Fiasco Review!!: Adiós de Lupers


 

Bueno, aquí ya sabéis que tenéis lo que tenéis, a un tío que le gusta ponerse en evidencia y dudar de sí mismo, mientras se supone que escribe de música. Muchas veces doy rodeos hasta que me mareo y luego, viendo lucecitas de colores, es cuando me pongo con el meollo, cogollo, que me ahogo de darle a las teclas y cifrar lo que te vengo a contar. Si ya lo sabéis, para que me invitáis. No va a cambiar, y con los Lupers y este disco tan aparentemente negro pero no olvidemos el contraste que aporta ese bonito gorro-cono de color rosa fucsia, va a pasar lo mismo. 

Así que lo primero que te digo es, por supuesto, una chorrada: que durante mucho tiempo yo pensaba que Los Tuppers eran los Lupers y los Lupers eran Los Tuppers. Vamos, que no sabía ni que eran dos grupos distintos. Que los confundía. Y te diré más: discos de ellos, de ambas bandas, había en casa, pero es lo que pasa, que vas comprando, cliqueando, poniendo el tímpano al por mayor y muchas veces no sabes ni lo que tienes ni lo que escuchas porque no te da tiempo a trasegarlo. Más aún si, como es mi caso, te pilla en un momento de tu vida en el que todo parece estar en camino, tienes el equipo de música empaquetado en un trastero y las maletas medio preparadas para, por fin, encontrar un destino y pintar las paredes, comprar un mueble (o dos) y dejar de pensar en plusvalías, contratos de arras y qué será del profesor Cavan. 

Y con la gente que publica esto nos pasa lo mismo siempre. Habrá quien pueda seguirle el ritmo a la gente de Family Spree Recordings, pero no es mi caso, yo me pierdo y, de vez en cuando, me paro, me digo, venga, va, vamos a hacer recuento, ponernos serios y quitarles el plástico. Por eso, me da igual que sea 2021 que 2022. Fíjate si llego tarde, fíjate si llego tarde, ¡fíjate si llego tarde!, que es el disco de despedida de los Lupers y yo por fin me entero de quiénes son. Como diría mi abuela: no tienes perdón de dios. Adiós, lo han titulado. Para decírnoslo y para que a mí me rime la frase, seguro. Pero lo que ya puedo adelantarte es que cagüenlaputa qué disgusto, porque a mí me habría gustado mucho más que lo titularan Hola. La culpa es mía. Ya lo sé. 

Dos cosas más. Hay dos razones por las que escribo hoy de ellos. Una y no pido permiso para poner el nombre: Andi Sinclair. El Joaquín Galán de Los Retumbes. Uno de esos sábados cualquiera en el que estaba la cuadrilla echando unas birras en el 15.000 Hops (publicidad subliminal como con los productos lácteos en Uno más uno son siete, quién me lo iba a decir) dijo que tanto el otro chico de la cuadrilla como yo deberíamos escuchar a estos. Ana Sinclair, la Lucía Galán de Los Retumbes, afirmó con la cabeza y dijo que amén a eso. Así que al volver a casa me puse con los deberes. Y tate que a ti no te importa nada de esto pero a mí me apetecía contarlo para seguir alargando la introducción.

Es más, para terminar, haré un doble tirabuzón digresivo y te contaré algo que me hará sentir aún más ridículo: mi chica tiene unos botines negros de pelo con el tacón rosa fucsia. Fue vérselos el otro día cuando fuimos al parque para que la niña patinara a gusto y acordarme de este disco y de que quería escribir sobre él. El que debería decir adiós soy yo, lo sé, pero aquí sigo.

Dicho todo esto, y si alguien sigue vivo, vamos a hablar de música... creo. Y esto es lo que te cuento: que son 14 canciones que duran poco más de 20 minutos. Y, por el medio, entre los cortes, te sorprenden con retazos de conversación de local de ensayo, opiniones elaboradas sobre la calidad de las letras, risas varias y otros sonidos guturales. Todo hace que tengas, yo por lo menos, así lo tuve, la impresión de que te están invitando a mirar por un agujerito y disfrutar de lo bien que se lo pasaban, que veas cómo este disco, de alguna manera, es un adiós perfecto, porque puedes percibir lo que es la música y lo que envidias cuando piensas cómo debe ser eso de formar parte de una banda de rock: risas en compañía, amistad, y todo lo bueno que pueda traer una familia disfuncional, como dice Kim Gordon. Yo todo esto lo veo desde fuera, así que seguramente suena inocente y poco realista que te cagas, pero después de haber consumido esos veinte minutos como dos docenas de veces, no puedo evitar que la sensación sea esa y permanezca inalterable: el disco se disfruta de arriba a abajo y lo que te/me queda/ó al final es una sonrisa de oreja a oreja, ese tipo de alivio pasajero que también sientes cuando bebes agua de reseca, recuperas la respiración después de haber bailado como un gilipollas sin remilgos en medio del pogo o cuando alguien te da un abrazo que necesitas sin haberlo pedido. Un adiós perfecto. 

Insisto en que esto es como lo he escuchado yo, sin pretensiones ni ganas de dar lecciones: se habla de todo un poco, de relaciones íntimas, ganas de mear cuando estás de fiestas, alergias y liturgias varias, estudios de fisonomía, critica social y cultural y costumbres de reposo. Todo con un sentido del humor ligeramente ácido, bien rimado, sin punzadas sueltas, con palabras que tú misma usas, bien resuelto y con argumentos que no tienen por qué ser sólidos ni convincentes pero quedan bien tamizados en unas canciones urgentes, accesibles y efervescentes. Es lo que durante años hemos llamado punk. Punk en toda su variedad de matices, con todos los guiones y añadidos que quieras pegarle, porque a veces se acercan a Juana Chicharro y otras veces a Leonor SS, nos recuerdan a Nasti de Plasti y a la moto trucada que conduce Fernan, vacilan cerca del hardcore, pasan al punk-pop, se disfrazan de siniestros, se mueven en el batiburrillo del punk mongolo, creo que les gustarían a Biznaga, sabemos que les gustan a Los Retumbes, y terminan con un game over que evoca el arcade punk. Y en todo ese recorrido, aunque yo los confundiera con Los Tuppers, siguen sonando exclusivamente a los Lupers. 

"Estas letras parecen... mongolas", dice alguien antes de que empiecen a cantar "Somos Lupers", la despedida definitiva, donde gritan a pleno pulmón y en colectivo: "Somos los Lupers, no te preocupes... seguimos sin saber tocar" y es una mentira tan bien agradecida que te la crees sin más, porque, en realidad, sí saben tocar. Aunque toquen la batería con bananas, los ritmos del baterista te elevan; el bajista pule el esqueleto; voz femenina y masculina se compenetran a tope; y las guitarras seduce mucho más de lo que aparenta o aspira. 

En resumidas cuentas, que si te pasa como a mí, que has llegado tarde, flagélate, pero disfruta del disco, laméntate, pero baila, ponte a bailar mientras dices adiós con la mano dibujando cuernos al mismo tiempo porque son los Lupers, o eran, y siempre han merecido y merecerán la pena. Te lo dice un critico de ruock que no lo es, con una hipoteca que sí lo es, y que nunca soñó con ser rico en Nueva York. Así que, ahora vas, y me crees. 

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