Cinco minutos más



"Para ambientar," murmura Patxeko que ha vuelto con una buena sudada del supermercado. Acaba de pinchar el "Achilipú" de Dolores Vargas. Luego habrá palmas y todo. A una que yo conozco se le iba la mano como a la Flores, con la palma abierta y las falanges pegadas, temblando y apuntando al techo, al ventilador milagroso que, con dos cojones y poco conocimiento, pararía en seco el propio Nestter Donuts metiendo la mano en el giro, mientras se subía a la barra para cantar una con la cabeza pegada al techo. 

Hablamos de El Tubo, por supuesto, y de Nestter Donuts en concierto, el epílogo del FestiBar, las cenizas de una nueva temporada que, sin duda, ha confirmado, una vez más, que este invento de David y Patxi merece, más allá de aplausos y reconocimientos, un hueco en nuestros corazones. 

El alicantino creo que siempre empieza sus bolos de espaldas, macerando la guitarra. En esta ocasión, a pecho descubierto y con un sombrero español de fieltro, como el del Zorro o algo así. Eso sí, rompe una cuerda. Empezamos bien. Sin embargo, a nadie parece importarle. De hecho, casi no ha empezado y Kakalo, de Barakaldo de toda la vida, y que luego será protagonista, ya está emocionado: "¡Te-ma-zo!", grita. El público estará inspirado para esta sesión, y eso que Nestter Donuts estuvo más contenido que en otras ocasiones, más sudorosas, olfateadas y lamidas. Se oirá de todo en el diálogo público y artista. Desde vaciles recordando el gran éxito "Toda" de Jesulín de Ubrique hasta un grito sincero de "¡Viva Cabárceno!", después de que otro relatara una yunta de animales varios para ilustrar el compromiso y la actitud sobre el escenario del one-man band. 

Él anunció su espectáculo como "flamenca trash", yo lo llamo "western quejío" o "cante jondow", porque hace algo así, sonar a Sonora y a Osuna. Sonaba, a veces, al motor de la vespino de Dick Dale, mezclado con el folclore indie de Pony Bravo, y un yogur bebible de tutifruti con tequila a lo Little Richard. Yo a eso, que me lo he inventado yo, le llamo "western quejío" o "cante jondow", por, como he dicho, viajar de Cabo de Gata al Mojave sin perder el norte. A mí me recuerda más a Hombre Lobo Internacional que a Bob Log III, también he de decirlo: más máscara que escafandra.

Le pegó ostias al plato con la mano abierta. Canto a capela porque el micrófono le molestaba. Se subió a la barra, sí, y a veces el fieltro le tapaba la cara. Pone enhiesta la guitarra como si fuera un estandarte: este es mi arte, tu parte es disfrutarla y si te disgusta, largarte. No le tiembla el pulso y no escabulle su personalidad y su propuesta: hace rumba cantándole a la libertad, habla de la promiscuidad de Elvis con rock and roll primitivo, y presenta una canción como un estudio de la masturbación, y el estribillo dice algo sobre que su sangre es mi amor. Moló una que no reconocí, soplándole al micrófono, pero que según él iba dedicada a los alicantinos a los que les molaba la perversión. Abierta con larga instrumental a modo de prólogo, luego hablaba de sexo, intercambio y un túnel de lujuria. Habló de su educación, "¡Néstor, estudia matemáticas!" para hacer una oda a Bob Black y cantar en estribillo que "Don't Need a Job". Por cierto, ese "Néstor, estudia, Néstor, compórtate, Néstor échate novia" nos hizo darnos cuenta de cómo ha conseguido manipular nuestras mentes la masonería de Campamento Rumano. Fue oír ese nombre y recoger la toalla porque sube la marea. 

El momento Kakalo llegó cuando Nestter Donuts atacó su habitual "Meowww del Gato" y, como siempre, pidió acompañamiento. No sé si siempre le pasa lo mismo, pero digamos que esta vez fue un tributo al caos y la improvisación. El meow, meow, meow, poco lo cantó Kakalo, que, a cambio, nos regaló una actuación marca de la casa, terminada dirigiéndose al público para gritar: "No sé cómo se llama mi colega, pero, a partir de ahora, él y yo somos los Escandinabos". (Creo que la cosa se escribe con b, pero igual me equivoco).

Y sí, también, por supuesto, hubo tauromaquia con "Die, torero, die" y un final rotundo, mezclando los dos extremos de su estilo, el más castizo, con una letra que a ella y a mí nos llamó la atención porque decía algo así como "mi amor se llama Vera", como nuestra primogénita, y otra parte más rockanrolera en la que decía algo así como "She wants it, rock and roll", pero me pilló volviendo del baño y me quedé en el desván, incapaz de desvelar, el misterio, que dicen que de eso va el flamenco, y si lo bastardizas así, pues peor, pero, en realidad, mucho mejor, qué quieres, trabalenguas para terminar, que, con esta, damos por terminada la actividad de este fakeblog en cuanto a conciertos y parlamentos digitales. 

"Patxi, es la hora...", le preguntó sin símbolos de interrogación al que regentaba la barra y el bar. Y este, que estaba de espaldas haciendo cuentas junto a la caja registradora, se lo quitó con un gesto de la mano: "¡No, no, 5 minutos más!". 

Parece que toda la colección de bolos en El Tubo, el puto centro del mundo musical alternativo en nuestra diminuta realidad, y mira que nos hemos perdido muchos, ha durado eso: cinco minutos. Así de efímero es el placer, pero complace pensar que habrá más, por favor. Me voy de retiro espiritual, pero volveremos. Besos y eso.  

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