Las experiencias vitales de la emancipación

Pensé que ya había vivido todas las experiencias vitales de primera fase que se presumen cuando uno se emancipa: los dedos cruzados debajo de la mesa del director de oficina del banco, la primera visita de la pareja a las obras, la noche arrancando papel tintado y el chino que no sabía llegar al portal, las mañanas lluviosas con el chandal viejo pintando los techos, el primer día que enciendes el lavavajillas y no sabes cómo apagarlo, las visitas al merkamueble y al Leroy Merlín y al Ikea y a yo qué sé dónde, el primer día durmiendo juntos sin encontrar tu espacio, el primer reparto de tareas, las múltiples cenas de inauguración, la primera visita inspectora de tu madre, la primera reunión de la comunidad, los primeros meses sin televisor (qué felicidad), las primeras plantas en el alféizar, mi caja de herramientas en oferta del Carrefour, la subida del euribor... Ya va para tres años, pero aún quedan muchas otras, presumo, aunque contaba ya con ellas para la segunda fase, y no me voy a poner a explicar qué entiendo por la segunda fase, porque me da vértigo.
Pero aún me quedaba una de la primera fase: el día entre semana que libras en el curro, bajas solo a comer donde tu madre, y en la sobremesa te da por enredar entre las cosas que dejaste abandonadas en tu vieja habitación y que tu madre guarda impoluta como si estuviera esperando que alguien inventara el rebobinado temporal.
Y eso ocurrió ayer. Y como este blog va de música, me limitaré a contar lo que tuvo de musical esta última experiencia vital de emancipación tardía. Y lo de rebobinar viene al cuento, porque ayer casi se me saltan las lágrimas al enredar entre mis viejas cintas de casete. Codificado en aquella señal analógica, dibujado en las carátulas manuales, me di una vuelta por el pasado, un pasado que era lo mismo ridículo como excitante, de todas formas curioso y bastante patético. Cogía una cinta y no me reconocía, cogía otra y descubría a un crío que debía haber sido yo pero no me lo podía ni imaginar. Había nombres que no recordaba ni podía haber imaginado que estuvieran en mi habitación: Pennywise, Biohazard, Janis Joplin, Cockney Rejects, UK Subs, Eric Clapton, Bob Dylan, Eskorbuto, Lin Ton Taun, Orange Juice, Pantera, The Replacements, The Clash, Itoiz, Urtz, Big Star, EH Sukarra, La Banda Trapera del Río, Lord Sickness, los Flying Rebollos, Frank Sinatra, los Rolling Stones, Napalm Death, Manolo Cabeza Bolo, Toy Dolls, Death Kennedys, Beach Boys... ¿Qué tipo de mutante musical podía surgir de esa mezcla? ¡Si hasta encontré una cinta que recuerdo haber comprado en el Cash Converters con las mejores canciones de las películas de John Wayne! Infumable, pero era yo, ahí estaba, casi podía verme otra vez, tirado en el suelo, con un bolígrafo de punta fina, escribiendo los títulos a dos colores, con una curiosidad que ahora casi me parecía patética. Y todo mientras mi madre me gritaba que no posara las cajas sobre la cama, que iba a ensuciar la colcha.
De todas las cintas, me subí cinco. El Are You Experienced? de Jimmi Hendrix porque siempre me gustó cómo aquella vieja amiga de la carrera, ahora compañera de curro y hasta madre de un hijo, dibujó el título sobre el lomo de la cinta. Y porque recuerdo las noches de viernes en el Kubil y correr bajo la lluvia para coger el primer tren de cercanías de la mañana siguiente, y mientras tanto, en el intervalo, cargar con un walkman donde no dejaba de escuchar a Hendrix. El Karkoma de Juicio Final, con una horrorosa fotocopia escondiendo una cita de TDK. Porque también me trae recuerdos de otros tiempos, del concierto en fiestas de Bilbao, de cantar "Contra corriente" mientras seguíamos la corriente a la gente que tenía porros. La cinta original del Diary of a Madman de Ozzy Osbourne. Porque yo estaba orgulloso de mi cinta original del Keeper of the Seven Keys de Halloween, y la llevaba a clase y se la enseñaba a todo el mundo, hasta que un repetidor de octavo me agarró por el pescuezo, me dijo que se la dejara, y a los cinco meses, cuando insistía por décima vez para que me la devolviera, me contestó con una sonrisa, vamos a hacer una cosa, yo me quedo con ella, y tú tienes dos opciones, o aceptas que te la cambie por dos cintas de Ozzy Osbourne, o me la regalas. Al final, solo fue una cinta, el Diary of a Madman, pero creo que a la larga, salí ganando y no me dolió ninguna parte de mi cuerpo. Una maqueta de un grupo de Barakaldo que pasó a mejor vida muy pronto, aunque alguno de sus miembros sigue por ahí dando guerra y ahora tienen hasta su propio estudio de grabación. La maqueta no tiene título y el grupo se llamaba Cotton Fielsd. Así, mal escrito, cualquiera puede ver que es un juego de palabras. Le he hablado muchas veces a ella de este grupo, y cuando encontré ayer la maqueta, fue como si encontrara un tesoro. De hecho, volví a mi casa, y como el único equipo de sonido que tengo es una mini cadena que me regalaron cuando cumplí los veinte (más o menos), aún tengo pletina, y me puse a escucharlo mientras colgaba la colada (otra experiencia vital de primera fase). Y, por último, la cinta original del Vitalogy de Pearl Jam, porque me la regaló mi abuela. Mi abuela falleció hace poco más de un mes. Aún ayer cuando evité coger el ascensor y subí andando hasta el cuarto piso para comer con mi madre, me paré en el rellano del tercero y me asomé a la ventana del patio. Desde allí le tiraba céntimos a la cocina, cuando la oía ver la televisión, para que se asomara con su eterna sonrisa. La echo de menos, y recuerdo aquel cumpleaños en el que la mujer, y ya cojeaba, me acompañó hasta Vellido (ahora es la sede del PNV) para regalarme lo que quisiera por mi cumpleaños. Cuando apunté en una vitrina a la diminuta caja grisácea con las letras rotuladas en dorado del Vitalogy, mi abuela puso cara de susto y dijo, ¿eso?, eso, abuela, la contesté, y eso he guardado siempre y ahora lo guardaré aún con más ahínco, porque Eddie Vedder ha pasado a formar parte de mi última experiencia vital de la primera fase de emancipación. Para celebrarlo, escuchamos la canción ñoña del disco que cuando era un crío recién cumplida la mayoría de edad, me ayudaba a sobrellevar los múltiples desencantos amorosos en plan Óscar Wao pero sin tanto dramatismo: Betterman. Quién sabe, quizás fuera mejor antes, cuando grababa las canciones en el cromo.

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