¡Los putos Dead Faces!


 
Mierda, joder, qué viaje en el tiempo y qué subidón para empezar un nuevo año. ¡Los Dead Faces, coño! ¡Los putos Dead Faces!

Por partes.

Y por puta casualidad. Mira que me da y me pongo a escuchar el podcast de Cannonball Radio. Sin ganas, con un cojín debajo del brazo y, encima de él, la cabeza. Así voy escuchando y prometiéndome que la próxima la bailo, pero sin renunciar al decúbito lateral. Empiezan a anunciar las buenas nuevas que llegan desde el sello Family Spree Recordings. Y en esas que hablan de una banda sorpresa, de la que no se sabe el nombre, ingleses de la escena Medway, dicen, con un disco perdido, que ha caído en manos de la disquera madrileña, que se dispone ahora a sacarlo. Eso cuentan. Así, sin más. Y va... ¡Y suena "Waterloo Teeth"! Doy un respingo. Me yergo, tieso, como la visera de un yelmo. "Waterloo Teeth!" A mí me chirrían todos los míos como si fueran de marfil. ¡Qué es esto! ¡Las muelas a doble bombo! ¡No me jodas! ¡De qué me suena esto! Yo lo conozco... ¡Qué-coño-es-esto, Alice! Sin darme cuenta, aunque no sea difícil, tarareo la canción, como si fuera un jeroglífico que hay que mascullar. Ya estoy de pie. Pero nada. Sí. Todo. Pero nada. Noto esa electricidad apagada que se adelanta, el anticipo de algo extraordinario... Pero se apaga, cae de golpe hasta la suela de goma de mis alpargatas. No florece. El augurio del subidón completo se presenta sin llamar, pero... se queda en ascuas. La canción acaba. Ahora, elijo el prono. Sigo escuchando. Lo dejo en barbecho, al acecho. La duda ahí, fiel compañera, cerca, como en la portada de Carne trémula. 

Me olvido, por supuesto. La vida sigue y siguen las noticias en el telediario, los números en la estadística y la rutina en sordina. Igual, un día, cualquiera que se te ocurra de la semana, mientras camino con la cabeza gacha, o me abrocho la bragueta, o cuento monedas para pagar un café para llevar, me vuelve a llamar la atención aquella canción, también la duda. Algo reclama, pero no atino. Tampoco indago. No insisto. Me resisto. Por pereza y por desidia. 

Eso sí, días más tarde... Parte dos. 

Vuelvo a encender la radio. Bajo a un sótano muy oscuro, donde la música pone la luz. Aparece, nuevamente, el capo del sello mencionado antes. Anuncia las mismas nuevas y alguna nueva. Y, sin avisar... ¡vuelve a sonar la canción! "Waterloo Teeth," otra vez. Y otra vez: a mí me chirrían todos los míos como si fueran de marfil. ¡Las muelas a doble bombo! ¡No me jodas!

¡Por fin! Esta vez sí, lo dicen. Dicen el nombre. Oigo el nombre y, con el nombre, como el dique que se parte en dos y anega el valle, estalla el diluvio: viene todo lo demás, en vendaval. 

¡Los putos Dead Faces! 

Los putos Dead Faces. Viene todo lo demás, en vendaval: 

Yo era un crío que salía por primera vez del pueblo y por puta casualidad me encontré metido en medio de un bolo de Thee Mighty Caesars. Ya el bigote y la toga te hipnotizaban. Pero, junto a ellos, luego, salió otra banda: dos tíos y una chica con la cabellera ensortijada y corinta, que parecía un incendio impresionista. Guitarrazos y demencia. Ese alarido primitivo que te despierta a guantazos. Fue el bolo, sí. Fue la música, sí. Fue aquel día y todo lo que pasó antes, durante y después. No volví a saber nada de ellos. Se convirtieron en polvo, limaduras de una memoria caprichosa. Años después, lo recordé, cuando la nostalgia acecha y pierdes tu tiempo haciéndola caso, cortejándola. Ya teníamos en las manos algo mágico que llamamos internet, y busqué. Intenté encontrar algo. Alguno se acordaba, pero nada se sabía... "Waterloo Teeth". Una preciosa sonrisa postiza con dientes enmugrecidos por el coñac y la artillería. Nada. Se volvió a esfumar, ni chascar un par de dedos. Abandonados ahí, enterrados en el cementerio de Plancenoit.

Hasta ahora. Segunda parte y gol por toda la escuadra. Remontada: ¡Los putos Dead Faces!

En fin, es lo que tiene vivir. Recuperado el resuello y aún con los recuerdos a borbotones, solo pude hacer esto, lo que hago siempre o casi siempre: venir aquí, que no me sale el grito, y, por lo menos, ponerlo por escrito y entre exclamaciones. Luego ya, casi al ir a terminar, se me ocurrió que, también, podía hacer un par de cosas más, más bien, tres. 

Dos son buenas, creo, y sencillas. Te las digo-pongo aquí. La tercera, para que no te pilles los dedos ni te metas en un fregao, la dejo amortajada para revivirla en la próxima entrada. Así ya llevas el aviso y ni te tienes que asomar. Lo primero que hago es regalarte un consejo a modo de advertencia: estate al loro, síguele le pista a los de Family Spree. Entérate de cuándo sale este disco perdido y de cómo puedes hacerte con él. No te arrepentirás. Segundo, para que no te quedes con las ganas, te cuelgo aquí el enlace al primer podcast mencionado, donde, aunque no estaría mal que te lo escucharas entero, en torno al minuto 10:35, puedes escuchar "Waterloo Teeth." También el otro, donde no te pongo el minuto. Enredas, vas moviendo el cursor si tienes prisa y se desliza el indicador. 

 

Como acabo de decir, la tercera cosa que creía que podía hacer por ti, amiga/o incauta/o, es, en realidad, por y para mí, no nos engañemos. Esto hay que trasegarlo. Un viaje como éste, que se hace en el tiempo más que sobre el suelo suele traer de acompañamiento mucho ruido y mucha miga. Muchas caras, nombres, dolores de cabeza y algún diente roto, lugares como bares y esa imagen que se tiene de uno mismo cuando era antes y que nunca sabes muy bien por qué ni para qué. Todo ha vuelto por sorpresa. Ya sabes, me ha pasado como a Proust con la dichosa magdalena, que ahora sería un cupcake y Proust llevaría barba arreglada en lugar de bigote mientras pasea por París montado en su patín a motor, camino de una exposición de Amit Shimoni. Lo mismo me ha pasado a mí, pero, como no me gusta la repostería ni el pop art, y, además, la vida tiene un oscuro sentido del humor, me ha tocado en gracia que la inspiración me llegue gracias a una dentadura postiza decimonónica, o incluso anterior. Varios días llevo ahí, conciliando. Lo hago solo, en modo onanista. Sin decir ni contar nada. Disfrutando, en silencio, de todos esos recuerdos que han vuelto de golpe y que a nadie le importan, puede que ni a mí, porque, por supuesto, no pienso llegar a ninguna conclusión ni aspiro a una posible revelación que, en cualquier caso, llegaría ya tan tarde como los Dead Faces lo hacen a la actualidad musical. 

Pero, me da igual, no sé hacerlo de otra forma. Quiero compartirlo. Y eso es lo que voy a hacer en tercer lugar, en la próxima entrega. Voy a hacerlo cuento, que, así, normalmente, la vida es más maravillosa de lo que parece. En la próxima, como en esta, pero hechos viñeta... ¡los putos Dead Faces! 

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