Artbuio

 


El arte que no tengo yo, lo tienen ellos. Uno, al que no apunto, tuvo arte para jugar de portero y entretener a los niños. Y a los que no eran tan niños. Otro, que no para, lo tenía para sacar fotos como la que corto y uso como ilustración de esta entrada. Aquellos, en la barra, tuvieron el arte necesario para cocinar con pulso el arroz en grandes cantidades. Y, por último, los verdaderos protagonistas del día hicieron gala del suyo para invadir con música la naturaleza que resiste al hormigón. No, no desesperes, que ahora me explico. Pero lo que quería decir es que el otro día en Arbuio, hubo mucho arte. Arte del que no lleva mayúscula porque es arte del bueno y de verdad. Todo el mundo por allí parecía tener un arte, como dicen los andaluces, que quitaba el hipo. Nos tomamos una ronda en El Pino, por cierto.

Que sí, espera. Lo prometo. Ahora pongo orden y concierto, que es a lo que fuimos. Me explico. 

Te estoy hablando del primer Paella Rock. Te estoy diciendo que allí estuvimos, junto a la ermita de Nuestra Señora de la Guía, toda la cuadrilla, en Arbuio, y alguien dijo Paco Buyo y otro dijo que no, con la cabeza. Cuando aparcamos, junto a la cancha multideporte, salí del coche, estiré las piernas, y a la izquierda, en una calle estrecha, vi a un grupo de vecinos sentados en sillas de plástico, probablemente refrigerándose en la terraza menuda de lo que parecía un bar que ocupaba el lugar del piso bajo que tenían todas las demás manos en el edificio: "Andi, luego hay que tomar algo ahí, sí o sí", le dije al que tenía al lado. Que asintió. Y así fue. Fue entonces cuando vimos el frontón enfrente y, al lado, otro bar, esta vez, el que realmente habíamos venido a buscar: el bar El Refugio. Diré de él tres cosas solo para comenzar: hizo honor a su nombre, uno; dos, por detrás, por el lado que da al río, parecía una estación de tren abandonada en algún remoto pueblo de Oregón; y tres, cuando terminó el sarao, se confirmó que había subido de rango. Además de refugio, ahora, para muchos, es ya casi un templo. 

Me templo yo. En serio, orden: el Paella Rock era un festival organizado igual que una barbacoa entre amigos. Reunía a tres bandas (al final fueron cuatro) en el Bar Restaurante El Refugio de Arbuio, con actividad desde el mediodía, porque muchos fuimos con la promesa de que nos saciaríamos de arroz y luego haríamos la digestión con buen rock and roll. Y tal como se nos prometió, ocurrió. Después de unas cuantas cervezas a la fresca de la maleza, protegidos por la sombra de los montes, escuchando, como un fantasma que se esconde, el eco del tren que pasaba indiferente por el otro lado del Cadagua, nos sacaron el arroz, de marisco y de carne, y la gente se sentó en sus mesas, las conversaciones fluyeron, los cubiertos se hundieron en la garganta, y se oían más las risas de la peña que los trinos de los pájaros. Vamos, que todo bien. 

Luego, cada uno hizo lo que quiso con su tiempo de sobremesa. Unos se quedaron en sus mesas y otros cometimos los errores habituales, dedicándonos al deporte cuando el deporte no quiere dedicarnos ni la más mínima atención. Reírnos nos reímos. Dolernos nos dolimos luego. El juego no valió por el resultado pero sí por la compañía. Lo mejor, eso sí, fue sentarse luego en la mesa, agarrar la cerveza fresca, y lamentar apaciblemente lo que acabábamos de hacer. Para cuando recuperé el resuello, empezaban los conciertos. Allí mismo, los organizadores apartaron unas sillas y unas mesas, y, bajo el tejadillo de la terraza, se colocó la primera banda en un escenario que no fue tal porque no hubo, que siempre funciona mejor el suelo. Lo que no hubo tampoco fue disculpa ni magulladura ni ternura de la edad tardía que valiera. Aunque nos dolieran las articulaciones y la vergüenza, nos pusimos de pie y nos fuimos a la primera fila (bueno, igual a la segunda, pero qué más da).

Vamos ahora a cambiar de párrafo, no sin antes advertirte de que me dejo ya de sucedidos y prolegómenos y pasamos a lo que procede, que son las canciones y quienes las cantan. Por orden de aparición y sin miedo a la digresión, ahí va el tostón:

No han empezado y ya les gritan que ¡una de Los Roñas! Esta vez, es broma, la culpa la tienen ellos, que el bajista vestía camiseta de la aludida banda barakaldesa. Por allí andaba su batería, que se uniría luego a los Toxik 76 para cantar alguna. Pues sí, ellos son los que nos preguntan que qué tal llevamos la digestión y, sin avisar, empiezan con la caña a saco: Toxik 76 llegaron invitados a última hora, soltaron un repertorio corto pero intenso y luego se quedaron por allí para ejercer de público agradecido y hasta colaborar. Habían tocado las que entran en una mano, incluida una que hablaba de maquis en el monte y otra que les ayudó a cantar Silvi, cuando dicen que van ya a por la última. Con esa, enseñan los dientes y mienten, por suerte, porque hay mucho más. Nos llaman alimañas y hablan de la televisión mientras se reproduce el pogo. Oigo punk en sarta: "Esta plaza da muchos nervios. ¡Aupa Baraka!" La siguiente creo que se titula "Punkis mutilados", que cae a peso sobre el grueso de la primera fila, donde Animal está suelto y grita "¡Me tenéis hasta los pezones!" mientras se levanta su camiseta y los enseña. Dan las gracias a Bazi y dicen que es el cumpleaños de alguien, cuando sale a echar un cable Elemento y la peña grita hasta bien arriba el estribillo de una canción de los TNT que parecen conocer todos y todas. Hablan de tóxicos primero y cierran luego con Código Neurótico, pidiendo algo más de salseo en el frontis, que lo habrá, y, de hecho, los ya mencionados Animal y Elemento, Elemento y Animal, se roban los micros y les ayudan a despedirse como empezaron, con las gargantas acalorándose. 

Läks son los siguientes. Alguno, entre el público, ya va caliente. No sé quién es pero grita en mi tímpano: "¡Läks Tour International!" y su colega pone cara de susto y le recrimina: "¡Eh, tío! ¡Sin insultar!" Se lo está pasando bien, mujer. Qué sería de la vida sin estos momentos de humor. Amor también hay. Vuelvo a la mesa mientras se visten los Läks y charlo con mis amigos y amigas en lo que se ha convertido ya en nuestra oficina del día. Después de cada bolo, volvemos todos a la sala de reuniones, y uno cuenta un chascarrillo, otro pregunta que qué te ha parecido, una se cuelga de un árbol y otra dice que le toca ronda. Y así de felices y relajados, nos sorprenden los Läks ya aparentemente preparados. Pero les cuesta. El guitarra que también es vocalista nos da la espalda e intenta encontrar el sonido, mientras sus compañeros se aburren de probar y parar otra vez: "¡Y así es todo el rato!", dice uno de ellos, el bajista creo, con buen sentido del humor. Nadie se lo toma a mal. Hay tanta paciencia como ganas de que empiecen. Ahora sí: se chocan los puños. Platos y a atizarle. Están muy altos. No se oye la voz. Javi Rubio se pone nervioso y camina de una esquina a otra, mientras murmura al oído de quien se encuentra por el camino: "que se bajen, que se bajen". Pero hasta que no lo grita el batería de los Tiparrakers no lo hacen. Una vez hecho, todo suena mejor y se aprecia la raíz escandinava del invento. Dos guitarras hermanadas, voz con actitud y a piñón en la base. Explican que son del otro lado del río, de un sitio que se llama Zaramillo, donde no llegaba el humo de la fábrica. Animal hace el gallo y el bajista flipa, le pide que lo repita en el micro. Animal, que educación tiene mucha, le complace hasta dos veces. Ya no estamos en El Refugio, ahora estamos en La Granja. El cantante se flagela: "Canto tan mal que hemos tenido que bajar varios tonos las canciones". A mí, me suena. La cara de este tío, me suena. Ana aparece a mi lado y estoy por preguntarle, pero luego recuerdo que no es buena fisionomista y desisto. Entonces, creo que oigo que dicen que han tocado un par de canciones de Hartzak Blues Band y se me enciende la bombilla. ¡Claro, ostias! Este se sentaba detrás. Con los Hartzak y también en Michigan, que no nos olvidamos de Detroit. Suena "Deabrua", que la reconozco porque he hecho los deberes y me he repasado su trabajo antes de venir, Fermín. Ahora, puede que me confunda, pero hay fundamento cuando aprecias por el fondo a los Turbonegro, ¿no? También tocan "La del salmón", porque cantan en varios idiomas. En un interín, me parece que cuentan que este es su último bolo porque se disponen a grabar nuevo material, "con Mario en Slippery". Suena a tope "Prest" en el tercio final y terminan con el "Todo por nada" de MCD y alguien se gira a ver si sigue por allí Niko Vázquez, que estuvo, pero ya no le encuentran. Pudo haber estado mejor, pero dejaron ganas de volver a intentarlo la próxima. Y, por cierto, es oportuno ser agradecidos y reconocer la doble labor del vocalista de los Läks que se pasó el resto del festival ejerciendo de preocupado técnico de sonido, que, además, tenía a bien escuchar la opinión de los que andaban por allí.  

Yo me quedé, como detenido, en ese momento en el que engarzan, seguidas, "She's My Witch" y "Blue Moon" y eso que Rioja salió de su burbuja y volvió a la realidad: tímidamente pidió que tuviera cuidado alguien que se puso a perrear con las dos manos apoyadas contra la pared. Aún así, si te fijas bien, parece que, en lugar de aliento, le sale de la garganta como un universo oscuro, enigmático, casi paroxístico. Yo me imagino las conexiones neuronales del cantante como minas que explotan con cada sílaba que desgañita. No llegan a la hipnosis, pero juegan con el estado de nuestras conciencias. Son Los Paniks y después siguen con "We Were 7". Con la boca casi sobre el micro, David mira de reojo a Rioja para rozarle en el verso. Cogen el rock y lo troquelan, lo llenan de agujeros por donde entran misterios que parecen tan frondosos como un bosque encantado. En un momento que se esparcen, lamentan que no han comido arroz con bogavante. Por el medio, se presentan como por inercia, aunque el saxofonista sí hace un chiste o algo así. No te lo dije, ¿verdad? Para la ocasión, y por sorpresa, aparecen con el saxo en una esquina. Vestido con peto vaquero y badana en el bolsillo trasero, viene con ganas de rodeo y zarzaparrilla. Si las canciones de Los Paniks ya van de por sí preñadas de caos y enigma, imagina cuando éste se pone a soplar. Nadie le detiene y pocos entienden su lenguaje, aunque nos dejamos engatusar, por supuesto. Te lo he dicho ya, ¿no? Hablamos de Los Paniks. Terceros en la lista. Vinieron con un repertorio nuevo y Patxi no lleva zapatos. Tienen bolo en la capital muy pronto y se han tomado el trabajo de pensar un poco el orden y la longitud del setlist. No te creas, siguen siendo ellos. Esta vez, no utilizaron la prueba para ensayar, pero sí que probaron sonido mientras tocaban la primera de la lista. Por eso, técnicamente, la que empezó el bolo fue "Shot Gun Blast", que lo lleva advertido en el título, ya te azota la cocotera como si tu madre te diera toñas para que dejes de holgazanear. Hicieron las versiones, sí. La de Dead Moon, la de Reigning Sound, la de los Oblivians. Con esas tres referencias, si no los conoces, que lo dudo, ya tienes hecho el nudo y no se te escapa la definición. Terminaron, como siempre, con  "Alvarez Kelly". Por el medio, cogieron el tren, no el de Feve, cuyo eco aún traqueteaba por la cuenca; recordaron a "Maribel"; azuzaron a la "Avispa"; se calmaron con "Fire of Love"; perturbaron a la peña, que ya no se supo contener con el rock and roll primitivo, en "Colecciono huesos"; y le hicieron un último guiño al género western con "Los valientes andan solos". Y, al final, solo te quedaban ganas de más. Se había echado la noche encima, las sombras acechaban, pero las canillas tenían ya una electricidad que no acababa de disiparse. 

Y quedaba la cumbre. La cúspide. El guateque final. Tiparrakers como postre, como guinda, como culmen, como apoteosis. Sí, sabes que este es su hábitat. Que en la fronda no se pierden, que en el suelo se crecen. Que les crecen los tríceps cuando se ven en situaciones como esta. Jon Ander se convierte en John Bender en el Instituto Shermer y patea culos de subdirectores como si no hubiera un mañana. A falta de espacio para expandirse a lo ancho, se dedica al largo, internándose entre el público como Willard en el río Nung. A una le quita el móvil, al otro le abraza, a este le empuja, a esa la asusta, enseña amígdalas, se adentra en la multitud con el dedo que apunta a lo insondable. Qué banda y qué tío, que no le importa ni que le griten que lleva una camiseta color "benemérita": "Para mí es botella vino", se defiende. Y luego se explica: "La única que me quedaba limpia". Ya van llegando al final cuando ocurre esta conversación. Para entonces, casi nos hemos olvidado de que comenzaron embistiendo de lo lindo: "Enemigos todos" y "No comprendo", con Senén poniendo la guitarra casi en el suelo desde el principio. Tocan varias nuevas que prometen próximas noches de sudor y epifanía: "Anestesia", "Cardíaco", "Ni animal ni dios" y "Joven muni", que Edurne e Isa preguntan que qué dice, y yo me atrevo a acertar, pero no sé si lo de muni viene de municipal o de Iker Muniain. Van sacando éxitos de la chistera: "La puerta", "Noche trankila", "Don Nadie" o "Buen rollo", donde se luce Jero con la línea de bajo y un poco más abajo, sentado, está el jefe, a la batería, pergeñando el ritmo; tiene que aceptar, una vez más, el atrevimiento de su cantante, cuando Jon Ander cambia el nombre de una canción y se sube de nuevo donde no debe en "Triángulo, cuadrado, bombo". También tocan "Relato tenebroso" y dicen que "Controlo", va luego "Se te ve" y cogen velocidad en el esprint final con un cierre de repertorio brutal: "Su eco", "Salvaje", "Buscando acción", "Leche de burra"... El pupas de su cantante tiene un guiño para este blog cuando nos recuerda nuestro error al confundir original y versión en una crónica anterior. Cuando van a tocar "Ain't Nothing", de espaldas, dice: "Venga, una de Green River". Antes, celebró que existan los defectos, nos mandó elegir entre el rock and roll y el baloncesto (quizás porque, a poco más, y no puede cantar por cometer una flagrante falta en defensa), se puso melindroso al recordarnos que lo importante es sonreír y propuso terminar con una bachata, que, según él, es lo que mola en Arbuio. También tuvo para la organización, se acordó de los ochenta y de los Pota Freska y tuvo la delicadeza de vestir botas deportivas con los colores de la ciudad fabril. Para celebrarlo, hizo lo que no consiguió Javi Rubio, y se encaramó por los barrotes de la ventana. Mientras tanto, sus compañeros de banda, permanecían en silencio, pero sonriendo y enmudecían la noche con la vibración de sus instrumentos. Se nos hizo rápido: ya estaba el micro abandonado y el concierto terminado. A nuestro lado, Jon Ander se ríe: "Yo no sé qué hacen estos, pero yo me voy para casa". Y se fue, pero no entonces, porque sus compañeros querían más: para cerrar la noche, el broche que describe lo que fue todo el día, "Over the Top". 

Y la gente se fue. Supongo que el eco se quedó un poco más de tiempo por allí. Me imagino a los guardianes de El Refugio, respirando por fin, ya solos, sin el ruido de los invitados. Espero que, por lo menos, les llegara el estruendo de nuestro aplauso, que se lo merecieron. No hacen falta festivales ni grandes presupuestos para revitalizar la escena musical de la provincia. Lo único que hace falta es que le dejen a la gente imaginar y llevar a cabo. Iba Kañon luego, con una bandeja de camarero, ofreciendo helados de postre. Pues algo así: hazlo tú mismo, bandas y público mezclados, la música sin ataduras, retumbando libre por el valle. Mucho arte. 

 

Comentarios

mcvicar ha dicho que…
Guardián, la gente del abismo espera con interés tus relatos tenebrosos. Fue en ataque y antideportiva.
Holden Fiasco ha dicho que…
jajajaja, me parto. La próxima vez, mejor echamos una petanca.
mcvicar ha dicho que…
Pero contra los cristales...