Antes, entonces y después



Antes

Me había quedado a dormir en la ciudad. Todos los días de la semana, jornada laboral de 8 de la mañana a 8 de la noche. Cuando llegaba a la casa que me prestaron, me encontraba con habitaciones vacías, mucho eco, y la maleta sin deshacer del todo. Ponía la radio en la cocina, abría la nevera, sacaba una cerveza y el bote de salsa mexicana; hundía patatas de maíz hasta que me arrepentía.

Aquel día, porque era el último, evité la tristeza húmeda de aquella casa prestada, y quedé con mi colega Guille para tomar unas cervezas. La calle Kutxi  estaba llena de gente. Había conciertos por todos los rincones. Antes de comernos un bocata y marcharnos de rondas, estuvimos viendo en directo a Jon Basaguren. Los hijos de Guille eran fieles seguidores. Estábamos todos sentados en las escaleras del cantón de San Marcos, atentos al concierto, cuando Guille apuntó con la barbilla hacia alguien que asomaba por la esquina del Txapelarri, entre la gente: "mira, ese es El Hierro".

Dije que sí con la cabeza, pero sin convencimiento. Me explicó que "El Hierro" era un clásico de la ciudad; un habitual de los conciertos; un músico que tocaba en la calle y en una docena de bandas; productor, ciudadano y personaje público aunque solo fuera allí. "¿No te suena?" Subí los hombros hasta que perdí el cuello y murmuré: "De nada." Pero yo solo estaba en la ciudad de prestado.

Entonces

Llegamos a Vitoria desganados. Habíamos salido a mediodía de casa y mantuvimos la itinerancia hasta bien entrada la tarde. Entrar a Vitoria aquel domingo por la tarde fue como coger el sueño a mitad de la misma en el sofá de casa. La ciudad estaba amodorrada, abandonada, en letargo. Nos registramos en el hotel y nos dejamos llevar por las costumbres locales: estirados sobre la cama, sin abrirla ni quitarte el calzado. Además, teníamos que esperar; pero yo no quería quedarme quieto esperando, repantingado en una habitación estrecha con vistas a una televisión con demasiados canales. El wifi funcionaba bien así que busqué. Busqué lo que fuera. Lo que fuera que no estuviera muy lejos. Me encontré el anuncio de un concierto en no sé qué taberna. Alguien que se llamaba Alejandro Ferreira "El Hierro". Me quiso sonar, pero ni idea. De todas formas, valía. 

Este no quería, pero tampoco decía que no. Bajé yo primero, a echar un cigarro en la puerta del hotel. Mientras esperaba, entonces, empezó a sonarme. El tráfico apenas existía y las sombras de los árboles cubrían el asfalto. Se te iba el pensamiento al pasado: "El Hierro, El Hierro..." Saqué el móvil y busqué en internet. Leí una entrevista. Encontré una foto. Sí, joder, era él. Até cabos. Era el tío que tocaba en dos docenas de bandas, que también lo hacía a palo en la calle, producía discos, actuaba en acústico o no. El que apareció por la Kutxi y Guille apuntó con la barbilla. Fíjate tú por dónde. 

Cuando bajó, le dije a Toni quién era y que teníamos que ir a verlo, sí o sí. Ya íbamos caminando mientras le explicaba que era como pasar por debajo de las piernas de El Caminante, asomarte a la Virgen Blanca, que te cuenten la historia del Machete o te pidas de postre goxua. Algo de la ciudad. Había que hacerlo. Además, y esta era la parte más sólida de mi argumento: no teníamos mejor cosa que hacer en una ciudad que parecía tener a todos sus ciudadanos cobijados en un refugio antiaéreo. Toni bostezó y dijo que sí con la cabeza. 

El Hierro, Álex Ferreira, ha sido miembro o fue miembro de bandas como Replicantes, Los Satisfechos, A la Fuga, Los Padrinos, Alex el Hierro & Iñigo Crines, Hierro & Los Ajustadores, Bipolar, Los Herminios, Resaca Traveling Blues Band, Triana Memphis Express... y vete tú a saber cuántas más. No los conozco a todos, ni tan siquiera a la mitad. Y a los que no conozco, probablemente siga sin conocerlos. Espero, sin embargo, que el concierto de El Hierro el domingo pasado no sea la única ocasión en que le vea en directo. 

Tocó "Cocaine" de JJ Cale y "La Flaca" de Jarabe de Palo, ahí tienes un ejemplo del rango, del itinerario tan largo que se recorrió tocando. Versiones y canciones propias, todas con el mismo nivel de intensidad. Algunas las introducía o explicaba; otras sonaban descontextualizadas, extranjeras en aquel bar y ante aquel público. Tocó con energía, ligero de ropa, siempre con una sonrisa, sin que le importaran los oleajes del público ni los cuchicheos distraídos. Tocó con bases pregrabadas a la espalda. Por delante, solo su guitarra. Tenía que darse la vuelta antes de poder terminar la canción adecuadamente, porque si no corría le saltaba la siguiente pista. Se ponía las gafas para no meter la pata. Se le enganchó el pedal. Pero sonreía, y saludaba a la peña, y mantenía un buen rollo que luego aplicaba a las canciones para cantarlas con aliento y vigor.

Esa energía positiva, sin embargo, no podía corregir del todo el ambiente decadente y esquivo que reinaba en el bar. A mí se me iba la atención: veía historias alicaídas y extravagantes en cada rincón. Títulos de canciones, argumentos para viñetas tragicómicas de un fanzine urbanita. Era la audiencia más normal, y, al mismo tiempo, más inquietante que había visto en mucho tiempo. Supongo que a nosotros dos también se nos podía incluir en el plantel. Un tío bastante ebrio bailaba delante nuestro. Todo lo bailaba a ritmo de merengue. Toni me pegó con el codo. Eso solo fue la coda: miré el reloj. El concierto había empezado hacía una hora. Era hora de ir a cenar. Nos fuimos sin despedirnos.

Después

Por el camino, los dos coincidimos en lo mismo: había quedado claro que El Hierro era un buen guitarrista. La velocidad en los acordes, la soltura natural, las tonalidades y la profundidad. Tenía dedos ágiles y una experiencia de las que sedimenta. Uno de esos guitarristas que más que dominarla, la respetan: saben qué le gusta, hablan con ella en susurros. Mientras caminábamos sin prisa, pero con hambre, hacia la semilla de la almendra, nos preguntábamos por qué no dejaba las bases, pillaba el instrumento, y nos contaba su vida. Con cuatro acordes básicos, sin prisa. Estoy seguro de que lo hace. Alguien con ese testimonio en los dedos, con todo ese bagaje, con esa apuesta vital por la música como forma de vida, seguro que es capaz de hacerlo, que lo hace. En grupo o en solitario. En otro de sus muchos espectáculos.

Por eso estoy convencido de que esta no será la última y única vez que veré al Hierro en directo.  Nos lo volveremos a encontrar. Siempre tienes tiempo para descubrir cosas nuevas en las mismas ciudades de siempre. El eco de las habitaciones sin muebles, por ejemplo, me hizo ver aquel barrio residencial de una manera distinta, realista, capaz de esconder las mismas biografías que conozco en mi barrio. Otro ejemplo: ahora, cada vez que paso por delante de El Caminante, veo otra cosa. Todo fue culpa de Elena López Aguirre, otra gazteiztarra de las que ensalzan el llano. Leí uno de sus textos y, desde entonces, esas piernas escuálidas de cobre me cuentan otras cosas. Lo mismo pasará con Alejandro Ferreira. Antes, entonces y después, la ciudad y yo hemos vuelto a compartir un domingo cualquiera que, cuando mire hacia atrás, será siempre un domingo en concreto. El de El Hierro. Aunque fuera lo que ocurrió luego (y que no cuento aquí) lo que lo hiciera especial y distinto.  

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