Crónica anti-crónica de ficción no ficción: Pólvora mojada o esquivando trenes, acojonante



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Cuelgo y vuelvo al grupo. La cafetería está repleta. Ruidos de vajilla, voces en armonía: se me revuelve el estómago. Vuelvo a disculparme.
- ¿Algún problema?
Me pregunta, en un aparte, mi compañero de despacho.
- Tienes mala cara.
Insiste cuando digo que no mientras sorbo el café frío.
- Todo bien.
Le contesto casi más con gestos que con palabras. Los demás siguen una conversación que yo abandoné. Y no quiero recuperarla. De vez en cuando afirmo, pero mi cabeza está en otro lugar, en una habitación muy fría y húmeda, a oscuras, con una cama en la que estoy tumbado, pero por más que tiro de la manta no consigo taparme.
Hago un esfuerzo por regresar.
Están hablando de Bob Dylan, del Bob Dylan del anuncio de la tele. También hablan de Iggy Pop. Digo que no con la cabeza. Mi compañero de despacho me mira preocupado.
- Voy a echar un cigarro.

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Oigo mi nombre cuando voy a abrir la puerta del garaje. Mi compañero de despacho baja corriendo la rampa. Abro la puerta y espero a que él la cruce para cerrarla. Después, tengo que esperar a que recupere el resuello.
- Estás en forma...
Sigue boqueando. Se toma un tiempo y contesta:
- Y tú raro.
Caminamos hacia su coche, que aparece primero, y el mío está aparacado muy cerca. Hablamos del tiempo, o algo así, mientras cada uno abre su puerta. Yo le doy vuelta a la llave, él le da a un botón y se escucha un clic. O un crac. Dejamos la carga en el asiento de atrás.
Yo iba a despedirme, cuando él insiste una vez más:
- Si necesitas cualquier cosa, pídemela, joder, que te conozco.
Levanto la cabeza y me aseguro de mirarle a la cara mientras asiento.
Me sonríe y se monta en su coche. Espero dentro del mío hasta que escucho la bocina y le veo sacudir la mano por la ventana. Después, voy yo detrás. Se me cala. Y no intento arrancar de nuevo. Me quedo clavado, viendo cómo se iluminan las luces rojas de freno. Lo compró hace tres meses. El mío lo heredé de mi padre. Solo soy capaz de volver a escuchar el clic, o el crac, y otra vez clic, o crac.

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Una hora más tarde, dejo de lado la autopista y me dirijo al extrarradio, así lo llaman. Freno en seco al llegar al semáforo, junto a las cocheras. Parece que todo el mundo salió huyendo, un semáforo que funciona solo para mí. Aunque está en rojo, giro a la derecha y cojo una calle estrecha que termina junto a un muro bajo. Sobre él, se ve la catenaria del tren de cercanías. Aparco, al fondo, junto a las bajeras de un bloque de apartamentos. Todas las lonjas sin uso, todas las persianas de acero inoxidable, oxidadas. Me enciendo un cigarrillo, cierro el coche, me acerco a una de las lonjas y doy dos golpes que la hacen temblar. Fumo mientras espero pero nadie contesta, así que camino hacia el muro de la catenaria, tiro el cigarrillo al suelo, lo piso, y salto el muro apoyándome con las manos. Caigo sobre la maleza. Miro a la derecha, luego a la izquierda y cruzo los dos tramos de vía con prisa. Al fondo está la ría, y en la orilla de enfrente, el tráfico. Le veo al final del descampado, sentado en el hormigón del muelle abandonado, dejando que sus pies cuelguen.
Llego a su altura, me siento sin prisa e intento balancearlos al mismo ritmo que los suyos. Él viste unas zapatillas desgastadas, yo unos zapatos con poco lustre.
- Lo siento mucho, tío.
Le digo después de aguardar unos segundos.
No dice nada.
Luego añade:
- Si me vas a venir con todas esas gilipolleces de qué hijosdeputa, no te lo mereces y todo eso, ahórratelo.
- Me lo ahorro.
Le contesto con prisas. Yo también estoy de acuerdo. Ya no estamos en edad de tomarnos las cosas a la tremenda. La ligereza y la resignación nos ayudan a seguir hacia adelante. ¿No? Con el pulgar bien tieso y el índice sobre la sien, me dan ganas de volarme la tapa de los sesos.
La ría baja como bajó los últimos cientos de años. El sol se va acercando a su lecho. Le miro de reojo pero nunca se ve nada de reojo. Así que me giro y no sé qué decirle ni cómo. Se alargan los segundos y, por fin, es él el que saca un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta. 
Me doy cuenta de que aún lleva puesta la chaqueta de tergal del curro. Enciende uno y me lo da. El segundo se lo queda él. Él también ha debido darse cuenta y, con la destreza que dan los años, se quita la chaqueta después de sostener el cigarro en la boca y bajarse la cremallera con un ligero movimiento. Hace un ovillo con ella, me mira, arruga el morro mientras abre los ojos, guiña uno de ellos, y lanza el ovillo a la ría. Da un largo tiro al cigarro y con un pititaco, éste sigue el mismo camino que la chaqueta. 
- A tomar por culo...
Murmura. 
- Uno más que ERE pero ya no es.
Yo sigo mirando la chaquetilla extenderse sobre el agua y solo pienso en que aquello está mal. Todo. 
- ¿Tomamos unas cervezas?
Le digo que sí con la cabeza sin levantarla del agua. 
Él se levanta. 
Poco después voy yo. 
Caminamos hacia las vías sin ninguna prisa y con la cabeza gacha. Yo incluso meto las manos en los bolsillos. Luego él me imita.
- ¿Qué tal Isa?
- Bien, dentro de lo que cabe. 
- ¿Qué concierto fuisteis a ver el sábado, por cierto?
- Nacho Vegas.
- ¿Quién?
- Nacho Vegas. 
- Ni idea. 
- Pues te hubiera gustado. 
- ¿Canta en inglés?
- No. 
- Mejor. 
Se hace el silencio. Suenan nuestros pasos sobre la gravilla. De lejos, el sonido familiar del temblor de las vías. Se acerca un tren de cercanías. Nos paramos. Yo me doy la vuelta y hago líneas sobre la arenilla con la punta de mis zapatos. Él se sienta en un viejo mojón que ya no señala nada. 
- ¿Qué es? ¿Un cantautor o algo así?
No sé de dónde, pero de golpe, me sale cantarle la estrofa de "Taberneros" que me aprendí de memoria:
- "Hoy soñé que te tenía, otra vez entre mis brazos. De saber que no era más que un sueño, no me habría despertado. Así que si hoy amaneces, y los pies te están doliendo, es porque estuviste toda la noche, caminando por mis sueños."
Por supuesto, mi intento de poner voz profunda se convierte en un berrido. Me estoy quedando calvo, y Vegas aún disfruta de una bella melena. Ella me espera en casa. Él mira para otro lado. Por más que lo intentara, no podría imitarlo. 
Ya vemos al tren acercarse por entre los tinglados. 
- La ostia...
Exagera con sorna. Y se pega dos golpes secos a la izquierda del pecho. 
- También tiene esta otra, que es nueva: "¿Dónde está nuestro pan, patrón? ¿Dónde quedó todo ese dinero? ¿Lo tiene oculto bajo el colchón o lo escondió en otro sucio agujero?"...
El resto de la canción la tarareo. Parece que la música aún me pertenece, que la tengo incubada en la cabeza. Las imágenes del concierto me revolotean la memoria. Veo a Boba sentado, formalito, como si su teclado fuera un pupitre. A Irazoki, comedido, formalito, quizás fue el día de su comunión el último. A Vegas, sí, formalito, de pie, sin miedo, enfrentándose al abusón de clase. A él, mi hermano, cuatro años mayor que yo, cansado, hundido, solo y defraudado por todos, por sí mismo, por ese amor del que nos hablaron, siendo niños, y resultó ser solo un espejismo. Otra forma de extorsión. También le veo. Y le veo, en el verano, con una sonrisa de oreja a oreja que ya no le pega, corriendo, como yo, por los campos, sin más preocupación que mirar hacia adelante para no tropezarnos. 
Ahora le veo quieto viendo al tren de cercanías pasar tan cerca, tan cerca que, aunque no vaya muy rápido, se le revuelve el pelo y se le entornan los ojos, y el polvo del suelo se agita y el piso tiembla. No saca las manos de los bolsillos. No dice nada. Solo lo mira pasar. Y cuando ha pasado: mira el hueco que ha dejado y el estruendo que se va marchando. Con las manos en los bolsillos. 
- Conozco esa canción...
Murmura. 
- Me la enseñó alguien en el curro. 
Renuncia. La palabra curro le quema en la boca como si estuviera perdiendo el tiempo con una caja de cerillas. 
- Polvo somos...
Recita, más que cantar. 
- Y en pólvora nos convertiremos. 
Termino yo, sin añadirle tono. Se da la vuelta y me mira fijamente a los ojos. Le tiemblan, como temblaba el piso; se le agitaron, como se agitó la arena. 
- A mí se me mojó. 
Susurra. 
Nos abrazamos. Hacía mucho tiempo que no le abrazaba. Le abrazo. Y él me abraza a mí. En silencio, mientras las nubes se mueven, el día se apaga, la ría transcurre y en algún otro sitio de esta galaxia, se produce una nueva canción sobre cualquiera de nosotros, todos, actores poco memorables. 
Me tiembla el bolsillo. Él se aparta. Se ríe como te ríes cuando lo que quieres es dejar de no hacerlo, y volviendo a su ritmo, me mira la cintura, luego a los ojos, abre los suyos y dice:
- No me jodas que eso te ha excitado, coño...
- Calla, joder. 
Le regaño. Saco el móvil del bolsillo. Un mensaje. Mi compañero de despacho insiste en que está para lo que necesite y, de paso, cierra con varios signos de admiración una frase en la que me cuenta que acaba de comprarse el nuevo iphone del que hablamos. Vuelvo a meter el móvil en el bolsillo. 
- Anda, vamos a por esas cervezas. 
- Vamos, Nacho Vegas. 
- Vamos...
- "caminaaaaando por tus sueeeeños".
Hace el gilipollas. 
- Gilipollas. 
Me enfado sin enfadarme. Pongo bien erguido el dedo gordo y con el índice le apunto a la sien, disparo: adiós ligereza y resignación.

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Sin darme cuenta, la escena se funde en negro, y poco tiempo después, empiezan a salir las letras de crédito. Ya nadie pone The End, o qué.

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Quería escribir una crónica pero no me salía. Yo también estuve el 10 de Mayo viendo inaugurar la gira de presentación del último disco de Nacho Vegas, "Restauración", en el Kafe Antzokia de Bilbao. Hubo un día en el que creí, alguno intentó convencerme, de que podría ser algo así como un pseudo-cronista de conciertos, los pocos conciertos, últimamente, a los que asisto. No sé muy bien con qué objetivo ni beneficio, pero, en esta vida, las más de las veces, las mejores cosas que nos suceden o los mejores requiebros de los que somos capaces ni tienen fundamento ni provecho alguno. Así que he seguido, y creo que seguiré haciéndolo, escribiendo crónicas, a veces con entusiasmo, otras por inercia, pero hoy, o ahora, para el magnífico (opinión subjetiva y valorativa) concierto de Nacho Vegas del pasado sábado en Bilbao, no se me ocurría nada que decir, y decidí no decir nada. Así que he escrito lo que está arriba. Por cierto, cualquiera podrá ver que, a lo largo del texto, me apodero de algunas letras o referencias que pertenecen al repertorio de Nacho Vegas. Así que aquí queda confesada la apropiación. 
Ya que estamos, también cuelgo el vídeo que se encuentra en youtube y que acompaña a una de las canciones del último disco de Vegas, a la sazón, mencionada en lo que acabáis, si es que lo habeís hecho, de leer arriba. No sé si debía pedir permiso. Está colgado en youtube.com, activada la opción de insertar, y pensé que podía compartirlo. Si no que me lo digan, y me redigo. Por cierto también, la foto está recogida de una batida por el buscador de imágenes de google pero provenía de un blog sobre historia ferroviaria, historiastren.blogspot.com, así que, si no debí hacerlo, que me lo indiquen, y la retiro:


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