Ya retumban



Y se alumbraron Los Retumbes. Lo dijo Andrés, no podía ser al revés, tenía que ser ahí, en El Tubo.  No hay mejor unidad de neonatos cuando te vienen gemelos y con una banda bajo el brazo. Y así fue. Era y fue uno de los debuts más esperados en nuestra estrecha margen. Los audios habían corrido de estraperlo por las oscuras y húmedas calles de nuestra anteiglesia. Los rumores también; se oía el eco en los baños de los tugurios: "han nacido Los Retumbes, tío", susurraban voces de ultratumba, "o tía". Y nacieron. Nacieron para retumbar y a fe que lo hicieron, pardiez.

Le podremos decir a los que no estuvieron que nosotros sí estuvimos allí: el dos de diciembre de dos mil diecisiete. Fuera hacía frío y llovía a rachas. La gente se agolpaba en los bares. Cenas de empresa, comidas de colegas, familias que se adelantan a la navidad. Había hasta fútbol para hipnotizar. En las barras, la paciencia ganaba a la sed: tenías que luchar por el turno para solicitar refrigerios espirituosos. En el Tubo, sin embargo, reinaba una paz espesa, acogedora. No había mucha gente y los que estaban no se dejaban llevar por los hábitos populares del día. Pero había expectación. Y, poco a poco, se sumó más gente. Gente pendiente de que aparecieran Los Retumbes, que lo hicieron, finalmente, elegantes como siempre, haciendo el paseíllo y escondidos detrás de unos antifaces negros de serie B.

Arrancaron pletóricos, con Andrés usando su guitarra en plan Browning, disparando ráfagas al público. Y así se manejó durante todo el repertorio, sin bajar el ritmo, apuntando al respetable, moviéndose por el mástil tan fácil que parecía tenerlo lubricado. Todos los riffs bien engrasados, con tonalidades distintas en cada progresión, rasgando, punzando, acariciando, más rápido, menos, sucio, limpio, bien troquelado por la percusión que tocaba Ana de pie. Tirando de tres piezas, no necesitó más aparejo para pescar los ritmos. Una vez, sacó maracas y, muchas, se marcó un baile apuntando con las baquetas al aire. En la sencillez y la frugalidad quedó el secreto. En conjunto, el invento suena pegadizo, enérgico y real, auténtico, primitivo. Parece que las canciones les han salido con naturalidad y, sobre el escenario, se les veía cómodos, felices, hasta ilusionados. No han llegado recientemente a esto y, sin embargo, el sábado en el Tubo se les veía como niños con zapatos nuevos, zapatos elegantes y lucidos, por supuesto. Hubo, metámonos con los detalles de plumilla, doble homenaje a los Clash, uno exclusivo para Joe Strummer. Sonaron, por lo general, al garage más revoltoso y canalla, donde gimen las cuerdas y chirrían hasta las tembladeras. Se pusieron, además, mucho volumen. Muchísimo volumen. Pero no estropeó las canciones. Les dio cuerpo, firmeza, y algo de misterio. Fueron más punkies en "Basura", si es que se titula así y más surferos en las instrumentales, pero, en líneas generales, retumbaron siempre a un nivel alto, bastante alto. 

Entre tanta canción a lo penny dreadful, efervescentes y directamente a las zonas erógenas, amenizaron al respetable con parlamentos graciosos, diálogos llenos de sorna, alguno, incluso, cercano a unos Pimpinela con mala ostia, que no quedaron de más ni les sobreexpusieron. Y creo que es porque el humor parece que va a ser marca de la casa en este proyecto. Un humor irreverente pero sin que le falte fuselaje, porque cantar cosas como "hay jonkies desdentados, gordos mal follados, viejos indignados en el parque de Los Hermanos", no solo glorifica la rima asonante y brinda un ejemplo de humor negro y hasta absurdo, sino que, también, recupera una visión histórica de un lugar muy emblemático de nuestra ciudad, y hasta de su cultura alternativa, pero desde un ángulo desdeñoso y ácido que también necesitamos. Igual que en "Montañas de Lindano" (tampoco sé si se titula así), ya casi convertida en himno, donde nos regalan con una visión nostálgica de los veranos en la ciudad sin olvidarnos, precisamente, de cómo era nuestra ciudad. Son canciones de esas que, un día, quedan que te cagas en un reportaje de Informe Semanal sobre los pesticidas y el mapa de residuos o sobre el daño de la heroína en la Vizcaya de finales de los ochenta, para cuando abren con los créditos o antes de atajar el tema de manera más seria. 

Los Retumbes, en resumen, redujeron la ciencia del garage punk hasta sus fórmulas más básicas. No hace falta mucho más que una guitarra expresiva, una percusión somática, voces poderosas y mucha actitud. De todo tuvieron y a raudales. Se les vio, como ya he dicho, sueltos, entusiasmados y espontáneos, aunque llevaran antifaz. En realidad, ahora que lo pienso, no tiene nada que ver con las etiquetas. Lo que redujeron a su esencia más pura y vigente fue la música en sí. Sin aditivos ni pamplinas, a la vena y ya está. Por eso dejaron tan buen sabor de boca y algo de resaca. Porque se vieron obligados a repetir, que es algo "poco rockanrolero", como ellos mismos dijeron, al no poder resistirse a las peticiones de bis y no tener más repertorio. Porque retumban, tía. O tío, así que prepárate, porque esto es solo el comienzo, seguro. 

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