Tipafilaxia



Cuando la respuesta a un fármaco disminuye con el paso de las dosis, los médicos, entre ellos, hablan de taquifilaxia. La reacción a la medicina se reduce porque la tolerancia fisiológica aumenta. A menudo, se resuelve ampliando la dosis. A mí me ha pasado con los Tiparrakers. Después de pasarme dos semanas sin dosificar los chutes que me he ido metiendo, ahora mi cuerpo se ha acostumbrado y ya ni reacciona cuando escucha el estribillo de "Enemigos todos". Sufro Tipafilaxia. Tengo que aumentar la dosis. Aprovechar el estéreo para ponerme Delirio tóxico por el auricular de la izquierda, Luego estamos, por el de la derecha y Muy fuerte, de sonido ambiente. Solo así me calmo.

Según Wilder Penfield y Theodore Brown Rasmussen, nuestro cerebro está formado por un tejido nervioso y si estimulas un punto concreto, afecta a un lugar exacto de nuestra capacidad motora o sensorial. Tú me haces clic aquí y se me erizan los pulgares, si es que los pulgares pueden erizarse. Créetelo, Phillip K. Dick lo sabía y por eso se le ocurrió que en el futuro existiría una máquina que él llamó el aparato Penfield, un sencillo artilugio que modificaba el estado de ánimo de una persona por medio de estímulos eléctricos. No sabía que ya existía: se llama música, y de eso intentamos hablar aquí, aunque sea torpemente. En concreto, hoy, de cómo hemos descubierto una nueva musicopatología a la que llamamos Tipafilaxia.  

Y es tóxica. Efecto secundario: delirio. Por eso publicaron con ese título su primer disco: Delirio tóxico, allá por 2010. Dos años más tarde, continuó la pandemia y titularon a este segundo brote Luego estamos. Ahora, en 2014, publican, por fin, la vacuna, de uso tópico, con efectos secundarios no testados, y de nombre, Muy fuerte.

Para hablar del mismo teníamos cita, pero como no lo habíamos hecho antes, no hemos podido evitar hablar de lo que sucedió primero, que, en el caso de los Tiparrakers, no fue ni el huevo ni la gallina, si no, directamente, la sartén o el puchero.

Por ahí he leído que los emparentan con los Burning, Los Ilegales, La Banda Trapera del río, Ramones, Motorhead o todo aquello que venga del barrio de Buenavista y entre en la nómina de No Tomorrow, lo que viene a ser prácticamente lo mismo. Y sí que hay ecos de Muletrain, de Nuevo Catecismo Católico, de los Painkillers o de Why Not?, pero, en tres discos, se le ven los dientes al recién nacido y yo hablaría lo mismo de estos que de Ted Nugent, MC5, Radio Birdman, The Gories, La Perrera, The Real Kids, The Dirtbombs o hasta Airbourne por ponerme melodramático. Por supuesto, a Martín Melitón Pablo de Sarasate y Navascués. Hay un cambio claro desde un sonido más crudo, con guitarras vuelta y vuelta en la parrilla y ritmos tan primitivos que hacen de Delirio tóxico uno de esos discos escondidos, imprescindibles y sorprendentes, hasta la contundencia mucho más high-energy, virtuosa y controlada de Muy fuerte. Una evolución gentrificada que les ha hecho más sólidos, más convincentes, pero menos insólitos.

Me declaro fan incondicional del sonido del primer disco. No hay una sola canción en la que el riff de guitarra no sea hipnótico y original. De "Alkoholizado" a "Presa fácil", mi favorita por jugar al borde de los géneros y los estereotipos, se recorren tal infinidad de paletas que me da igual que estas sean de trazos poéticos y no de jamón ibérico. La base rítmica sostiene canciones que se desdoblan por sorpresa, la batería se apacigua a base de charles, la guitarra rasguea el vuelo en el aire y el fraseo a coro aparece por sorpresa para cambiar el tono y la melodía ("Buscando acción" es a este esquema lo que el polvorón a la navidad). Otro ejemplo: ese frenazo psicodélico, en seco, modélico, que rompe en "La puerta" los goznes que la abrían hacia una habitación oscura. Leí que le tocó la ingienería a Iain McLaren, alguien en quien se puede confiar porque sabe lo que hace y estoy seguro de que, si no lo sabe, lo aprende por ciencia infusa, pero el sonido es tan crudo, tan visceral, tan básico y singular que me parece una joya escondida en el culo de una almeja que se refugia debajo del fondo del mar en una fosa abisal. Pero joya, al fin y al cabo.

Dos años después, Luego estamos avanzaba al estado prodrómico, asomando lo que podía ocurrir en el próximo. Versiones acertadas y bien ejecutadas de Los Ilegales y The Angels a parte, el disco destaca por lo que permanecía acoquinado en el primero. Las líneas de bajo en "La bestia" o esa batería a piñón fijo que parece no tener velocidades pero se pasa todo el disco haciendo malabares para sostenerle el andamiaje a las canciones. Las guitarras ya suenan distintas, más turgentes, macizas, riffs más pegadizos y de enciclopedia, como en "Salvaje". Hard rock, más clásico, con estribillos tajantes de frases cortantes, con cambios bruscos que parecen bocanadas neurálgicas. El disco es como un álbum fotográfico del barrio con vocabulario de mira holográfica que no se pierde el más mínimo detalle: la vecina bárbara, casanovas del tecno, seductores de la cebolleta, gamberros con deportivas... Siguen con el talento para la frase firme y fulminante, de las que si no las cantas con la yugular infartante no se entienden. 

El mismo ensayo contestario domina las letras de Muy fuerte. El cabreo les dura pero ha madurado el ceño. Las palabras siguen siendo hierro hirviendo que escupen como Gene Simmons esputa bolas de fuego, pero hay cierto tino, no es cautela, pero como si estuvieran cauterizando las ideas, con juicio, introspectivos, incluso melancólicos. Revisan parámetros perdidos, se preguntan dónde están los comunistas, repasan la vida y obra de la farándula y la fauna que puebla esta sociedad que desfiguran musicalmente: ladrones del folclore popular, toreros con rancio abolengo, estrellas del rock, chulos de discoteca, burguesía de papel couche. Enemigos todos. Así abren un disco en el que solo hay una canción que tenga de título una única palabra, "Encapsulado", que es precisamente la que parece una bisagra, la que no sé si entenderla como un juego, una aporía o una perspicaz metáfora de nuestra posición inexpugnable en medio de esa jungla que han ido exponiendo a base de acordes y versos.  
Muy fuerte es la confirmación de que Tiparrakers ha encontrado su camino y su sonido, uno de barítono haciendo cuernos, enérgico y transparente: canciones concisas, explícitas, redondas, sin descanso, con un esqueleto que parece de mármol pero está hecho de cera y espuma y se moldea mejor que un T-1000; más arabescos que un contorsionista, prestidigitación en unos parches que tapizan el desierto a baquetazos. Se alejan de ese sonido tierno y temerario que hacía de Delirio tóxico algo más próximo a los garajes de adobe rojizo del extrarradio de Detroit, pero se han acercado al fulgor que ha ido caracterizando al nuevo rock and roll fabril, probablemente encabezado por los ya ejemplares Porco Bravo pero con un esmalte distinto que produce un brillo exclusivo. Abren el melón, y dentro hay algo más que carne, agua dulce y semillas.

Dicen que el melón es bueno para la angina de pecho, que tiene adenosina y ayuda a evitar la formación de coágulos en la sangre. Para la Tipafilaxia solo hay un remedio: ponerse en manos del Doctor Vasili. Sigue sus consejos y en nueve sesiones de menos de tres minutos estarás restablecido y robusto, perdido para siempre porque, inoculado, el rock and roll ya no saldrá de tus venas ni aunque te propongas batir el récord de transfusiones de Lance Armstrong.

Ahora sí, voy a permitirme cerrar sin chorradas del vademécum o de la cultura popular, a palo y sin paños calientes: Tiparrakers, medalla de oro en halterofilia, papiroflexia y tipafilaxia. Si te gusta mover la melena mientras empalmas tus dedos meñique e índice, ahí tienes mandanga de la buena para que cameles como quieras, que decía el otro. Rock del de alto voltaje, sin aspavientos ni miramientos, sin disfraces ni teñidos, con el espíritu punk y el aliento de la herrumbre del horno. Todo para ti, a un módico precio. 


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