Leche (solar) y alcohol (metílico)



Después de las vacaciones, siempre llega la calma. O la tormenta, mejor dicho. Aunque hizo un día magnífico, y seguía haciéndolo a las siete y media, lo que, en el fondo, fue una putada mayúscula: a ver quién aparcaba allí, con toda la peña motorizada apurando el día de playa. Hubo suerte a la media hora de dar vueltas. Pero, da igual, no hay que quejarse así de fácil. Luego, la bahía se veía oso polita, con el sol yéndose de retirada y todos esos colores pastel que usan los buenos poetas para representar la melancolía y otras vesanias. ¿Qué es vesania? Ni puta idea, pero queda bien. A lo que iba: que se terminaron las vacaciones, para nosotros y otros tantos, incluido Iñigo Kani, de The Ribbons, que aparcó la furgo a nuestro lado, y dimos por terminado el verano, diga lo que diga el calendario y el parte meteorológico. Y pensamos, pues la mejor manera de despedirlo, ¿por qué no?, puede ser un poco de rock and roll a todo trapo en un chiringuito playero, ¿eh? Así que, aunque había otras opciones, por la validez de la metáfora y porque nos habían comido el tarro con glosas y referencias, nos presentamos en el Txiringuito Ereaga para ver en directo a Stupiditos, riojanos embutidos en trajes de poliester que recuperan la discografía de Dr. Feelgood para hacer algo nuevo, antiguo pero distinto, suyo tanto como de ellos. A ver si soy capaz de explicarlo aquí y, sobre todo, a ver si lo hago sin mencionar ni una sola vez, excepto ahora que lo digo, a Lee Brilleaux y Wilko Johnson. Ni a Sparko y The Big Figure, por supuesto, qué demonios.

Stupiditos se subieron a un escenario que no existía, porque público y banda estábamos al mismo nivel, el del mar, y arrancaron con el efectivo "(Get Your Kicks On) Route 66". Por ahí iba a ir la cosa musicalmente, como no podía ser de otra forma: energía a paladas y energía desbocada, buenos estribillos, mucho rhythm y mucho blues, algo de punk antes de que lo fuera oficialmente y, sobre todas las cosas y puntillas, buenas canciones. Muy muy buenas canciones. Y bien tocadas, que, dado por descontado lo anterior, es lo que realmente hacía falta. Para confirmarlo: "I Don't Mind" y, sobre todo, una "Back in the Night" donde el cantante pidió ayuda para aderezar el estribillo y le dio un tabardillo, arrancándose la corbata que lanzó al infinito. Por ahí estaba yendo la cosa también: dicen que el hombre (y añadiría la mujer) no solo vive de pan, y, por supuesto, no se vive la música en directo solo con habilidad y facultad. Hace falta genio, en más de una de sus etimologías. La etiología de un buen concierto es esa: chicha y limoná, carne, ímpetu, proximidad y carácter. Algo que haga que esto, eso, aquello, sea distinto, atrape tu atención. Y Stupiditos lo tienen y lo retienen durante todo el concierto. Probablemente, no tendrás epifanías durante, pero te van a hacer pasar un buen rato en el que, con suerte, te olvidarás de toda la mierda que te hace chepa, del fin de las vacaciones, de los dolores de muelas, de las secuelas de vivir. Eso es rock and roll, digo yo, que no lo sé, una especie de subidón que viene de la tierra y te aúpa al cielo, si nos ponemos excesivos. El tío que canta es magnético, chaval. Su forma de pulular por ahí, como si estuviera a un tris de ¡zas!, vomitar frenesí o tarascar yugulares. Sí, me quedó cursi lo primero y violento lo segundo, pero así cantaba el tío, poniéndose nariz con nariz con el respetable, dejando que la locura abrasara su mirada y la de los que se la sostenían. Hizo gimnasia, casi aplasta un perro sin enterarse. A veces parecía estar allí y otras veces, no. En una ocasión, le dio una especie de ataque epiléptico. Se había puesto en un costado y todos los miembros de su cuerpo se electrificaron al unísono. Parecía estar en medio de uno de esos ejercicios colectivos de meditación que le molaban a los seguidores de Osho. Ojo, que me lo estoy inventando casi todo. Pero no todo. Y llegó "Another Man" y "Riot in Cell Block Number 9", si no me confundo, con colaboración espontánea y todo. Con un poco más de calma, el bajista cogió la voz cantante con el "Boom Boom" de John Lee Hooker que ya versioneaban los de la isla en el estuario. Ahí se lució el ex cantante (temporalmente) con la armónica, como hizo durante todo el concierto, la verdad, y eso que no sé lo que le pasó con las lengüetas (gracias por darme la oportunidad de escribir una palabra con diéresis) o quizás fue con los bolsillos de su chaqueta, que parecían tragarse armónicas. Sinceramente, no lo sé, porque nos fuimos, ambos dos, sincronizados hasta para esto, a usar los reservados de otro negocio de hostelería cercano, pero, desde lejos, me pareció que era "I'm a Hog for You" a la que presentaban como la mejor canción de la historia del rock and roll, por encima del, ellos lo dijeron, "Let It Be" y del "Satisfaction". Si no fue esa, que se pudra aún más mi reputación. Pero fuera cual fuera, yo me apunto a la escuela en la que enseñen a Dr Feelgood como escucha obligatoria en educación primaria, por supuesto. Y hablaron de ciudades en "All Through the City" y, de repente, se dieron cuenta de que llevaban ya una veintena de canciones. Justo entonces Isa me pegó con el codo en el hombro y yo miré hacia el cielo, oscuro y entreverado, y allí aparecía un avión iluminado, a muy baja altura, buscando la pista de aterrizaje, y daban ganas de escribir poemas que fueran capaces de poner en un mismo verso al concierto, la puesta del sol y el mundo moderno representado en cincuenta toneladas de aluminio y magnesio y bolsas de galletitas saladas planeando sobre los palacetes, pero yo no fui capaz, ni lo soy ahora. Entonces, no pude porque estaba concentrado en "Stupidity", canción con la que cerraron el repertorio. Tenía que afanarme para buscar un ángulo entre cuellos y cabezas porque fue apareciendo la peña y la terraza se convirtió, poco a poco, en una pista de discoteca o lo que viene a ser un dancefloor en las canciones indies. La música que se pinchaba era buena, las chicas bailaban bien y los chicos... no tanto. Tanto se alejó el cantante cuando terminaron, que acabó casi en la playa. Parecía que buscaba al Minotauro por el laberinto o que andaba calmando la euforia después de lograr su plusmarca personal en los cien metros, pero lo que hizo, en realidad, fue autogritarse "beste bat!" mientras se hacía pasar por público. Así que no hubo ni que pedirles un bis, bis que arrancaron con bajista y batería haciendo cruces con las baquetas por la platea de baldosa y en el que volvió a aparecer Hooker; en este caso, su "Mad Man Blues". Tan inspirados y a gusto debían de estar que hasta hubo segundo bis después de terminar el primero con "Down at the Doctors". En el segundo, entraron por los pelos otros dos escalofríos instantáneos: "Baby Jane" y "She's a Wind Up". Y ya está. Se terminó. Tan de sopetón como empezó pero con el trasiego bien disfrutado. "El puto loco", como el mismo se autodenominó, dio por terminado el concierto y se despidió. Allí todo el mundo parecía haberlo disfrutado, fueran o no fueran fanáticos de la banda tributada, tuvieran o no tuvieran todos los dientes, y sea cuál fuera su estrato social o la orientación geográfica de su margen de la ría.

Nosotros nos fuimos de allí, rápido y sin despedirnos, solo de Kani, claro, que estaba al lado, y yo estaba en deuda. Me enseñó qué son los chinos en la batería y me dio noticias frescas de los Ribbons que me guardo para otro día. Nos fuimos por la orilla hasta el otro mencionado establecimiento donde yo me comí un sándwich vegetal y ella cenó un pincho de tortilla, que a nadie le interesa esta información, lo sé, pero yo estoy tecleando sin mirar atrás, con prisa por terminar, a ver si soy capaz de cerrar la crónica sin mostrar que soy un recalcitrante de mierda con un concepto de clase exagerada y artificialmente acentuado y me estaba poniendo muy nervioso por allí, sin motivo quizás, es la verdad. Por cierto, también en aquel local había concierto. Justo cuando llegué, una chica acompañada hasta de saxofonista estaba cantando el "What a Wonderful World" de Louis Armstrong. Pero, aún y así, no perdí el regustín a rock and roll neto y de solera.

No era, lo confieso, y no es lo nuestro lo de tributar, pero si se hace así, sin reducirlo todo al pastiche o la emulación, si se consigue ensalzar dejando tu sello personal, entonces, sí. Sí mola. Se merecen una ola, y yo también, pero para que me trague y naufrague, me eleve y me hunda, como decía Silvio Rodríguez, que es lo que me faltaba. Esto había que escribirlo así o no se escribía, ya que así queda más patente que la sana demencia musical que se vivió en Ereaga el sábado pasado sobrepasó la piel y llegó a contagiar. Eso sí, todo lo que he escrito aquí, que se use en mi contra ante un juez.  


Posdata: Ante la falta de imágenes, propias o robables, he recurrido al ocaso que mencionaba en la crónica. Que no fue este, este es postizo y googliano, pero, eso, que qué más da, ¿no? Ah, ¿y lo del título? Pues... Sin palabras. La piedra en la mano: "este bacalao es digno del mismo Jehová".

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