Un título socorrido y poco original: Los Asesinos del Martillo



Pues esto fue como que así: huí. Con todo el respeto del mundo para mis amigos de toda la vida, necesitaba mi dosis de marginalidad, distorsión y rock'n'roll. Teníamos comida de cuadrilla y después de la misma, siempre hay escisión. La mayor parte siguen las tradiciones autóctonas, es decir, café, copa, puro y partida de mus, y dos o tres de nosotros hemos instaurado una nueva: ruta alternativa a media tarde por las tascas, cantinas y bodegones del pueblo. Buscamos los bares donde nunca se entra, los que parecen mantenerse abiertos a pesar de la lógica, y charlamos mientras calmamos la sed y observamos la cultura que desaparece. Este año, el gran fichaje fue el Bar Kiwi de San Vicente, auténtico, una joya. Pero aún y con eso, yo desaparecí un par de horas y me fui a reponer fuerzas, que sabía lo que venía luego: Zaballa, pachanga y cosas buenas también, que la amistad está por encima de los detalles contextuales. Pero bueno, tocaban The Hammer Killers en El Tubo y había que aprovechar la coyuntura. 

En formato power trío, los de Bermeo petaron un local que se fue llenando poco a poco, desalojando al mismo ritmo pero mantuvo a dos docenas de fieles firmes ahí, que recibieron los golpes de su hardrock sin concesiones como si fuéramos adictos al masoquismo. Vaya sesión de fuerza bruta, de ejecución irrebatible, de rock, metal, Motörhead por vena y algo más. Empezaron arrolladores con canciones como "Rock & Roll Division" o "The Road Warriors" y terminaron aún más categóricos con piezas como "El devorador de hombres", "Aprueba de balas" y "Miedo y asco en Las Vegas" que, como explicó el bajista, "sí, es por la peli".

Tuvieron problemas con el sonido. Algunos pedían más bajo, todos pedían más voz y fue al final, con la cuenta atrás, cuando alcanzaron el equilibrio adecuado. Podían haber seguido tocando hasta la cena ya, pero había que parar. Por el medio, vacilaron al Marpe, que aceptó el juego con buen humor, sobre las acepciones del verbo afilar, y, sobre todo, anunciaron que iban a hacer un parón para ir a grabar "donde Pedro", así que supongo que se refieren a los estudios Chromaticy. Buena noticia. También se acordaron de Pulpo, por supuesto, y le dedicaron una versión de Motörhead que me hizo, ahí a escondidas, en mi rincón, esbozar una sonrisa torcida. Me acordé del día en el que me mandó un mensaje para corregirme algo que había escrito en una entrada. A toda ostia, como siempre escribo, confundí a Kilmister con Kravitz y llamé al primero Lenny en lugar de Lemmy. Pulpo me avisó por privado y borró el comentario que había hecho antes: "Tú no puedes tener estos borrones, tío, que aún me duelen los ojos". El puto amo. 

Si quieres que te lo resuma: a mí la zuma que metieron me dejó contento. Tienen talento a su manera. No es fácil pavimentar las canciones con ese torrente de energía. Además, estuve en primerísima fila,  y le vi las entrañas, por ejemplo, al bajista. Ahí tienes el mapa del tesoro. Si eres capaz de convertir las notas que coloca en el mástil en coordenadas te llevará hasta la guarida del pirata. No dejan respirar, y parte de ello viene por esa habilidad con las cuatro cuerdas afinadas que siembran todas las partes armónicas. No sé lo que me digo, pero yo me quedé allí embelesado, pasando de la guitarra al Rickenbacker sin acabar de entender el lenguaje de esos dedos habilidosos. Lo de las ostias bien dadas del batera, para otro día. Por eso, igual, pienso ahora, tienen canciones dedicadas a luchadores brasileños de artes mixtas. 

Le regalaron, encima, música grabada a todo cristo, entre ellos yo, pero fui tan torpe de perderlo allí mismo. Si alguien se encontró un single en el suelo era mío. Y una chapa de los Tiparrakers, también. Pero al que se lo encontró, se lo regalo. Ya me quedé con la experiencia y me lo guardo en la retentiva. El resto de la noche fue otra cosa que contaré en mis memorias, esas que probablemente escriba cuando ya no haya tiempo. El tiempo vuela en El Tubo, aunque te azoten con martillos asesinos. Y fin.

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