El hombre al que le gustaban las fiestas populares



Fue ayer, sí. Tumbado en el sofá, creo que estábamos viendo La La Land. No me preguntes qué tal, igual si le hubieran añadido un La más y la protagonista fuera Massiel... En cualquier caso, ahí estaba, decúbito lateral, en el sofá, justo cuando, en un momento preciso, no sé muy bien por qué, me acordé: ¡ostias, las fiestas del barrio! No dije nada, no di un resp(it)ingo. Ni me inmuté. Vimos el final y nos fuimos a dormir. Pero sí, ostiaslasfiestasdelbarrio, punto com, no, no había escrito de las fiestas del barrio. Se me olvidó.

Tiene coña la cosa, porque, si quieres saberlo, las esperaba con ansias. Tenía ganas de folclore y comida popular, paella y camping gas, toro de fuego y camisetas serigrafiadas, goitiberas y deporte rural, espuma y pegatinas, bebidas en plástico y la vecina que se suelta, tumulto intergeneracional, la rutina de todas las fiestas populares que, lo creas o no, estuvieron en peligro de extinción pero no se van a perder nunca. Nunca porque nos inventaremos cosas mejores, más cools y a full, festivales en Marte, safaris con faralaes, saraos en salas de escape y/o hamaiketakos cosmopolitas, lo que quieras, pero, al final, lo que importa, en cualquier reunión de este estilo, es que haya gente auténtica y que la cerveza esté fría. Y, generalmente, ambas cosas están más cerca de lo que te crees.

Pero se me olvidó, completamente, escribir de las fiestas del barrio, qué desliz, Emperatriz. Sí, sí. He de decir que pensé en ello: el sábado de resaca, a mediodía, haciendo hambre mientras se quita la sed, es decir, escanciando zuritos de bar en bar, con mi cuadrilla de expertos en mus y más, si no entraba en la conversación, pensaba en ello. Yo iba sonriendo y socializando pero en mi cabeza se acumulaban las preguntas: Y a ver cómo lo hago, porque no recuerdo nada del concierto de Revolta Permanent. ¿Y qué digo? ¿Hablo solo de los Unholy Covers, del falsete dramático de Kapi Guarrotxena? ¿Digo algo de la peña abajo? ¿De la cerveza en lata? ¿De la tajada que se pilló alguno? ¿Me centro en el concierto o hablo de todo el tinglado? Habrá que mencionar a Rock y a Tegi, ¿no?, los culpables de Rock'n'tegi. No sé cómo. Empieza por el título: lo tengo, voy a hacerme el sueco. "El hombre al que le gustaban las fiestas populares", sí, algo así, a lo Stieg Larsson. No te has leído ni un libro de ese tío, tú solo conoces a Henrik Larsson. Da igual, luego haces chistes sobre el fútbol sueco y ya lo tienes hecho. ¿De verdad? ¿Pero qué cuento? ¿Por dónde empiezo? Pues no empecé. Me tocó pagar ronda, subimos a la plaza del Tonono, se repartió la paella, llegaron los valencianos, escoceses, patxaranes y frangélicos, y a mi mente le dio por el asueto y el librepensamiento. Ya no volví a acordarme del concierto, ni de que tenía que escribir de ello, ni de que me prometí una vez que nunca más volvería a escribir algo como lo que acabo de escribir aquí y ahora, justo antes de poner este punto y aparte, va: .

Pero sí, el fin de semana pasado fueron las fiestas del barrio. De mi barrio. Y por mucho que pase el tiempo, nunca dejará de ser un barrio postizo, de sonar dubitativo el posesivo. Siempre me sentiré con un pie dentro y otro fuera. Es lo que tiene haber crecido en otro sitio, llegar aquí por ella, haber pasado treinta años antes sin barrio ninguno. Yo nací en el mismo hospital que todos y crecí en una calle del centro, incapaz de pertenecer a ninguno de esos espacios acotados que llamamos barrios, delimitados más por una suerte de líneas invisibles que generan las propias personas y sus genealogías y biografías que por los dibujos que hace el municipio en forma de distritos. Yo siempre fui de allí y para allá, sin tener linaje ni pedigrí, hasta que aterricé aquí y el barrio me acogió. Hablamos de Rontegi. Si no sabes dónde está, apréndelo rápido. Alrededor de una colina y un puente, con las calles en pendiente, bares de olor a aceite y cocinas rematadas con blanco españa; señoras que arrastran bolsas de la compra, centros regionales, pinchos morunos y cuadrillas de poteo que aún tienen reciente sus tiernos años de infancia en Campanario. Aún quedan hasta ultramarinos. Me vine aquí hace más de diez años. Porque ella tenía la memoria repleta de una infancia vivida en patios interiores, terrazas de bares y calles cuesta abajo, entonces; cuesta arriba, ahora, pero daba igual. No me he arrepentido ni un día. La vida de barrio merece, ennoblece, te pone en tu sitio. No todo es magnífico, por supuesto, los pueblos pequeños, y este lo es, tienen sus vicios y crueldades, pero no me he arrepentido ni un solo día. Orgulloso estoy de haber empezado a formar una familia, con ella, en una casa de cincuenta metros cuadrados, frente a la colina, en un edificio de fachada caravista, sintiendo que participas, que perpetúas la historia con minúscula que ayudó a que esta tierra medrara y sobreviviera. Nosotros, haciendo un nosotros, juntos, formando parte de todo esto, de las cosas pequeñas que son inmensas.

Pero, sin poder evitarlo, siempre con un pie fuera y otro dentro. El que está dentro, generalmente, dentro de un tiesto. Buah, tanto me he salido, que ya ni veo la tangente.

Rontegi, señores y señoras, tuvo fiestas patronales sin patrón casi antes de que estas se inventaran. Se perdieron y se recuperaron varias veces. Desde que se rescataron por última vez, el rock and roll también volvió a nuestras calles, y voy a atreverme a usar la primera persona del plural que para eso pago el IBI. Las fiestas son cosas de la Comisión, de las cuadrillas, los hosteleros y de toda la gente del barrio, incluso de la que viene de fuera a disfrutarlo. Es una celebración del trabajo en equipo y la coordinación, de generosidad y compromiso. Yo de eso no entiendo nada, que no participo, pero, desde fuera, lo veo así. El concierto... supongo que se organiza igual, pero, sobre todo, se le debe el reconocimiento a dos personas a las que no voy a mencionar porque se les sube a la cabeza; dos tíos que se implicaron hace tiempo para que volviera a haber música en directo en nuestro barrio. Ahora, el mini festival que siempre tiene lugar en la noche del viernes tiene nombre: Rock'n'Tegi. Un juego de palabras que han estampado en una camiseta y los dos culpables mencionados anteriormente, llamémosles Rock y Tegi, tuvieron a bien regalármela este mismo viernes pasado. La vestiré con orgullo. La llevaré allá donde vaya, aunque camine con un pie fuera y otro dentro del tiesto. Lo saco ahora. Paro aquí y vayamos ya a lo que pasó, o creo recordar que pasó, el viernes pasado en la Plaza de San Luis.

Para esta edición, se había creado un cartel que, sobre el papel, satinado y en din-A3, reunía a dos bandas que parecían no pegar ni con cola; quizás por eso los carteles, en los bares, los ponían con celo y, alguno, que lo he visto, hasta con cinta aislante. Cuando me dijeron un mes antes quién venía me salió del alma: "¿Heavy y rap? ¿Así, a palo?" No creo que nadie me niegue que hay una distancia enorme entre las dos bandas que actuaron pero, la verdad, a ambas les unió algo que resulta imprescindible: la energía. Ambas bandas se mostraron sobradísimas, en sus respectivos territorios, a gusto sobre el robusto escenario, repartiendo estopa y contundencia a espuertas. Primero, actuaron los Unholy Covers, llegados desde Bermeo pero arrastrando hasta fieles desplazados en transporte público desde la capital del mundo y los museos de titanio, e incapaces de mantenerse quietos en el escenario. Después, le tocó el turno a Revolta Permanent, que juegan ya en otra liga, pero no escatimaron ni un ápice de fuerza, ganándose a los fanáticos y a los menos. El hombre al que le gustaban las fiestas populares estuvo allí, hablando con este y aquel, con ella y aquella, brindando, abrazándose con gente que hacía mucho tiempo que no veía, platicando de lo divino y de lo humano, disfrutando de la música, bebiendo cerveza en lata, apurándolas y, finalmente, destrozando todas las posibilidades de poder contarlo con un poco de criterio cuando llegara el momento de escribir esto. Justo ahora. Y lo estáis viendo, ¿no?

Los Unholy Covers tocaron como dos horas, y no los bajó nadie del escenario, vamos, se bajaron ellos, y si los llegan a dejar, se suben a los tejados. Te puedes partir la caja viéndoles ahí arriba, con sus mallas de mercadillo y sus pelucas de fibras plásticas, oyéndoles la sarta de chorradas que sueltan entre canción y canción, te puedes partir la caja incluso si no entiendes nada de heavy y las pillas al vuelo. Pero hay algo más que un toque cómico y un homenaje a la música que parece gustarles. No son parodia ni banda tributo. No lo son del todo. El tío que canta tiene una buena voz y los que tocan no le van a la zaga. A Kapi Guarrotxena, encargado de los solos, se le ve suelto y satisfecho, con sus tappings y sus punteos y sus gorgoritos. Mueven, además, un repertorio pesado, o de peso, como quieras. Se me escaparon un montón, pero reconocí cosas como el "You've Got Another Thing Comin'" de Judas Priest, el "Welcome to the Jungle" de Guns'n'Roses, el "Wasted Years" de Iron Maiden, el "Holy Diver" de DIO, el "I Wanna Be Somebody" de WASP, el "Rock and Roll All Night" de Kiss, el "Highway to Hell" de AC/DC, el "We Are Not Gonna Take It" de Twisted Sister, el "Maldito sea tu nombre" de Los Ángeles del Infierno, el "I Want Out" de Halloween y él. Sé que también tocaron una de Slipknot porque lo dijeron y porque se me pusieron los pelos del sobaco como concertinas oxidadas. Te lo explico rápido: yo viví un año en Iowa, que está preciosa en esta época del año, por cierto. Y cuando me faltaban días para decir adiós al pueblo y cruzar el océano, un colega me dijo: "Mira a ver dónde te metes que de allí son los Slipknot". Así que me escuché entero su segundo álbum, titulado, a tal efecto,  Iowa, y casi no cojo el avión.

Acto seguido, segundo acto, a cargo de Revolta Permanent, un grupo con una propuesta original y efectiva, que han conseguido acaparar cierto reconocimiento y popularidad, más allá del ámbito local incluso, sin, por ello, hacer concesiones ni abandonar el espíritu de un proyecto que ya tuvo antecedentes, que mantiene, si no me equivoco, otros paralelos, y que ha calado en una generación muy concreta pero también en otras que no se cierran musicalmente. Buah, voy a volverla a leer, me ha quedado una de esas frases profesionales que te cagas, que se sostienen de milagro entre comas y subordinadas y que no me gustan nada porque me recuerdan a Javier Marías (...) Bueno, tampoco era para tanto, pero sirve: no he dicho nada, y parece que lo he dicho todo. Sigo: En el escenario, son puro ímpetu y vigor. Cuentan con el anclaje de Aitor Abio en los teclados, alguien con currículo y recorrido suficiente como para darle equilibrio al arrebato de nervio y vindicación que ponen dos cantantes bien  sincronizados y un guitarrista galvánico cargado con una flying v. Me ha quedado todo como muy higiénico y apático, como si me lo fuera a publicar el ABC, pero es que he de reconocer que estuve un poco ausente, y la culpa no fue de ellos. La culpa fue de lo que fue: de las circunstancias, claro. Es que estábamos donde estábamos y estábamos cuando estábamos y era difícil no despistarse. No te confundas: estuve atento, me fijé, pero no lo suficiente, porque escribir sobre otros me obliga a ser exigente conmigo mismo, y no lo fui cuando ya la cerveza y la verbena se apoderaban de mis venas. Eso sí, hice un aparte, casi al final, para disfrutar de una "Sustraiak" que da un buen ejemplo de lo que tiene esta banda: una personalidad propia para mezclar géneros, ámbitos y culturas. Conocía el poema de Joseba Sarrionandia y la canción de Mikel Laboa, y, a partir de ahora, la versión de los Revolta Permanent le dará una vuelta de tuerca más a esas palabras con rima.

Mi prima me dijo un día que tenía que aprender a decir que no. Y yo le dije que sí con la cabeza, que tenía razón. No viene a cuento, lo sé. El corazón, a veces, no entiende de argumentos, ni de territorios ni de partidas de nacimiento. Cantan Revolta Permanent en esa canción que es jodido y difícil abandonar el lugar donde uno tiene las raíces. Cierto. Yo no las tengo aquí. Sé dónde las tuve. Pero ahora estoy echándolas de nuevo, y doy gracias al barrio por prestarme una tierra firme y húmeda para que germinen bien. Qué será mañana, no lo sé. No sabía ni lo que iba a ser hoy, lo que iba a salir de aquí, y fíjate, me estoy alargando más que los Unholy Covers en directo. El hombre al que le gustaban las mallas de colores se despide. Como dicen en otras, ya queda menos para las próximas fiestas. Y mientras tanto, a hacer barrio, los 365 días del año, y uno más si cae en bisiesto. Y el otro pie, pues eso, en el tiesto. 

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