TREME TREME TREME




 “Unlike plot-driven entertainments, there is no closure in real life. Not really.” —Creighton Bernette


Esto es un tanto personal y no sé cómo acabar cuando aún ni he empezado: me he enganchado a Treme. A todos nos pasa lo mismo y si a ti no te pasa es que eres afortunado. Hay días que te levantas con ganas de pasarte el resto del día lamentándote y entonces buscas una forma de ahuyentar todos esos fantasmas que te trastornan: desayunas bourbon, paseas hasta las afueras, escuchas música o te vas de compras. Yo hice lo último y en la FNAC me compré la caja completa. Llevaba un año aparcada en algún rincón de casa sin que me hubiera vuelto a acordar de ella. Hace como un mes la recuperé, me la llevé al curro; me dije, cada día, pilla una hora para comer, cierra la puerta, apaga la luz, saca la tartera, mete el disco en el portátil y un episodio por día. 
El flechazo fue instantáneo. Tenía que resistirme para no ver dos seguidos. Iba por los pasillos con John Boutté haciéndome pititacos en el cerebelo. Cuesta entrar, pero después empiezas a odiarlos y a apreciarlos como si fueran tus propios vecinos. Ya no hay escapatoria. 
No tengo nada en común con las costumbres y tradiciones del sur de Louisiana. Muchas me parecen extravagantes e incomprensibles. En ocasiones, la New Orleans que aparece en la serie me parece una colonia alienígena, un territorio de ficción, un universo paralelo. Algo magnético, tan ajeno y extranjero que parece suceder a la vuelta de la esquina en el barrio donde vives. Sí, yo tampoco lo entiendo. Antoine Batiste, no sé quién eres pero me parece que te vi ayer. 
Ayer terminé la primera temporada. Tenía tanta obsesión que rompí la promesa. Me traje la temporada a casa y terminé de madrugada los dos últimos capítulos. 
Te lo digo: me pasé el último mentándole los muertos a David Simon y Eric Overmeyer. Joder, tanto me dolía que hasta maldecía en inglés, como si fueran a entender lo que yo estaba pensando. ¿Cómo cojones? ¿Por qué?, ¡cabrones! Cómo duele, y, al mismo tiempo, lo único que podía escuchar en el fondo era mi propia voz repitiendo: qué jodido talento. 
Professor Longhair, Kid Ory, Allen Toussaint... No nos engañemos, yo he crecido escuchando a La Polla Records, descubrí que había más que eso a partir de Led Zeppelin, bajaba los veranos hasta el sur escuchando a los Gipsy Kings y al Cabrero. Mis amigos imitaban a Iron Maiden y en los bares pasábamos de Boikot a SA. Cuando aprendí quién era Count Basie ya era tarde. No es mi historia, no es mi cultura, no es mi vida. Aún así, parece que todo es lo mismo. Solo envidio que alguien no pueda hacer exactamente lo mismo aquí. ¿Por qué? ¿Es distinto? ¿No se puede?
Lo que sí hice en su día fue leer a Walker Percy y a Kate Chopin. Quizás por eso anoche, no podía evitarlo, y me fui a la cama maldiciendo su talento y su mala baba. ¿Por qué, joder, por qué? ¡Joder, qué putos cracks, qué cojones! ¿Y qué hago yo ahora?
Pues empezar la segunda temporada, me imagino. Y no abandonar, porque, algún día, yo quiero una banda que me despida. 


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