Aunque suene muy
poético decir lo contrario, yo creo que no: no, las canciones no nos eligen.
Las elegimos nosotros. Otra cosa es que los seres humanos (por lo general, no
se me alteren) somos tan sentimentales y delicados que tenemos por costumbre
magnificar ciertos momentos de nuestras vidas porque, si no, las mismas, aunque
tengan sentido, parecen no tenerlo. Por eso, los más afectados ponderamos la
música cuando esta acompaña esos momentos tan oportunos y trascendentales. El
colmo sería: “la banda sonora de mi vida”, con letras orladas y en versales.
En la casualidad, sí
creo; aunque no sepa muy bien lo que es porque, casualmente, siempre ocurre
cuando menos te lo esperas. Puede que la suerte o la fatalidad sí que
participen en nuestras experiencias musicales.
Una vez leí un libro de
Nick Hornby que creo que es bastante conocido pero no recuerdo su título. No sé
si era la tesis que él defendía, pero yo me quedé con una idea general que
quizás, en realidad, siempre fue una lectura personal y equivocada. Creo que
Hornby venía a decir que las buenas canciones, las canciones que son
verdaderamente buenas, no pueden ir unidas, relacionadas con esos momentos
únicos. Una buena canción tiene una potestad y un valor indispensable e
inmutable y seguirá siendo igual de efectiva y evocadora, la escuches cuando la
escuches, transformando su energía y estimulándote de manera diferente en cada
escucha.
Vale. Hornby es mucho
más listo que yo y entiende mucho más de música. Y digo yo que, por lo tanto,
tiene razón.
Sin embargo, yo no
puedo evitar que haya ciertas canciones a las que el tiempo muda y viajar por
él las marea. Con toda seguridad, no es cosa de la canción y sí de quien la
escucha, que, cuando la escuchó por primera vez, cometió el error de
corresponderla con el contexto y arruinarla. Me pasa también con los libros,
las películas, los paisajes, las comidas y hasta con ciertas personas. Creo que
es un síntoma de algún tipo de enfermedad degenerativa de mi ego ensimismado.
Me pasa aquí, por
ejemplo, donde estoy ahora mismo. No os voy a decir dónde, pero sí voy a explicarlo.
Hacía años que no pasaba parte del verano en esta pedanía. Bueno, el año pasado
ya vine, pero antes de ése, había pasado una eternidad, casi una vida entera.
Tanto que al pasear por el pueblo no me reconozco cuando me recuerdo. Desde
niño he percibido este paisaje como mío: las mareas, las montañas, los
eucaliptales y las lomas de yerba. Mi abuela nació remontando el río. Nos decía
que sabía si iba a hacer bueno al día siguiente viendo el sol ponerse sobre el
cerro. Mi tío bajaba en burro hasta la costa para vender verdura. Siendo bebé,
me llevó una ola y la misma ola me devolvió. Recuerdo un cumpleaños con
galerna, sin poder salir de casa, y no había más que flan de huevo para clavar
las velas y que yo soplara. Tengo recuerdos más intensos que aquellos iniciáticos,
algunos hasta malos, o perversos, poco recomendables y nada confesables.
Durante uno de ellos, recuerdo leer el libro de Hornby escondido en un recodo
desahuciado que se abre al mar sin miedo. Lo hacía hasta que se acababa la luz
y después bebía vino barato y fumaba cigarrillos viendo las olas hasta que me
entraba el sueño. También fue entonces cuando escuché por primera vez a
Richmond Fontaine. No me eligieron, pero sí fue casualidad que en un bar
pidiera un café y tardaran en servirme. Mientras tanto, cogí una revista
abandonada y en la sección de las reseñas, me llamó la atención el nombre
rotulado de una banda que estrenaba nuevo álbum, Post to Wire. También fue casualidad que no escuchara el disco
hasta muchos meses después; que coincidiera que lo hacía allí, aquí; que
estuviera leyendo a Nick Hornby; que la primera canción que escuchara fuera
ésta: “Montgomery Park”. No creo que me eligiera, pero sí fue casualidad.
Ha pasado mucho tiempo
desde entonces y aquí estoy otra vez. No me reconozco cuando miro hacia atrás,
pero todos somos, en parte, los mismos que fuimos y ya no somos. Aún hoy en día,
cuando oigo las primeras líneas de la canción, hay algo que me revuelve el
espíritu como solo lo ha conseguido el amor, la amistad y todas esas cosas que
merecen la pena: “I’d never been so uncertain or scared or alone / in such a
big city with no family.” Es decir: “Nunca me había sentido tan solo, nunca
había tenido tanto miedo o desconcierto / sin mi familia, en una ciudad tan
grande.”
Supongo que yo me sentía
así entonces, cuando era un egresado en paro, abrumado y a la deriva.
“Montgomery Park” aparece siempre cuando miro hacia atrás y me veo joven,
orondo, desorientado y torpe; pero, como dice Hornby, la misma canción es capaz
de asomarse hoy y, con los viejos acordes y los versos repetidos, descubrirme
nuevos pesares a los que nunca quiero poner nombre. Creo, incluso, ahora que
miro por la ventana y hace sol y el cielo es limpio y las peñas se iluminan y
veo esa cima en la que mi abuela contaba que un primo suyo pasó años escondido
en una casulla para evitar la guerra civil, creo, digo, que hasta el alivio es
distinto y que la canción no suena igual y que no tengo miedo al cambio ni al
tiempo que sigue pasando sin que podamos hacer nada por detenerlo.
Espero que, en Octubre,
la toquen en el BIME. Igual entonces entiendo qué demonios quería decir yo con
todo esto y escribo un libro en homenaje a Nick Hornby.
Por cierto, la canción no es tan intensa y pretenciosa como mi entrada, seguro que la disfrutáis. La fotografía está tomada del buscador de google, como casi siempre, y el vídeo proviene de youtube.com (¿la foto es una captura del vídeo, ¿verdad?). La calidad no es la mejor pero no he conseguido otra cosa. Curiosamente, el eco turbio creo que le sienta bien a la canción, pero se merece escucharla en la toma grabada si queréis juzgar. Seguro que por bandcamp o por ahí lo encontrais.
Habrá más capítulos, sí, y espero que mejores.
Comentarios