Banda sonora para plenilunios de primavera



En el metro, de camino, entran de golpe y como asustados, cuatro turistas británicos, en chanclas. Ellas con las uñas de los pies pintadas. Él con pantalones cortos y picores irrefrenables por debajo de la cintura. De golpe, sin que ellos lo sepan, te recuerdan que son días señalados en el calendario. Cuando llegamos, la Iglesia de San Vicente de Abando, junto al Kafe Antzokia, con sus campanas repicando, y, mientras tanto, en los Jardines de Albia, los jóvenes hacen botellón bajo los plátanos centenarios. Apenas hay gente cuando entramos al teatro. Se ve todo el suelo entarimado. Pedimos de beber y volvemos fuera. Fumamos sin prisa mientras observamos a la gente que va entrando, algunos extraviados, o algo por el estilo, otros curiosos, muchos a propio intento, buscando el sustento que da la música en directo. Así se verán luego, dentro, las consecuencias de la mezcla: público variopinto, desde despedidas de soltero hasta fanáticos agradecidos, con lo que es difícil entender los movimientos y hasta los comentarios. Por un momento, el local estuvo lleno y luego casi medio vacío. James Room grita: “Tíos, hacía un año que no os veía”. Y uno de esos tíos detrás de nosotros le contesta a gritos: “A mí no me has visto en la puta vida, tío”. Cosas así. Sin más. Es lo que tiene, me imagino, hacer un festival en Semana Santa con entrada gratuita en una ciudad que aspira a ser cosmopolita y turística aunque le cueste saber un poco cómo. Que no nos pregunten a nosotros. Nosotros vinimos del extrarradio, casi más extraviados que los extranjeros en chancletas, con la única intención de ver a las dos bandas que formaban el cartel, que ya iba siendo hora. Después, nos volvimos para el pueblo. Y como de esto va el cuento, ahora vengo y os lo cuento. Vamos con ello pues. Pero antes, la información básica: Mississippi Queen & The Wet Dogs primero y James Room & Weird Antiqua luego, en directo para el Basque Fest Rock City que, aunque llevaba rótulo anglófilo, se supone que era una celebración de la cultura vasca. Y por qué no, lo fue. Local: Kafe Antzokia, que ya lo hemos dicho. Usamos negrita y cursiva y empezamos. 

La gala la abrieron Mississippi Queen & The Wet Dogs, cuyo Try Me, primer trabajo que han dejado en formato físico, glosamos con más o menos acierto hace poco por aquí. Salieron primero los hombres, guitarrista, teclista, baterista y un sonriente bajista, y a los pocos segundos la reina del Mississippi. Todos juntos acabarían luego como en el teatro, saludando al respetable para recibir los aplausos, y la reina le decía a los demás cómo iba el ritmo de la genuflexión. Entre los cinco, y con más compañía, que luego lo decimos, durante parte de la velada, se curraron más de una hora de concierto repleto de versiones y, por supuesto, de las canciones que ya incluyeron en el mencionado ep. Fueron de menos a más para terminar bien arriba, con un bis esperado, no muy reclamado, aunque creo que, y yo estaba abajo, fue más por dejadez que por falta de interés. Cerraron su actuación con la conmovedora “Ray of Sunshine”, partiendo de lo delicado para finalizar en el arrebato, sin abandonar el impacto que produce, en general, una canción afectiva y redonda, que emociona y cautiva a partes iguales. Supongo que el soul, cuando se hace desde ahí, desde el nombre, le da sentido al mismo. Entre las versiones, destacó el “Try Matty’s” de Aretha Franklin. No destacó porque fuera una sorpresa usar a Lady Soul, que ya lo explicó ella, Inés Goñi: si iban a hacer una banda de soul era obligado hacer una versión de la reina de tal. Destacó por la elección. Tocada con brío y nervio, bien ejecutada en la parte vocal, mantuvieron el misterio de ese local que siempre dan ganas de acabar la fiesta ahí y por fin descubrir qué quería contarnos Aretha Franklin. Si no me confundo, también hicieron el “Do Your Duty” de Bettye LaVette, otra dama del género, donde ese fraseo tan marcado, efusivo, le queda perfecto a una Inés que tampoco dudó cuando atacó el “Mercy” de Duffy, subiendo bien arriba en la escala, recorriéndose la eslora del escenario, poniéndole una nueva filigrana a las originales. Hubo más versiones, pero, por no extendernos, elegiremos dos: el “For Once in My Life” de Stevie Wonder y “Watch Dog” de Etta James. Con la primera hubo caderas, dinamismo y encantamiento, como siempre con Wonder. En la segunda, se lució Aitor Zorriketa, alias Malamute, al que se le ve disfrutar con los coros que se le piden en esta y se agradece, porque le imprime un empaque personal, más rockero a la adaptación. Sin embargo, y no voy a cambiar de párrafo, sigo alargando este, personalmente, y sin volver a hablar del bis, creo que destacaron las canciones de su Try Me por encima de las que tomaron prestadas. Desde la homónima, que dejaron para la mitad, hasta la sensual “Lucky Red Dress”, que fue la primera que tocaron. La más lenta y convencional, “Long Gone”, permitió presenciar el sentido del humor del guitarrista, que vaciló a la cantante cuando esta pidió permiso para bajar un poco el pistón y él soltó un bufido irónico. “¿Qué pasa? ¿Está siendo esto una sosada?” Y Malamute, con una sonrisa, contestó: “Sí, sí, sí”. No hubo mal rollo. Más bien lo contrario. Buena sintonía también cuando atacaron “Don’t Wait Up” y el “Speak When Spoken To”, que, sí, es la más movida del lote y es una versión pero suena tan propia y acertada como las demás. Muchas de estas las tocaron, versiones y originales, acompañados de Pablo Almaraz, armonicista reconocido, cantante y compositor en muchos otros proyectos, quien se subió en una y se quedó para unas cuantas, casi siempre en segundo plano pero sin estar de sobra, por supuesto. Va un párrafo nuevo:

Inés Goñi, alias la reina del Mississippi, bebía en los reposos de una de esas botellas de agua deportivas y aprovechaba para ajustarse el pantalón a la cintura. Sin que ella lo supiera, aquellos gestos le daban cercanía y normalidad. No parece que en su imaginario entre el concepto de diva, la individualidad exuberante. Sin embargo, el impacto y la trascendencia los gana con naturalidad. Con una voz arrolladora, que sabe recorrer el camino de la ternura al frenesí sin perderse. A veces, cuando subía las notas, se ponía como de costado, con el brazo sobre el micrófono, en un ángulo recto que recordaba a la Naomi Parker del afiche. No le hicieron falta aspavientos, parlamentos, posturas engrandecidas. Liviana y llana, con las mejillas de cera por el sudor, se ganó al público sin parecer quererlo. No lo hizo sola, por supuesto. Lo que llevaba detrás obliga a repartir el mérito. Por un día, y sin que sirva de precedente, destacaremos solo a uno, al guitarrista que tenía a su izquierda, porque, más que nada, el chaval hizo doblete. Cerró el primer concierto haciendo cuernos y abrió el segundo escondido en una esquina, con la linterna de su móvil, creo, haciéndole una señal a la mesa para que supieran que estaban listos. No tiene que ser fácil encadenar dos seguidos, así que se merece ese reconocimiento particular. 


La señal la entendió la mesa y se apagó la música de fondo y entró la guitarra pinzada que anuncia la magia de Luis Bacalov y luego la voz de Rocky Roberts. Así abrieron James Room & Weird Antiqua, con “Django”, tema principal de la película de igual título, ya fuera la de Sergio Corbucci o la de Quentin Tarantino. Y la dejaron entera, mientras los miembros buscaban sus sitios y sus cables y sus afinaciones, con Malamute ocupando el mismo terreno que con los Wet Dogs, el batería anclado en el fondo, James Room en primer plano y en el medio y Gabo Brown, bajista de los Weird Antiqua en la derecha pero incapaz, cuando arrancaron, de pararse quieto, que a nadie he visto hacer más kilómetros en menos espacio. Desde el primer tema, sonidos áridos y de raíces, que se dice, la voz reconocible y dominadora de James Room y, sobre todo, un sonido nítido y contundente que, donde más se notó, fue en la percusión, elevada a categoría de exquisitez para la ocasión. Pero con eso de la americana y la cultura del otro lado del Atlántico, no se cubre todo. Al menos yo así escuché las canciones de su último trabajo, Honest Man Blues, donde el blues se ve zurcido por remates metaleros, puntadas de rock duro que le otorgan temperamento y singularidad a las canciones, pero, sobre todo, contundencia y redondez, que es la impresión general con ejemplos como “Fear” o “Wild Mare”, que no hay grietas ni dudas ni una costura que sobre. Gabo Brown no sacó su contrabajo pero James Room sí combinó acústica y eléctrica, y así repasaron algunos temas más antiguos, como “Deception”. Destacaron los contrastes, cuando se alejan hacia el swing en “Cheshire Moon”, cuando juegan con los ritmos y las melodías, y se recuerda aquella comparación recurrente con Tom Waits. Se pusieron melancólicos con “My Baby’s Gone” y vacilones con “No Trust/Run for Your Life” pero con todas acertaron a la yugular, tanto aullando en “Honest Ma Blues” como agonizando las sílabas en “Sometimes”. En todos los temas, intensidad y buena ejecución. Se le fue de la mano la efusividad al cantante, quizás, que hasta celebró que todos los que estábamos abajo fuéramos parte de su banda, pero supongo que es consecuencia del ímpetu que le ponen a la actuación. No le hacen falta más miembros, de todas formas, se basta solo Aitor Zorriketa para mostrar polivalencia y agudeza en los solos. La parte rítmica merece un aparte. Por algo le corearon el nombre a Gabo Brown, y por algo hay que seguir la carrera del baterista, ya se dedique a rajar parches, cantar góspel en coros o hacer duetos con Gonzalo Portugal. Se le ve el nervio musical hasta cuando usa las mazas de fieltro con las que se puede tocar un tema entero y no perder ni una pizca de brío. Va aquí también un segundo párrafo, saltamos:

Sin embargo, también pidieron ayuda. De nuevo Pablo Almaraz se subió a soplar la armónica y se quedó hasta casi el final. Para el final, precisamente, invitaron a subir a Inés Goñi. James Room abandonó la guitarra y juntos cantaron el “Trust Nobody Blues” del último disco de la segunda banda del día. Fue un buen broche con el que cerrar una noche de derroche musical y con este uso tan evidente de la aliteración yo debería ya cerrar el chiringuito y pirarme a ver si encuentro abierto Matty’s o el Tubo, qué más da, pero es lunes, de cenizas o lo que sea, y casi las nueve de la mañana, con lo que no procede. Procede desayunar, aunque levantarse de madrugada para escribir esto no es mucho del rock (y de ahí el horroroso título elegido). Pero lo arreglo enseguida: en lugar de café voy a almorzarme un lingotazo de bourbon y un buen remordimiento de desamor, como en alguna de las canciones de los Wet o los Weirs y vosotros hacéis como que os lo creéis. Amén. 


Posdata: Por primera vez, le hemos pedido la foto prestada a la gran Sugar Velasco, habitante habitual de las primeras filas. Tiente buen ojo y no pudimos evitar la tentación de arreglar lo que nosotros hemos hecho mal por escrito con el resumen visual de la imagen. Gracias!!

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