El elixir transoceánico



Llegué cuando probaban. Llovía fuera y aún así volví a salir. Estaba ansioso por contar cuánta gente se iba acercando. Y se acercaban, iban apareciendo por las esquinas, como náufragos sonrientes. Era un concierto extraño. Salió con sudor y empeño. Era, además, entre semana y empezaba y terminaba puntual, de las siete a las ocho y media de la tarde. Para más dificultad, estaban invitadas varias personas que habían llegado a la ciudad desde el otro lado del Atlántico. En cualquier caso, al final, nos reunimos unos cuantos, más de medio centenar, en un Pabellón Universitario del campus de Álava que, además, abrió la barra de la cafetería y aguantó su acústica para la ocasión. Los techos altos no ayudan, pero los Dr Maha's Miracle Tonic lanzaron sus canciones para arriba y cayeron a plomo, como el maná, sobre las cabezas del público. Unos minutos antes de salir a escena, andaban pensando cómo acomodar su repertorio. El concierto, para la ocasión, celebraba también el cierre del IV Congreso Internacional sobre Literatura y Cultura del Oeste Americano, que el grupo de investigación REWEST había organizado, como cada cuatro años, en la capital de Euskadi. Por eso fue que allí hubiera americanos, a los que les sorprendió, para bien, por qué no decirlo, que desde tan lejos para ellos, alguien honre y modifique, transmute y se apodere de la música tradicional de su tierra que, como, justo un día antes, en otro edificio académico, solo un par de manzanas a la izquierda del Pabellón, bien explicó Sid Griffin, es, en realidad, una música con raíces en Europa y en el mundo entero, mezclando nuestros orígenes de una manera tan caprichosa y trascendente que deberíamos reconocerla y darle su importancia cada día. Pero, a lo que iba, los Maha se lo curraron, hablaron de Río Bravo, eligieron canciones que rozaron los temas del congreso y, en general, se curraron un concierto perfecto, bien ejecutado y resolutivo, que dejó contentos a todos, los congresistas y los que, por fortuna, no lo eran y también se presentaron al sarao. Sí, sí. Aquí paro. Llevo un párrafo tan largo que parece que me he perdido en el desierto y ya no encuentro el camino. Vamos a dar un salto y ponemos orden. 

Empezaron con su remedio dramatizado, por supuesto, lo que dejó en ascuas a los que no lo habían visto antes. La mezcla de teatro y música fue algo inesperado para los neófitos y aportó expectación. David, inspirado, creó mundos paralelos en los que lo mismo cabía Ikea que una historia de amor sobre ladronas de bicicletas. Hasta los que no entendían lo que decía le seguían atentos. Uno me pegó en el codo cuando David y Patxi iniciaron su diálogo tragicómico y me dijo: "Traduce", en inglés, a la que yo le contesté en castellano, "Luego, luego". Cayeron “Cucarachas”, “Bubbles”, “She Stole my Bike”, con tabla y la lacrimosa historia de la Orbea robada, una canción magnética que a mí me roba los labios y que llevo escuchando, desde entonces, toda la semana, de camino al curro. Más: “Late at Night”, “Bank Robbers”, “Wonderful days”... "Mario", para sufrimiento de las mejillas de David, y “Mambo”, con la mejora en las caretas, triunfaron porque a la gente le gustó tanto o más la música que el espectáculo. Volviendo a la charla de Sid Griffin de The Long Ryders el día antes, debo confesar que me acordé de él cuando volví a ver todo esto. Griffin explicó en su charla que un buen consejo si quieres medrar en el rock and roll es encontrar tu sitio, entender que no todo es hacer canciones, que se necesita medirlo y vestirlo todo, que estaba hastiado de tíos en vaqueros y camiseta, sin imprimirle un sello a lo que cantaban. Le hubiera gustado esto. Creo, al menos. El bis, para cerrar, le puso a todo un punto final exquisito. Igual que antes con el “Come on” de Chuck Berry, donde dio placer, lo confieso, ver a Patxeko sufrir con el redoble, el "Mojo Working" azuzó, y bien, las caderas de los presentes. No voy a decir su nombre, pero me hizo feliz para el resto del día ver a la profesora norteamericana de currículo envidiable, plenaria de exposición un par de días antes, y maneras estudiadas de dama del sur, acercarse hasta a mí en primera fila, pegarme con el codo, regalarme una sonrisa, y ponerse a bailar con dulzura y frescura. Impagable. Si la música es capaz de eso, de todo puede serlo también. Hay magia en lo que hace esta banda, con sencillez y complejidad, al mismo tiempo; puliendo y enrevesando los ritmos; creando melodías seductoras; cubriendo el camino entre el pasado y el presente con la agilidad con la que mezclan géneros sin mancharse las manos. Del banjo a la Guild, decorando los huecos con bellos punteos; con la profundidad fundamental del violín; aprovechando la pausa relevante y el orden elocuente que crean percusión y contrabajo; y, por supuesto, ofreciendo las palabras acunadas en estrofas, precintadas entre las armonías. Química, y esto iba de humanidades. No fue el día para ponerse a analizar con soltura pero es que se ve a la primera: música pura y directa, con más incidencia de lo que ellos mismos manejan. Y, si no, que se lo pregunten ellos mismos al inglés de origen escocés y envergadura en las Américas que no dejaba de decirme, al final del concierto, que había sido cojonudo, que gracias por haberle traído. Suficiente.

Todo terminó y se esfumó poco después. La gente se fue, la banda se quedó recogiendo y cargando. El congreso no se repetirá hasta dentro de cuatro años. Los americanos al aeropuerto a por sus vuelos transoceánicos y los Maha se fueron, el fin de semana, a Cataluña, a seguir vendiendo elixires. La vida sigue como si no hubiera pasado nada. Pero, antes, en el Book, nos echamos una cerveza con el batería que bebía baileys, bajo el toldo, fumando sin prisa y hablando de todo un poco. Fue un buen cierre para una semana caótica y abrumadora, pero llena de música y de lo que trae de paso, amistades y piezas para el puzzle de la memoria, la alegría de vivir a pesar de todo. Una bendición, por qué no confesarlo. Como le dije al inglés de origen escocés y con envergadura en las Américas dos noches antes en un karaoke, donde se borraron todas las distancias académicas y sociales, idiomáticas y políticas: "It's all about love". Y así es, aunque suene cursi. 

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