Selfie



Esto no es una crónica, no. Ni por el forro. A poco más y no lo escribo. Sea lo que sea lo que he acabado por escribir. Había desistido. Hasta esta misma mañana. Estaba buscándolo y lo encontré, por fin. A veces, es lo único que necesitas: una palabra, una imagen, una frase, una soberana chorrada que te de pie y te desbloquee y así después todo pueda digamos que fluir ligero y ágilmente. Esta mañana, por fin. Conducía por la AP-68, siguiendo el ritual de la rutina con disciplina y aburrimiento, pero he decidido parar en la cafetería del área de descanso. Eran las siete y media de la mañana, más o menos. Venía escuchando la radio y estaban hablando de todo un poco y de lo mismo de siempre en general. Me estaba quedando dormido al volante, no te lo voy a negar. Así que he parado en el área de descanso.

En la cafetería, cuatro, cinco hombres miraban con desgana hacia el televisor, donde se repetían goles de jugadores con camisetas multicolores. Todos miraban la pantalla como atravesándola, como si estuvieran mirando más allá. El camarero me pregunta, yo le contesto, se esfuma sin decirme nada y vuelve con el café. Salgo fuera y me enciendo un cigarrillo. Ya hace calor, ya se agradece la brisa. Siempre que paro aquí, lo pienso: este área de descanso sería un lugar fantástico para quedarte refugiado si estallara el apocalipsis zombie o algo así. Miro la fronda de árboles, escucho el trinar de los pájaros, sigo de lejos el rumor del tráfico. Pero, pronto, como cualquier otro ser humano contemporáneo, me dejo llevar por la inercia, saco el teléfono del bolsillo, presiono una f blanca sobre un fondo azul en mi pantalla y empiezo a trasegar letras y píxeles a la misma velocidad, pero con muy distinta capacidad de retención, con que lo hacía Johnny 5.

Ya estamos llegando, tranquilos. Sigo sobando la pantalla con el índice, que obliga a que descienda la pantalla y aparezcan imágenes, emoticones, textos, corazones, pulgares hacia arriba y hacia abajo, más imágenes, más emoticones, más textos y corazones, pulgares. Me encuentro con infinidad de imágenes del Azkena Rock Festival: amigos posando con Joan Jett, amigos compartiendo enlaces con crónicas del festival, amigos sonriendo entre el público, amigos apuntando su objetivo hacia el escenario; más imágenes todavía: desconocidos posando con Joan Jett, desconocidos compartiendo enlaces a las mismas crónicas del festival, desconocidos sonriendo junto a amigos sonriendo entre el público; desconocidos que aparecen cuando los amigos apuntan su objetivo hacia el escenario. Y Joan Jett. Y de repente pienso y murmuro en voz baja: "Yo no saqué una puta foto". Y ya tengo la frase... la palabra, la imagen, la soberana chorrada que necesitaba.

Desde el domingo sin saber cómo empezar a escribir esto. Pues ya está: yo no saqué una puta foto. Y lo hice por dos razones. Una, no tengo costumbre. Ni arte ninguno. Ni interés por la conservación visual de este ni de ningún otro tipo de eventos. Mi artilugio es otro. Mi memoria no es fotográfica. Pero, en esta ocasión, la razón más significativa es la segunda, y por eso la he dejado para el final: no saqué una puta foto porque me pasé la mayor parte del festival con las manos en los bolsillos. Si sacaba la derecha del bolsillo era para fumar. La izquierda, a veces, sujetaba un vaso de plástico que parecía dividirse por mitosis, tío; siempre había alguien pegándote en el hombro y diciéndote toma, pues trae. Por supuesto, es una metáfora, una licencia patética, pero creo que se terminó el Azkena y sigo con las manos en los bolsillos. No las había sacado hasta ahora, cuando encontré la frase, la palabra, la imagen, la soberana chorrada. Creo que, en parte, el bloqueo creativo venía mediado por la actitud y espíritu con los que vivi la experiencia de la que quería escribir.

Bien, voy a intentar resumir la parte más personal. No creo que haya mucha gente interesada, pero, por el bien de la coherencia narrativa, procedía. Sí, es verdad, la razón principal por la que me quedaba así, sin sacar las manos de los bolsillos, fue personal y subjetiva. No llegaba yo en mi mejor momento, ni físico ni mental. Por dos veces me escapé a mear, sin ganas, solo por el placer de andar, de moverme, y, ya de paso, por el fresquillo que daba el agua corriente de los nuevos urinarios de pared. Quizás fue la calor, o la edad, o las circunstancias, no lo sé, qué más da. El caso es que ya llegaba yo con el alma en cabestrillo y así no puedes evitar que se mediatice todo lo que experimentas. Aunque llegara convencido de mi predisposición para el gozo y el desahogo, algo falló, faltó, Tamara Falcó, no sé el qué. Hubo momentos en los que me sorprendía a mí mismo mirando más allá, más arriba del mecanotubo y el dibujo perforado de Malcolm Young: los aviones dejaban estelas gaseosas en el cielo y yo me embelesaba viéndolos. Hasta que me murmuraba: dónde estás mirando, gilipollas, que Van Morrison está ahí abajo. Así, es difícil. Por lo tanto, volviendo a lo de las manos y los bolsillos y las fotos,  el primer y principal debe, me lo apunto.

Quizás tampoco ayude lo coyuntural, que ya lo mencioné antes: el sol, la edad, las circunstancias. Puede que sea saturación, repetición. Vale, aceptamos barco. Es cierto, o puede parecerlo, el Azkena Rock Festival tiene algo distinto. No hay tanto postureo y el número de gente que va única y exclusivamente por la música es mayor. Dicen los postsubculturalistas que las subculturas, hoy en día, han perdido los rasgos de clase y que la construcción identitaria se articula mediante elecciones personales de consumo en un mercado global, sin que haya condicionantes sociales. Bueno, si dos tíos escuálidos pero musculados, con la cabeza rapada y llenos de tatuajes, intentan explicarte como pueden, en una mezcla pastosa de francés, castellano y código morse, cómo vieron y lo que significó para ellos un concierto de los Dead Moon en Burdeos, mientras uno me agarra la camiseta de los de Portland y el otro me enseña el tatuaje de la banda en el tobillo... Bueno, eso te da pie a pensar que no es así del todo: que sí hay gente que aún entiende esto como algo más que las decisiones superficiales que nos distinguen de otros y nos aparentan distintos. Vale, el Azkena lo es, distinto, si quieres. Aún así, para mí, cansa. El concepto en sí, cansa. Saturación, repetición, la edad, las circunstancias... No lo sé. Es como tener cuarenta y seguir jugando quinitos. Que lo contrario no significa dejar de beber y dedicar los domingos a misa, pero... ¿Se entiende? No, lo sé, da igual. 

Siempre queda la música, que para hablar de ella es para lo que buscábamos la soberana chorrada. Curiosamente, y hablando de la susodicha, éste ha sido el año en el que más opiniones extremas he oído. No las llamo extremas por radicales o impositivas, pero sí por el planteamiento simplista y por, en fin, encontrarse en los extremos: pues a mí me gustó, pues a mí no; pues fue un concierto brillante, pues a mí me pareció una mierda. Como he estado varios días bloqueado, con las manos en los bolsillos, me ha dado por leer lo que otros escribían. Donde unos decían que Van Morrison se salió, otros decían que fueron ellos los que se salieron, pero por la puerta del recinto. Donde una comentaba lo bien que estuvo Turbonegro, para otras aquello fue un estropicio. Alguno hasta decía que la americana del cantante de los Gluecifer era negra y otros les contestaban ofuscados que no, que el pantalón era blanco. He llegado a leer vanaglorias para un sonido que otros calificaban de horrendo. Quizás es lo que dice Carl Wilson apoyándose en Pierre Bordieu, casi nada la mandanga que traigo, que nuestros gustos no son más que el afán con el que queremos distingirnos de los demás. No lo sé. Pero sé que todo el mundo tiene opinión y que cada vez parecen más formadas y arrojadizas. Coño, es que cada día es más difícil no verte circulado por corrientes de opinión que parecen tan repentinas y peligrosas como la de lava que recorría ayer la región de Puna. Y ahora yo voy a expulsar más opinión volcánica que el Kilauea. ¿Sabes de qué acabo de acordarme? De que había una banda cojonuda en Atxondo con ese nombre: conciertos en garitos, sí, te dejan recuerdos así.

Lo digo ya y empezamos con la opinión: para mí, este ha sido uno de los Azkenas más flojos y menos memorables. Probablemente, nadie haya estado mal, pero, de alguna manera, ninguno ha conseguido epatar, tirar la puerta abajo y sacudirme entero hasta que no solo sacara las manos de los bolsillos sino que me pusiera a sacudirlas en el aire como un de esos muñecos rellenos de helio. En muchos conciertos, de hecho, acabé como ausente, dentro de un selfie. En ninguno exploté. Donde más cerca estuve de hacerlo fue donde ya me esperaba que ocurriera, en el directo de Nuevo Catecismo Católico. Ahí resistimos al sol, incapaces de buscar del todo la sombra para no perder ángulo y sentir bien de cerca toda esa tralla musical que nos obligó a elegir entre ellos o Lords of Altamont y en ningún momento de la noche, por mucho que nos chincharan, consiguieron que nos arrepintiéramos. Fue de las pocas ocasiones en las que elegí a conciencia y no por inercia. Los NCC fueron de menos a más, aunque no se desataron del todo en ningún momento. Fue suficiente, de todas formas. Recordaron lo sucedido el día antes con Las Furias e invitaron a Kurt Baker para que cantara con ellos el "Sonic Reducer" de los Dead Boys. Todo parece, últimamente, ocurrir en ese escenario escorado, el primero que te encuentras a mano izquierda. Alguno de mis grandes recuerdos de las últimas ediciones del Azkena ocurren en esa esquina: Porco Bravo, 091, y ahora NCC.

Pues bien, ya hemos pillado carrerilla gracias a la historia de las fotos y los bolsillos, aunque con un largo rodeo de por medio. Supongo que, aquí y ahora, esto sí empezará a parecerse algo más a una crónica. Voy a hablar de lo que vi y me gustó, descartando lo que también vi pero sin disfrutar, aunque lo intentara, ni de lo que apenas vi, de lo que desistí, o de lo que directamente me perdí, por la razón que fuera. Ya hemos empezado con NCC, pero antes de que se subieran al escenario los hermanos Ibáñez y sus afanados compañeros de banda, vivimos el viernes entero. Empecemos por ahí, aunque cueste. 

Del primer día del festival, si tuviera que elegir a una banda, probablemente, me quedaría con Man or Astro-man? Por lo menos, me sorprendieron. Dieron rienda suelta a su energía y performatividad, y me obligaron a prestar atención, disfrutando de la música más que del espectáculo galáctico. "Destination Venus" y cosas así suenan atemporales por más que parezcan venir de otro tiempo o pretendan que van hacia otro planeta. Disfrutamos hasta del theremin. Antes que ellos, nada que objetar a los Sheepdogs. Tienen clase y refinamiento. Purgaron el sonido con eficiencia, llegando a realzarlo hasta con tres guitarras y vientos. Canciones como "Nobody" son inapelables dentro de su estilo. Pero parecen tocar desde arriba, lejos, desde dentro de una vitrina. Algo parecido nos pasó con Chris Robinson Brotherhood, a los que vimos en directo hace solo unos meses, y siguió por el mismo camino, más corto y menos sinuoso esta vez. Neal Casal a lo suyo, Chris Robinson también, y nosotros, abajo, siguiéndoles al rebufo. Nada que objetar, tampoco, pero menos que destacar, por nuestra parte. "Ramblin' Rose" y "Kick Out the Jams", sí, como todo el mundo. Yo no lancé el plástico al vuelo durante el concierto de los MC50, pero, con ese comienzo, al menos zarandeé las rodillas. El tío que tenía al lado no dejaba de gritarme al oído: "¡Wayne Kramer, tío, Wayne Kramer!" Y sí, ahí estaba. Mucho más tarde, las Girlschool nos alteraron más los biorritmos, repartiendo ímpetu y una buena colección de canciones en las que se ve que confían, porque las ejecutaron con frescura y potencia. Canciones como "Hit and Run" o "Come the Revolution", aunque parezcan trasladarnos aún más lejos que los viajes interestelares de Man or Astro-man? funcionaron en el año en que vivimos y en la explanada concreta en la que estábamos. Nuestra favorita, "Watch Your Step", casi nos hace soltar las caderas. Le dedicaron una a Lemmy Kilmister y Eddie Clark, si no me confundo. Y si no me confundo otra vez, creo que fue el "Take It Like a Band". Todo para cerrar un concierto muy satisfactorio, donde derrocharon actitud y eficacia. O así nos lo pareció a nosotros, en conjunto, y eso que muchos, incluyéndome, no nos acordábamos de ellas aunque alguno se acordaba  del fallecimiento de Kelly Johnson. El resto de nuestro viernes sucedió a cubierto, en un Trashville que dejó ganas de mejor sonido y camisetas muy sudadas. Allí dentro, nos convenció más Hombre Lobo Internacional que las The 5.6.7.8's. El falso tugurio acristalado y enmaderado funciona como escenario. Parece el espectro de un viejo speakeasy perdido en el sur de las americas, uno que aún quiere aparentar un señorío que ya no tiene. Por lo menos, yo, cuando estoy dentro, me siento como si fuera me rodearan marismas de Louisiana o algo así. Allí, Hombre Lobo Internacional triunfó sin necesitar ayuda, recurriendo a los clásicos y sin quitarse la careta. No es solo diversión lo que ofrece, creo yo, también la constatación de que la tradición aún enardece y alimenta. Menos vigor se les notó a unas The 5.6.7.8's que cerraron su concierto, invitado incluido, con la contundencia y dinamismo que no derrocharon al principio. La gente, eso sí, bailó y sudó y petó el entarimado, y cuando menos  se bailó fue cuando tocaron la esperada canción con la que les afamó Quentin Tarantino. Quizás porque ni les conocíamos ni pensábamos haberlo hecho, también nos sorprendió la tercera banda que vimos en ese escenario, acicalada en un formato socorrido que parece haberse puesto muy de moda: guitarra y percusión con una buena colección de melodías pegadizas con aire añejo. Tan poco conocíamos a estos holandeses que, aún sabiendo que no se llamaban así, yo no dejaba de decir que fuéramos a ver The Sensational Alex Harvey Band. Sonaron frescos, divertidos, intensos y cercanos, y, en aquel momento, no podíamos pedir mucho más: The Sensational Second Cousins.

Del sábado, sí que esperaba más. Más que nada, por matemáticas: porque siempre empiezo desde primera hora y veo más bandas. Mamagigi's estrenaron el día, bajo un sol insistente, con asistentes en número creciente, y, aparentemente, muchas ganas de hablar. Muchas. Aguantamos hasta el final, porque lo que hacen nos gusta, ya tiren de acústica o de eléctrica, pero creo que habrá que aguardar a las distancias cortas para disfrutar de ellos mejor. De NCC, ya lo hemos dicho casi todo: "Prefiero estar en el suelo", "Incontrolable", "Soy un aberrante", "Tú y yo podemos comprenderlo", "Odio la velocidad", "Detrás de tu mirada", "Aquí llega dios"... No hacen falta muchos más argumentos. Es difícil encontrar una banda con más intensidad, tan bien acoplada y, sobre todo, con tan buenos argumentos para esgrimir. Latas de cerveza contra la cabeza, Arturo Ibáñez subido al bafle, que rima... Ellos mismos lo dijeron: son 26 años de carrera y la primera vez en el Azkena Rock Festival. Pues se disfrutó por todo lo alto. Con Mott the Hoople vamos a ir al grano: efectivos, sí, y lucidos, también. Se les vio con muchas ganas y actitud. Demasiada, en algunos casos. No vamos a decir nada de indumentarias ni accesorios y solo distinguiremos que jugaron con los guiños a los éxitos de otros pero destacaron los suyos, aunque se los escribiera David Bowie, por supuesto, porque "All the Young Dudes" fue la estrella de la actuación y que levante la mano el que no tuvo a alguien al lado mencionándole a David Robert Jones. Luego vinieron los Turbonegro. Mezclaron material viejo y nuevo, pasaron de "All My Friends Are Dead" o "Wasted Again", coreadas y recibidas con júbilo, a las más recientes "Hurry Up and Die" o "Skinhead Rock & Roll", sin que las segundas pudieran sostener la comparación. Aún así, resistieron y azuzaron a un público muy receptivo, que disfrutó de los juegos con los éxitos de Queen y, sobre todo, con un final apoteósico donde "Just Flesh" y, sobre todo, "Get It On" acabaron por incendiar la explanada. Yo me olvidé de quién falta o quién está, de qué eran o qué van a ser, de la parafernalia y las peroratas, y lo que me quedó fue un concierto de guitarras, enérgico, que disfruté aun con las manos ahí, ya sabes. Y confieso que me piré antes de que terminara del todo, corriendo y solo, porque no podía con los remordimientos. Estaba perdiéndome a The Dream Syndicate, y aquello era imperdonable. Llegué para disfrutar de un final donde me parecieron más brumosos, hipnóticos y afilados de lo habitual, pero igualmente contundentes y solventes. Al menos llegué a tiempo de escuchar "Days of Wine and Roses" y "Tell Me When It's Over". El que no se consuela es porque no quiere. Plato fuerte de la jornada, que dicen los periodistas deportivos en la radio: Joan Jett & The Blackhearts. La segunda, directa al pecho, el "Cherry Bomb" de las Runaways. Luego caerían, como del cielo, canciones como "Bad Reputation", con esa percusión hipnótica y las melodías inevitables; la pegadiza y reciente "Fresh Start" o una "I Hate Myself for Loving You" que llevó a un delirio un tanto postizo a un desconocido con camiseta de Saxon que tenía al lado. "Love Is Pain", abierta con Joan Jett retorciendo su guitarra fue mi favorita, porque creo que se aprecia con nitidez esa fuerza vulnerable y sincera que caracteriza su voz. Y, por supuesto, "I Love Rock & Roll". Quedaban, y algunos ni los esperaban, los grandes triunfadores del día: unos Gluecifer elegantes y rotundos que combinaron con precisión postura y pulso. Que si Biff Malibú que si Captain Poon, me da igual, me pasa lo mismo que con los nombres curiosos de los componentes de Turbonegro, los mezclo y los confundo. Lo que importó fueron cosas como ese redoble que abre "Evil Matcher" y luego atacan las guitarras sin contemplación, arremeten los estribillos, se frunce el contraste y todo queda pulido y bien ejecutado; o como arranca el cantante una "The Year of Manly Living" que luego se abre en canal, con dulzura y melodía, en los estribillos. "I Got a War", opino yo, que para eso he escrito todo esto, fue un punto álgido del festival. Quizás, en ese momento, sí que tenía las manos fuera de los bolsillos, pero se me olvidó sacar una puta foto. 

Esto no ha sido una crónica, no, qué va. Pero sea lo que sea no lo voy a alargar más. Podría agradecer la compañía, que se agradece, y todas esas cosas con las que suelo edulcorar mis entradas, pero hoy no. Hace tiempo que he vuelto por la misma A-68 pero en dirección contraria, ya estoy en casa, y quiero volver a meter las manos en los bolsillos y olvidar que soy un sujeto con opinión, como los demás, igual de prescindible. Voy a sacarme un selfie, eso sí. Una puta foto. Y ya está. Va: la cuelgo arriba para decorar. Se me ve feliz.  


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