Cronólogo



Prólogo

Ya lo he dicho tantas veces que soy cansino, sí, muy cansino, y no lo voy a repetir, pero es así, y, por lo tanto, yo necesito los cinco sentidos, y, si me apuras, hasta el sexto. También entiendo que la música, en general, no solo se escucha, con lo que tampoco soy un tío tan raro. Me explico: la única forma de esconder mi ignorancia musical cuando escribo sobre música es que además de hablar de lo que oigo, hable también de lo que palpo, huelo, saboreo y sobre todo, veo. Por supuesto, también, a menudo, hablo de fantasmas. O llámalo fantasía, percepciones exageradas, greguerías gratuitas: el sexto sentido. El Panorama estaba tan petado que vi poco, olí demasiado, saboreé lo justo, palpé lo que me dejaron y me tuve que fiar de lo que oía. Así, me cuesta mucho escribir una de esas crónicas mías que se fijan más en el detalle que en otra cosa, redundan en lo anecdótico y se centran demasiado en los márgenes del texto más que en la partitura. Aún y así, yo lo voy a intentar: Moonshine Wagon en el Panorama Pub. 30 de Septiembre de 2016 y se puso a llover justo cuando empezaba el concierto. 

Monólogo

Llegaron en su ya famosa Winnebago (si no es una Winnebago, que sirva de pista para la imaginación) y acompañados por la fama que les precede. Los Moonshine Wagon se han ganado el crédito a base de kilómetros, directos, el boca a boca, y un disco que sacaron hace ya algo más de un año. El próximo parece que está cerca y decían en una entrevista veraniega que llevaría el título de la canción que ensayaron ayer en Barakaldo. Han conseguido forrarse (no hablo de dinero) con una estética eficaz y con una buena estrategia de promoción que roza lo milagroso y reivindica aquel do-it-yourself que parecía haberse quedado para la memoria histórica y los incautos testarudos. Además de eso, son buenos. En directo, son cercanos, convincentes y sugestivos. En disco, suenan limpios, vigentes y versados. Tienen la fama precedida porque la merecen. Solo hay que ver y oír como se ponen los tres en fila y la línea no chirría por ningún costado y en ningún momento.

No trajeron banjo, versionearon a Hank Williams, percusión por zapateo, probaron en primicia una nueva y tuvieron un público fiel que pateó el suelo, apuntó con el índice hacia el techo y tarareó sus canciones. Hicieron cancamusa divertida al sacarle al violín las notas de canciones de Deep Purple o Black Sabbath, le dieron al bourbon y al whisky, se pusieron brumosos y espitosos (hablo solo de música), parlaron, pasaron a estar serios y, sobre todo, consiguieron que la fiesta fuera un hecho y las tan manidas raíces americanas brotaran como un frondoso jardín paradisíaco en un Panorama Pub que tiene el suelo de baldosa autóctona. Usa toda esa palabrería que acabo de apelmazar para envolverte el bocadillo antes de ir a San Mamés. Yo estuve al principio en una esquina junto al billar y, al salir para coger una llamada, ya no pude volver a cruzar el Mississippi y me quedé junto a la puerta, apostado en una esquina desde la que veía más o menos lo que veía desde la primera, aunque el ángulo fuera distinto: nada del contrabajista y lo justo de guitarrista y violinista. Ellos tres forman Moonshine Wagon y son los únicos, me imagino, que tienen la respuesta a una pregunta que no puedo conseguir contestar aunque me venga a la cabeza cada vez que veo grupos que van del folk al hillbilly pasando por el country y el bluegrass: ¿por qué?

¿Qué tiene la música norteamericana más autóctona e indígena que tanto nos embelesa y atrae? ¿Es la mitología o solo la música? ¿Es el poder hechizante y capitalizador de la industria norteamericana, con todas sus maniobras culturales de transferencia y seducción? ¿Es solo el audio o también el texto? ¿También las camisas y las gorras de béisbol y las barbas? ¿Por qué? Quizás, y es la única respuesta que consigo inventarme, porque cuanto más escuchas esta música más te suena lo mismo al eco de un pub oscuro y húmedo de Dumcondra que a las tablas que crujen en una cabaña de las Orzak. Porque las raíces de esta música están tan torcidas y entrelazadas que no apuntan a un único sitio, y eso es cojonudo. Más aún si las arrancan unos tíos que lo mismo visten gorra de Th'Bootty Hunters que camiseta de los Slipknot y parches de los Carniceros del Norte. Y solo digo esto porque por ahí tienes pistas, pistas de por qué el yodeling y la voz grave caben tan a gusto en una misma canción o por qué una como "Billy Wild" empieza con un ritmo de tragedia fílmica y voz ronca de conquista mítica y acaba estallando por la mitad con un alarido punk de las cuerdas. Es, a mi entender, ese acento en lo bastardo, en la mezcla, la orgía y la agonía de las fronteras lo que hace que merezca la pena seguir intentando lo mismo que intentaron tantos y tantos que acabaron grabados para la posteridad en el archivo de los Lomax y en la hemeroteca de No Depression. Sigo esperando, eso sí, que todo esto, algún día, se traduzca en la literatura, que con las palabras también podamos pasar de Dumcondra a Johnson City y de ahí a Vitoria-Gasteiz gracias a la misma aleación que las melodías utiliza para construir puentes. Todo esto ha sucedido y te lo has leído sin darte cuenta del sufrimiento porque si no veo y solo escucho y no toco, ni husmeo, ni paladeo pues solo me queda el sexto sentido: y en ocasiones yo veo bandas pero en silencio estoy haciéndome preguntas que mejor me las guardaba para cuando tenga hambre y en lugar de calorías debería tragarme mis palabras, que engordan menos. Como ocurre con los buenos libros, la mejor poesía y las canciones que te incitan, lo que quizás necesitemos no son respuestas si no preguntas. Así me consuelo.

Y así me confieso: salí a fumar un cigarrillo bajo la ligera y agradable lluvia y ya no volví a entrar. No terminé el concierto, pero creo que ya poco quedaba. Yo calculo que aún estaba reciente el policarbonato de plástico del cedé cuando se lo robé a Manu el Gallego y escuché por primera vez a los Moonshine Wagon. Llevaba tiempo queriéndoles ver en directo para calcular lo que venía oyendo, pero creo que seguiré aguardando una ocasión más favorable. Para entonces, igual ya existe Porca Miseria, y prometo no tener que meter la mano en el salpicadero de ningún smart para hacerme con el disco, aunque el título tiene coña si recuerdas a quién se lo sisé. 

Epílogo

Voy a añadir esto para lamentar que no pudiera aparecer por El Cuervo para ver el concierto de Reverend Richard John. En su lugar, la media hora que pude tomarme antes de llegar al Panorama, la usé para acercarme a saludar al Kalbo en un Tubo un tanto desangelado donde actuaban Radio K-Oso. Apenas escuché un puñado de canciones desde el fondo, mientras, de vez en cuando, charlaba de cifras y letras con el dueño del local. Por lo tanto, no voy a decir nada porque no sería capaz de decirlo con fundamento. Y, para todos aquellos que vayáis a disfrutar hoy mismo de los Tiparrakers y de The Baboon Show o para los que lleváis ya un par de días disfrutando de los suecos y vais a seguir el mismo camino hasta el domingo, para los que fuisteis a celebrar la precocidad británica de The Strypes o a L'Ensemble en Santutxu y bla bla bla, que lo disfrutéis, cabrones (insultar sin propósito descalificador pero sí enfático es un recurso literario como cualquier otro).

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