Esto ha sido hoy




Aunque para muchos esto sea hablar mal, lo voy a escribir tal y como me ha venido a la cabeza: por tocar los huevos, voy a hacerlo justo al revés. 

 

Ahora mismo igual está hasta el bolo en marcha. El segundo, digo. Y es que hay festival en Urduliz, en el Txiberri, y no terminará hasta bien tarde, cuando haya que encender las luces del frontón porque, si no, no se verá un pijo. Fijo. 

 

Yo no voy a estar ahí. Pero he estado allí hace unas horas. No se podía ir a ver lo de la tarde, pero, por lo menos, decidí acercarme a ver lo del mediodía. Tocaban los Tiparrakers, que son probablemente una de las bandas de las que más he escrito en este blog, pero no parece que me canse. Hacía mucho tiempo, demasiado, que no los veía en directo y era de justicia que fueran ellos los que inauguraran el regreso de los conciertos sin las putas sillas (para mí).  

 

Esta misma mañana he publicado una crónica de un concierto que tuvo lugar hace semanas. Pues, lo dicho, por tocar los huevos, ahora voy a hacerlo al revés, igual de mal, que sí, pero da igual: esta la voy a publicar incluso antes de que termine el festival. ¿Qué te parece?

 

Me he ido de allí viendo a los Nuevo Catecismo Católico descargando la furgoneta, que puede ser una imagen reveladora para saber lo que es realmente el rock. No habían pasado ni diez minutos desde que los Tiparrakers habían cerrado su bolo bien alto con el “Over the Top” de Motörhead. Creo que he puesto la diéresis en su sitio, que siempre se me mueve. Lo empezaron una hora y algo antes*, con retraso por problemas técnicos, al parecer, que no me he enterado muy bien porque estaba a la vuelta, junto a la carretera, en alegre conversación. Problemas técnicos, al parecer, insisto, que llevaron a la banda a lanzarse al agua sin miramientos, panza arriba y sin más remilgos: “Venga, lo que sea”, dice Jon Ander, que comienza el cante pidiendo volumen, “¡Que no hay voz!”, y, por el medio de la misma canción, la primera, ahora pide justo lo contrario: “bájala ahora”. Era “Triángulo cuadrado rombo” y se les notaba, yo por lo menos, que igual era cosa mía, un poco atorados. David tocaba de perfil y muy serio. Todos iban de negro y parecían camuflarse con el fondo y el suelo y las PAs del mismo color. Todos menos Jero, al bajo, que, por llevar la contraria, iba con una camiseta de Thin Lizzy tan roja que, entre tanta oscuridad, parecía la luz de emergencia. 

 

Pero no hay quien pueda con los Tiparrakers, eso lo sabemos nosotros ahí fuera casi mejor que ellos desde arriba. Iba y venía Jon Ander con sus círculos y sus vengavás, le subía la pierna por encima a un Senén arrodillado para el clímax o acababa él mismo de rodillas, poniéndole el brazo por encima a un técnico que colocaba el micrófono del bombo para cantarle a la oreja. Síntomas de recuperación. Poco a poco fueron cogiendo ritmo y volumen hasta que la cosa alcanzó la convicción y firmeza a la que nos tienen acostumbrados. David metía el labio para dentro y aporreaba fino, Jero hacía ese gesto tan característico que parece que se está riendo solo y a Senén se le veía sudar con alegría y disfrute mientras pisaba el wah-wah con puntería. Jon Ander seguía. Iba y venía, se estiraba, espatarraba, acuclillaba, pateaba y parecía que quería cazar a su guitarrista a lazo. Las canciones iban haciéndose plomo líquido sobre un público suelto, que no se atrevía del todo con el pogo, ya nadie se acordaba de los problemas técnicos, al parecer. 

 

Y ahora, lo que importa, porque te podría hablar de las vigas de madera del techo del frontón Txiberri o de que olía a rabas de vez en cuando y rascaba la barriga o de que estaba este o aquel. Pero no. Porque lo que importa es siempre esto: las canciones. Puedes hacer malabarismos con el micro y demostrar vesania y la pericia que quieras, gritar eslóganes o vestirte como te venga en gana, pero lo que importan son las canciones. Siempre las canciones. Y estos las tienen como para ponerlas en exhibición en el escaparate principal de Tiffany & Co en la quinta avenida de Nueva York, que no les pega mucho, pero es un mundo raro este, en el que hasta un ruso parece americano, y no se me ha ocurrido ninguna otra metáfora más apropiada. 

 

Canciones han cantado muchas y muchas nuevas. Unas cuantas. ¡Iepa, cojonudo! Me hubiera resultado fácil acercarme y fotografiar el setlist o mandar un WhatsApp y pedir ayuda. Vendría ahora aquí y te lo contaría, te daría los títulos aunque fueran provisionales y parecería el puto amo porque aparentemente sabría más que tú, ¿verdad?, tú que estás leyendo esto porque no tienes nada mejor que hacer como, por ejemplo, estar ahora mismo en el festival del Txiberri, ¿no? Pero no, ¿para qué? Aparentar es el ejercicio preferido del débil. A mí me la sopla. Las cosas se dicen de frente y se sigue hacia delante: ha habido nuevas canciones y las he reconocido, pero no las conozco. Eso sí, y cambio de párrafo para darte una predicción, aunque hablar del futuro se me dé aún peor que del pasado:

 

Cuando las graben, si no es su mejor disco, andará cerca, y te lo digo yo que sigo venerando aquel Delirio Tóxico que grabaron hace más de siete años**. Prometen (y voy a repetir esta expresión al menos tres veces en el párrafo para que quede claro). Se nota un tamiz distinto, una complejidad bien medida, una vuelta de tuerca. A veces suenan más oscuros, más maduros. Siguen rondando el punk sin mirarle las costuras, pero, a veces, parece que tienen hasta vetas de blues o algo así. Igual me he flipado yo. Igual es la puta (ya van dos, o tres, lo sé) soltura, contundencia y flexibilidad de Senén a la guitarra, pero lo que se ha escuchado hoy nuevo promete y promete mucho. Ha habido una, tío, te lo voy a explicar así, como si estuviéramos en la barra, en la que Jon Ander cantaba algo sobre salir de marcha sin planes ni agenda y luego el estribillo contaba algo de controlar el descontrol… Esa. Pero no puedo contarte mucho más. 

 

Entre las viejas, y no están todas, han sonado “América”, “Buscando acción”, “No comprendo”, “Elige tu camello”, “Mundo raro”, “Gafas de oro”, “Su eco”… Es decir, un poco de todo, rebuscando en el cajón de su discografía. Y, eso sí, un final demoledor como para acabar con todos tus enemigos con “Demoledor” y “Enemigos todos”, que no le falta razón a Jon Ander cuando dice antes de cantarla lo que sigue: “Que no os queden dudas: ahora todos sois enemigos”. Tampoco de esto puedo contarte mucho más: lo he contado mil veces. No voy a volver a dorarles la píldora. No sé si me escucha alguien. Si me lee alguien. Si hacen caso a lo que digo. 

 

Pero yo no me canso de oírlos, eso sí, y paro aquí. Estarán de fiesta en Urduliz. Yo me marcho a las del barrio. Otro barrio. Cualquier barrio. Esto ha sido solo por tocar los huevos. Del próximo concierto al que vaya, escribo en morse, que ya no se me ocurre nada nuevo. 




*En realidad, fueron 45-50 minutos para 19 temas, según comenta uno de los protagonistas. Yo, sin duda, me fio más de él que de alguien que escribió hora y pico como podía haber escrito pico y pala. 

**En realidad, son 11 años, según comenta el mismo protagonista. A falta del disco físico, me fié del bandcamp sin pensarlo, y ahí pone "released December 21, 2014". Pero sí, bien pensado, ha pasado más tiempo. 

***La fotografía es de Jon Bustinza, siempre en primera fila. 

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