí, joder, que se luce, jugando con la rugosidad, y sin dejar de pegarle a los parches. Eso sí, el pobre Martín, cuando termina la segunda canción, resopla y se soba las perneras, como diciendo, “ya está, dejadme en paz.” 

 

Suben la velocidad y la rabia hasta la bulla punk en “Shake It Off” y, como decía, creo que en “Death Defyin’” (si es ahí, gloria bendita, porque el título viene a cuento) Sir Bald se sube a la mesa que no parecía fiable. Se quitó la gorra para cantar “Baldhead” y ahí sí que sí me recuerda a John Locke, no al médico y filósofo, sí al personaje de ficción en Lost. Y, finalmente, nos dicen que el rock and roll acabará mantándonos y que así sea si va a ser así. Se despiden con “R’n’R Is Gonna Kill You”.

 

Pues sí, mira que el día fue largo, me perdí y me dejé caer como un fardo, que contaba al principio, pero me he quedado más cansado ahora al escribirlo que en el momento, cuando la energía y la empatía no permitían ni pensar en el dolor de piernas. Además, al final, hubo tercer tiempo, echando risas y humo con la base rítmica en la terraza, mientras la noche se abalanzaba sobre el terreno y nos subíamos las solapas de los abrigos. Los calvos teníamos frío, pero los melenudos también. Asuntos menores, dado el calor que quedaba prendido después de un bolo con el que no nos creció el pelo de milagro. 

 

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