El poder de la música



He bajado a la misma cafetería a la que suelo bajar los sábados por la mañana, aquellos sábados en los que encuentro una hora para dedicarla a esto: sentarte junto a la ventana, sacar el ordenador, beber café mientras los paisanos hablan de fútbol, del gobierno o de un ayuntamiento que, precisamente, se ve desde donde estoy sentado. 
Abro el correo y veo que me han escrito desde Power Records. Es un email colectivo, con un archivo adjunto, que me pongo a leer antes de hacer caso al resto de los mensajes de trabajo. La tienda de discos bilbaína celebra su veinticinco aniversario e invitan a todos los que alguna vez han sido clientes de la tienda (es mi caso) a celebrarlo con ellos. De poco homenaje servirá hacerse eco en este blog descafeinado y fláccido, pero era obligado hacerlo. 

Yo abandoné el vinilo igual que abandoné el fútbol de segunda b. Lo hice cuando la mayoría de edad me permitía empezar a descubrir la profundidad de la noche. Siempre fui un chaval que sacaba buenas notas sin esfuerzo, que no hacía ruido en casa y que pasaba menos tiempo tirado en el sofá viendo la televisión, que en la cama leyendo libros. Mis padres no sé si confiaban o no supieron cómo llevarme la contraria. Así que no renové el carné del club y dejé de preocuparme por aprender sobre música, para dedicarme a consumirla compartida. También fui siempre tímido y acoquinado, y esto tendrá tanta influencia en lo que contaré a continuación, como todo lo anterior. 
Hace unos meses nació mi hija y solo decirlo parece cubrirte de años sin posibilidad de puntualizar. Unos meses antes de que lo hiciera le dije a mi pareja: es ahora o nunca. Cuando nazca, ya no lo haré, y llevo años queriendo hacerlo. Así que lo hice, me compré un buen equipo y lo instalé en casa. Me decía: no iré a conciertos, pero recuperaré la música que gira. Y así ha sido. Volví a revolver entre las filas de vinilos, sin dirección ni consenso, sin saber cómo quería construir una colección o para qué quería hacerlo. Solo porque parece que hay algo agradable en el simple placer de pronunciar la palabra vinilo. 
Lo primero que hice fue ir a Power Records. Compré el último disco de Alabama Shakes y les encargué el primero. Me pidieron mi dirección de correo para informarme cuando llegara, y lo hicieron. Y por eso me han mandado este nuevo email, supongo. 
Desde entonces he ido por allí otro par de veces, compré discos de The Kids, The Business y alguno más. El domingo pasado fuimos al MuMe y cayeron The Undertones, The Ozark Mountain Daredevils y un par de Jason & The Scorchers. Siempre me queda pendiente visitar La Casa de Atrás, donde la última vez que revisé los vinilos, aún no tenía equipo. He comprado más vinilos, pero mi colección apenas superará los cincuenta ejemplares, cada uno hijo de su padre y de su madre, desde The Beach Boys hasta Putakaska, pasando por The Wizards, Brand New Sinclairs, La URSS, Jennifer Rush (sí, Jennifer Rush... y Oskorri) y los ya mencionados. 
Aún hoy es el día en el que me pongo nervioso al empezar a revisar las montoneras. Tengo somatizada la idea de que el mundo del vinilo es un mundo de veteranos expertos y jóvenes despiertos con el gusto aguzado desde el nacimiento. Tengo somatizada la idea (quizás preconcebida) de que hay un ritual en todo esto. Y yo no conozco las señas aunque sepa jugar al mus. Me siento como un invitado molesto, como un foráneo fastidioso, como un novato que va de guay. Me abruma la cantidad de musica que ha sido grabada y lo difícil que es moverse en ese océano de posibilidad y arbitrio. Aún hoy en día entro a Power Records y sudo. Literalmente, sudo. Me paso allí una hora metido, mirando y mirando, pensando y pensando, y al final compro la última chorrada que pensaba comprar, mientras el resto del tiempo lo he dedicado a escuchar conversaciones que no me invitaban a escuchar, observando cómo la gente se mueve con soltura, qué miran, cómo lo miran, cómo serán sus vidas fuera de la tienda. Si alguien me pidiera que eligiera, entre los muchos personajes que se ha inventado el cine (creo que el de Nick Hornby era algo distinto) alguno al que quisiera parecerme, sin duda, elegiría al John Cusack de High Fidelity pero sin su inmadurez monomaníaca con las mujeres.
Más allá de Power Records o La casa de atrás (que es más que una tienda de discos) y alguna otra del botxo bilbaíno, o la más doméstica y socorrida Long Play de Barakaldo, no conozco muchas otras tiendas de discos. No soy un fanático que decida sus vacaciones por las posibilidades mercantiles en este campo, que conozco quién lo hace. Hace años, eso sí, pasamos unos días en Granada. Una noche entramos a un pub donde nos gustaba la música que sonaba. Era miércoles y no había ni un alma. Empezamos a hablar con el dueño y le preguntamos dónde había más bares del pelo. A mitad de la conversación, le saqué nuestro mapa y le dije: dime dónde. Sus ojos se abrieron y nos miró como si fuéramos Bonnie and Clyde pero sin ánimo de atracarle: es la primera vez que veo unos turistas con un mapa así. No habíamos marcado sobre el callejero de Granada ni una sola iglesia ni museo, estaba lleno de equis que señalaban los bares y las salas de los que habíamos oído hablar en internet. "Los tenéis todos," murmuró aún sorprendido. No podría hacer lo mismo con tiendas de vinilo, pero, en ocasiones, hacen la misma función que los bares: son esa sala de estar donde no puedes poner los pies encima del sofá, pero te puedes llegar a sentir incluso más relajado y cómodo. Cuando tuve que vivir un año alejado de toda la peña a la que apreciaba, en una aldea acojedora pero asfixiante del medio oeste americano, Homer's Music y Drastic Plastic, ambas en el Old Market de Omaha, fueron lo más parecido a una cura de morriña que pude encontrar. 

Así que después de toda esta chapa monumental que solo demuestra las ganas que tenía de encontrar una disculpa para ponerme a teclear mientras suena Guy Clark en este bar, y así retrasar aún más la lectura de los emails que ya debería haber leído, hablemos de lo que realmente es interesante: de Power Records y su fiesta de cumpleaños. 
Para celebrarlo, la tienda bilbaína te anima a ir al concierto cuyo cartel inaugura esta entrada en la cabecera. El canadiense Douglas Paisley, cuyo apellido remite a la etiqueta con la que hermanaron a Long Ryders y a Green on Red, un talentoso artista al que quizás no se le ha dado por aquí la publicidad que debería, y los The Parsons Red Head, una banda de Portland que menciona a los Beatles, los Byrds y Big Star en su biografía, se reunirán en la Kutxabeltza del Kafe Antzokia este próximo 7 de Octubre para felicitar con música el cumpleaños de una tienda de discos que, como ellos mismos dicen en el mensaje de invitación, ha podido sobrevivir a pesar de que, desde que empezaron en 1990, los tiempos han cambiado y "las tiendas de discos, las librerías, los cines fueron desapareciendo más o menos silenciosamente." Hay algunas que siguen abiertas, también silenciosamente, así que disfrutemos del ruido melodioso de la música para seguir celebrándolo y para no olvidarnos de que están ahí y que es mejor gastarse el dinero que nos cuesta ahorrar en ellas que, por ejemplo, en la ropa que globaliza estéticamente el mundo. 
Yo intentaré ir y espero sudar menos que cuando intento jugar al mus y echar órdago a pares sin tenerlos. Y, si no voy, seguiré escurriéndome por entre las hileras de discos mientras pienso que lo que vaya reuniendo, por poco gusto y sentido que tenga la mezcla, servirá para que, algún día, mi hija aprenda que merece la pena el tiempo que te lleva levantar la tapa, descapullar la aguja, colocar el vinilo, bajarla y escuchar lo que cinco tíos o tías desde el otro lado del mundo han grabado en el sótano de una granja porque, por alguna razón, necesitaban hacerlo. Ella seguro que no suda tanto y quizás pueda celebrar el cincuenta cumpleaños de Power Records y el aniversario de muchas otras tiendas de discos que le dan un sentido cojonudamente luminoso y goloso a la palabra anacrónico. 

Perdón por la chapa. 

Comentarios

Distorsjón ha dicho que…
Muy de acuerdo con tu último párrafo en el que describes paso a paso lo que es poner un vinilo. Añadiría otro paso que es admirar la portada, contraportada e insert (si lleva) que algunas son verdaderas obras de arte, mientras oyes ese característico sonido de la aguja posándose en el vinilo. Para mí ya sólo ese ritual hace que prefiera el vinilo a hacer doble click en el archivo sonoro de turno. Mi novia que no es nada melómana, ha acabado aficionándose como yo a comprar y escuchar vinilos.
Aunque ahora ya compro vinilos con cuentagotas (el último creo que fue el de BC Bombs), hubo una época en la que no planificaba mis destinos de vacaciones por los bares/tiendas de vinilo del destino, pero si que allí donde iba, investigaba dónde había tiendas de vinilos y bares del rollo. Cuando aquello, aún no me había ido de casa. Ahora que sí, ya sólo los veo. Comprar, como digo a cuentagotas.
A ver si hay suerte y tu hija hereda esa pasión por la música, por la escritura, y no un niño zombie más de los de hoy en día que van con la vista clavada en su smartphone y se pierden la vida real, la analógica y auténtica.
En fin, que desvarío yo sólo.
Holden Fiasco ha dicho que…
Gracias por desvariar por aquí, tío, se agradece un montón.
Un abrazo
Distorsjón ha dicho que…
Un placer comentar.