Fiasco Review!!: TransAm de Toni Monserrat Inc.

 

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Toni Monserrat Inc. publica su segundo larga duración. Ocho años después del anterior, 38 Bucks, los baleares vuelven ahora con diez nuevas canciones, recogidas bajo el título TransAm. Liderados por Toni Monserrat a la voz y las guitarras, el Inc. que le acompaña resume los nombres que forman un equipo de campanillas: Jaume Amengual a los teclados, Felip Sánchez al bajo, Miquel Blay y Jaume Roig a la batería (el primero es el actual baterista; el segundo grabó el disco) y el inigualable y siempre intachable Simó Vall a la guitarra y el lap steel. Para la grabación, contaron con la colaboración de ayudantes de primera, como Tim Easton, un lujo que ya disfrutaron en el anterior disco; los guitarristas Miquel Torres y PJ Cabot; el pedal steel del británico Joe Harvey-Whyte; y la mandolina de Toni Pastor. María Androver y Xesca Bennassar acompañaron en los coros, con la colaboración puntual e impecable de Anna y Megan Monserrat. Por supuesto, también hay que contar las voces de Xavi Escutia de The Valendas en “Nobody Notices Anything”. El disco se grabó en el local de ensayo de la banda, cerca de Santanyí, de la mano y obra del estudio itinerante de Xisco Albeniz. Después lo mezcló y masterizó Hay Zeelen. Para el producto final, se contó con el diseño de Joan Roig. Y, también hay que mencionarlo, claro, el disco sale de la mano de Milanamúsica Records. Por ahora ha salido en formato de cedé con una fotografía en portada del salpicadero de un Cadillac del 73 al que volveremos a mencionar, y que tomó el propio Toni Monserrat.

El disco se desarrolla por los territorios conquistados de lo que ahora llamamos Americana de raíz, con sus vetas disidentes, eso sí, porque en la mezcla entran también otras tonalidades, del country al powerpop, sin que les preocupe saltar sin permiso los muros que tabican las fronteras de los géneros. Algunas canciones se inspiraron en un viaje a través de los Estados Unidos que Toni Monserrat llevó a cabo hace unos años, en ese Caddy del 73 de la portada. Sin embargo, y con acierto, todas ellas trascienden esa experiencia puntual para hablar de temas universales que radiografían al ser humano actual, con sus taras y virtudes más reconocibles. Las letras se mueven entre la reflexión social y la existencial, para llegar incluso a la política. Es decir, como el propio Toni Monserrat me dijo cuando le pregunté de qué hablaban estas canciones: “amor en todas sus variedades.” Contiene el disco ese aire caliente a desierto del continente que también recuerda a las mediatardes calcáreas de la isla. Del Mojave al Puig Major, pasando por Nueva York, y dejándose llevar por los vientos de Santa Ana y la Tramuntana, este disco apunta directo a otra geografía más íntima, al mismo centro del órgano principal del aparato circulatorio, por así decirlo. 

 

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Y ahí podría haber puesto el puto final y todos contentos, ¿verdad?  Pero no sé ser así, ya lo sabes. Si no sigo y lo estropeo no sería yo mismo.  

A mí, estas canciones me recuerdan a un día sin viento, conduciendo una Chevrolet C20 por un camino de tierra vacío que llevaba hasta Cas Concos, mientras escuchábamos una vieja cassette de Elvis Presley y, a lo lejos, me imaginaba que, desde las colinas, se nos vería como una misteriosa polvareda en el horizonte; a las contraventanas y las tapas de Sa Fonda en Porreres; a cuando cruzamos el puente de hierro del pantano de La Peña en un Volvo familiar, escuchando a Tim Easton y mirando hacia las montañas; a aquel día que Toni tomó prestada la guitarra española de un gitano en la plaza Federico García Lorca y se puso a tocar una canción de Bruce Springsteen de pie sobre un banco, a las dos de la mañana, en el barrio de Rontegi de Barakaldo, mientras el gitano y su amigo daban palmas como si, en realidad, fuera una de Camarón; cuando el día se acaba y cómo se pone el sol sobre el mar, igual que sobre el asbesto de los tejados en la gran ciudad; a un enorme estepicursor que empieza a rodar en Wyoming y acaba recorriendo el continente americano, saltando sobre el gran charco, cruzando la península y surcando el mar Mediterráneo hasta Formentera. A todo eso me recuerda y por eso me emociono, por ejemplo, cuando escucho “(Late-Night Lolitas and) Frost Margaritas”: “what a promising journey to take,” canta Monserrat. Igual de emocionante que el que promete este disco.

Te he avisado: no he terminado. Ahora, voy a hablarte de cada canción, una por una, en orden y con todas ellas anticipadas con una cita sacada de la letra y que ilustra alguna idea que cuento luego. Son diez, así que… Huye, estás a tiempo. Móntate en un Pontiac TransAm, pilla la carretera de Manacor, y no mires para atrás.

 

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“I was just trying to save myself / yet I’m lying upstairs in the dark / guess I’m losing it again
/ just another bittersweet city tale.”

Abre el disco la pegadiza “10 Days in Brooklyn.” Una de esas canciones que, si la has escuchado antes un par de veces, alguien la nombra o escuchas el título y, automáticamente, tarareas el estribillo. El estribillo (y los coros femeninos, pero sobre todo la base rítmica) aportan, precisamente, el contraste reluciente que necesitaba la letra para aquilatar el toque melancólico y triste aportado por la pedal steel de Joe Harvey-Whyte. Esta historia sobre la miseria de la dependencia requería esa acertada desproporción.

“In the middle of things / you seem to have it all / your mornings disappear into the midst of things / and gin won’t make it clear.”

“Middle of Things” habla de privilegios, creo. Creo que habla de la gente que los tiene, que nace con ellos, y que no sabe aprovecharlo, que lo derrocha o lo desperdicia. Para ambientarlo, Toni Monserrat se instala en el Upper West Side e incluso nos presenta a personajes característicos como el “barstool prophet”, esa gente que lo sabe todo, que te sueltan un mitin sin levantarse de la barra ni soltar la cerveza. Nunca dicen nada interesante. La canción, sin embargo, sí lo dice, y se desliga de Nueva York, abrazando esa universalidad que sobrevuela en todas las canciones. Tim Easton, aquí, anticipa y cincela los versos con su guitarra acústica, y el piano hace que vuelen las estrofas.

You choose a funny way.”

Y el que elige la manera más graciosa, al menos, un enfoque curioso es el propio Toni Monserrat. En “Home on the Run,” representa los dolores connaturales en una relación de pareja que se despedaza, pero lo hace a través de una imagen poderosa: el propio hogar de ambos es el que se ha cansado y decide abandonarlos y huir de esa relación tóxica. Una metáfora que, al mismo tiempo, muestra esa sociedad americana itinerante y versátil, donde casi todo parece temporal y canjeable. De hecho, el propio Monserrat me confesó que la inspiración le vino al toparse en una carretera americana uno de esos tráileres que transportaba una casa entera. La imagen en la canción y la canción en sí ganan con el nervio que va hundido dentro, gracias, en mayor parte, a un bajo punzante, el más punkarra del lote, a la batería terminante y a los pliegues de guitarras, donde se suma el trabajo de Mike Torres. Recuerda a los primeros discos de Richmond Fontaine, cuando hablaban de Dead Moon y de pósters de Minutemen en la habitación de una chica en Felony Flats.

“The knowledge of nothing / the looking for something / diffused all reality trail.”

Uno de los momentos del disco llega con esta exaltación de la amistad que se titula “(Late-Night Lolitas and) Frost Margaritas.” Ligera, arrulladora y seductora, engatusa con ese aire melódico y melancólico a lo Tom Waits o Shane McGowan, a quienes te podrías imaginar cogidos por el hombro tarareando el estribillo mientras miran para el techo que es el infinito y esperan los chupitos en la mano. O, en este caso, México, porque Toni Monserrat aprovecha el trasfondo del viaje ficticio de un grupo de amigos al sur para construir esta visión reposada del apego y el vínculo. Todas y todos podemos estar recogidos en esas vocales redondas que se arpegian al final y nos ahogamos en ese “through dawn” que podemos rellenar con tantas y tantas anécdotas que, vistas desde aquí y ahora, nos damos cuenta, nos han hecho ser quiénes somos.

“I’m coming over
/ let’s put some gas in your tank / and get out of this trailer park.”

“Comin’ Over” te cuenta, con el imaginario del suroeste americano, que es mejor intentarlo y dejar de perder el tiempo maldiciendo tu mala suerte. Cuando estás atrapado, “got stuck in this hollow town,” y lo que te prometieron y te prometiste no se cumple, “Promises made in the future tense / Western winds took them in the end,” no puedes dejar de apostar a lo imposible para intentar salir de ahí. La penalidad parece agravar cada palabra cantada, aun cuando se busca desesperadamente la esperanza: la luz de los coros depura perfectamente la labor evocadora de la pedal steel de Joe Harvey-Whyte y las guitarras de PJ Cabot.

“Someone writes a page that blows you away / or writes a tune that is just for you.”

Puestos a catalogar, diría que “Nobody Notices Anything” es una de las canciones más pegadizas del disco. En parte, por esa forma tan sibilante de cantar un estribillo que se te pega a la piel con la misma cruda esperanza que lleva a mucha gente a arrojarse al mar bravío. Sin sobresaltos, la canción sigue una línea tensa y continua que refleja muy bien la coloración con la que se debe contar la historia escondida en esta letra. Y es que esta canción habla, sin decirlo explícitamente, quizás, de los problemas sociales, más que políticos, de los flujos migratorios. Apunta directamente a nuestra falta de empatía con aquellos que nos ven desde el otro lado de la concertina. Además, Toni Monserrat no solo intercala diferentes voces, también combina otros planos y traduce esa perspectiva a la insensibilidad cultural que también caracteriza a estos tiempos modernos. La belleza de la canción se atesora aún más con el acompañamiento vocal de Xavi Escutia. La acústica comienza el viaje, la voz de Toni Monserrat resuena en el espacio y una guitarra con mucho eco se mete debajo de la piel; su reverberación parece revolverte el estómago, buscando tu conciencia, mientras la música se disipa poco a poco, como un punto indefinido en el horizonte del estrecho.

I don’t mind the being used if it’s worthwhile.”

Elegida para la presentación del disco, con video de acompañamiento, yo la escucho con un deje que parece casi powerpop, quizás por esas guitarras y teclados electrizantes que se relajan poco a poco, cuando van entrando las voces, aunque la huella ya haya quedado impresa en el desarrollo. Hablo de “Collision Course” que, a su vez, creo que habla de abusos. Sin embargo, nuevamente, se busca un ángulo distinto. El título anticipa el desastre que sucede cuando esos abusos se consienten, cuando la víctima está anulada de tal manera que la colisión sucede por omisión. Frases sencillas pero demoledoras que encaminan al mismo lugar angustioso y oscuro del que se hablaba en “Comin’ Over”. La canción se cierra con la acuciante necesidad de saber más, persiguiendo la armónica, mientras quieres seguir moviendo tus pies cuando suenan las notas marcadas del piano al final de cada estribillo.

“Everybody’s driving nobody’s looking / Everybody’s passing they’re just eluding.”

“Montauk” nos traslada de nuevo a Nueva York. Esta vez en la línea férrea que lleva a Long Island. Observar a la gente en las estaciones: el movimiento y los que se quedan quietos. Todas esas vidas que se desplazan, te acarician, se abandonan sin que puedas prender nada de ese roce fortuito. O quizás, sí. Puedes, al menos, escribir una canción, tener esta reflexión universal que lo mismo puede surgir en la estación de Montauk, que en debajo de la marquesina del autobús urbano, o en aquel Canfranc abandonado y enterrado bajo la nieve. El piano ahonda y la canción sucede dócil, plácidamente, con la misma levedad con la que la gente camina a tu lado.

“The closer you look the further it is.”

“Further It Is” está dominada por la mandolina de Toni Pastor. Es una canción que ofrece imágenes y recursos figurativos que la convierten en una de las más poéticas del lote. Habla de lo sencillo que parece alcanzar ciertas cosas y lo difícil que, en realidad, resulta ser. Y lo hace con un ritmo embaucador que no te permite evitar el deleite. Para dar palmas al final y dejarte llevar por la esperanza coreada.

Too many times / your leaders just seek glory
/ And thanks to you they’ll build up some kind of story / They lie and lie again and again
/ And people’s wishes get defeated in the end.”

Y, finalmente, “Too Many Sides” habla de algo concreto y actual: las fake news y la desinformación posmoderna. Probablemente, la canción más política del conjunto, junto con “Nobody Notices Anything.” En esta ocasión, se busca la intensidad, con el solo prolongado de Tim Easton, los coros, y esos acordes planos de Simó Vall que parecen espinar los espacios entre cada palabra cantada.

 

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Sí, es un disco maduro. Es un disco de hermosa producción, donde cada instrumento se encuentra en su lugar adecuado para acaudalar lo que cuentan unas letras penetrantes que remueven la conciencia y proponen preguntas cuyas respuestas quedan en el aire, pendiente de tu propia aportación. Bonitas melodías, medios tiempos sosegados pero perspicaces. Historias bien contadas, con un inglés lúcido y poético, natural y agudo.

Un disco que, probablemente, y me duele decirlo, pasará relativamente desapercibido. Y no debería hacerlo. De hecho, debería ser todo lo contrario, y de Felanitx a Madrid, de Madrid a Motril y de Motril a la playa de Samil, todos deberíamos escuchar mil veces estas canciones y que el amor, en todas sus variedades, se impusiera sobre su propia ausencia. Y es que ya lo decía el propio Tim Easton en “Broke My Heart”: “there is only two things left in this world: love and the lack thereof.”


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