Toca la tecla, tócala



Hay más, pero con éstas, vale. Una de las pocas críticas que he recibido sobre este blog es que siempre parece que ando dorando píldoras, que no tengo nada malo (aunque sea constructivo) que decir. Lo de pocas críticas no es porque sean pocas las que se pudieran hacer, si no, más bien, porque son pocos los que han perdido el tiempo en hacerlas. 
En fin. 
El caso es que tienen razón. No sé qué defectos propios manifiesta mi falta de pericia para ver los ajenos, pero, tampoco es que no los vea, si no que, si los veo, los olvido pronto. 
Lo que sí he visto (más bien leído) durante mucho tiempo son críticas furibundas, críticas negativas pero justificadas, críticas recalcitrantes, críticas abusivas, críticas peyorativas, críticas constructivas y críticas críticas. Críticas para todos los gustos y disgustos. Críticas en revistas satinadas, en fanzines mecanografiados y en boca de ácidos exegetas de barrio. Y, el caso es que he encontrado unas cuantas que, con el tiempo, me he encargado de recopilar porque, para mí, tienen un talento que combina lo mejor de Gila, lo peor de los monologuistas de la era televisiva y lo más mediocre del periodismo amateurista más acerado. 
No pongo quién lo ha hecho, dónde se ha publicado, ni sobre qué grupos se hablaba, con lo que los textos se pueden disfrutar como una suerte de sincronía entre Ramón Gómez de la Serna y Remi Gaillard con coprolalia. Literatura barata sin ínfulas ni perspicacia pero en deuda con una tradición que va de la Carajicomedia a Wilt. Son todos del mismo autor, y tengo más de éste y de otros. Le he pedido permiso para copiar y pegar y ya, si eso, otro día, os cuento más y... peor. 


El concierto comenzó con media hora de retraso, lo que no está nada mal. Cerca de donde me encontraba, dos tipos resultones se dieron un pico. El tío que estaba a mi lado hizo un gesto de asco. El que estaba junto a él le dio con el codo. Yo miré para otro lado. Justo entonces empezó el concierto. Lo mejor, ya había pasado.

Tengo infinidad de cosas que contar sobre este concierto, pero solo una es cierta: si mi vieja estuviera aquí, pensaba, se pasaba la hora y media diciéndome que por qué no podía ser yo como el bajista. ¡El tío!, bien plantado, educado y elegante, con la camisa bien metida por dentro, perfectamente peinado, sonriente y todo esto sin tener ni puta idea de cómo tocar el bajo. Yo tampoco sé cómo tocarlo. Ahora, como me corte el pelo, me vaya al Zara y me lo proponga, yo también me monto un grupo molón y doy el pego. Entonces, seguro que mi madre cambia de idea.

Empieza el concierto y me da por inventarme nombres de grupos: Ross Geller Sucks, Maybe Be Me, The Talented Housewives, Big Uncle Reeve and The Ones Who Fell off a Cliff, ComeComeCome, Miracles and Miracles. Después, me divierto otorgándoles un estilo: Ross Geller Sucks son una mala copia de Fugazi con aspiraciones universitarias, Maybe Be Me son un grupo de electro-pop con un cantante canadiense bisexual, The Talented Housewives son pop de cámara con algunos arrebatos rockeros, Big Uncle Reeve and The Ones Who Fell off a Cliff, no podía ser de otra forma, son una banda de niñatos que vieron Treme en la tele y se les fue la olla, y ComeComeCome y Miracles and Miracles podrían ser cabezas de cartel del FIB sin haber aún conseguido utilizar ningún sample original. Una mezcla de todos ellos vendría a resumir, precisamente, el estilo burdo y amalgamado que practicaba el grupo que tocaba sobre el escenario y que me animó a divertirme con este juego.

A veces me pregunto por qué no se venderán gominolas en los conciertos de rock. A estos tíos les vendría de perlas una audiencia ahíta de dulces artificiales.  Más o menos, es como suena la música que hacen, como suenan los pedos confitados después de un atracón de gelatina edulcorada.

No hay nada mejor que un buen concierto de chamber pop después de un buen almuerzo a base de alubias, tocineta, morcilla del Pozano, chorizo de León y un buen trozo de lacón. El clavecín le pone un contrapunto sonoro muy dulce a la percusión de mis tripas. De hecho, creo que sin los redobles de mis intestinos el resto de la música que ocurre en el escenario no tendría sentido alguno.

Esto es peor que una operación de fimosis a los cuarenta años, joder.

Bien. El concierto estuvo bien en líneas generales. Apocados con maestría, zapatos con lustre y virtuosismo en eso de crear atmósferas. Si te digo la verdad, fue un poco peñazo. Con un poco de marihuana y algún barbitúrico, seguro que funciona mejor. Todas las canciones parecían una intro que no terminaba nunca, pero, de alguna manera, resultaban una invitación o, más bien, un cheque regalo a canjear en una agencia de viajes que, eso sí, te daban ganas de rechazar para quedarte en casa y perder la tarde viendo el canal de teletienda. Sobre todo, me gustaron cinco segundos entre el estribillo y un solo de clarinete durante su décima canción, pero no recuerdo muy bien por qué me gustó.

Si alguna vez tengo la oportunidad de morirme a gusto, y, por supuesto, tengo tiempo de elegir una canción para ambientar mi funeral, que pongan cualquiera de estos gilipollas, de verdad, y que os jodan a todos los imbéciles que tuvisteis a bien perder el tiempo en despedir mi cuerpo presente. Aunque, probablemente, si esto se publica, no tendré oportunidad de morirme a gusto, porque me matarán estos del disgusto y, por supuesto, nadie tendrá a bien atender mi sepelio después de llamarles imbéciles.

Cada vez entiendo menos cómo los ingleses fueron capaces de invadir culturalmente los Estados Unidos, aunque fuera hace cincuenta años. Estoy convencido de que se oía mejor música en el Mayflower. O, por lo menos, ésa es la sensación que me queda después de escuchar el enésimo concierto de un grupo de timoratos adolescentes imitando a los invasores británicos de la época en cuestión.

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