Nacho Vegas

Hoy no ha sido un buen día. No lo ha sido desde que me levanté. Pones un pie en el suelo y antes incluso de bostezar, ya lo sabes. Siempre acertamos cuando el premio no merece, ¿verdad? Así que cuando hace unos minutos he vuelto a casa, cansado, con dolor de cabeza y ganas de que mañana, al poner el pie en el suelo y antes incluso de bostezar, intuya que el día va a ser mejor, solo me apetecía una cosa: escuchar música. No podría, ahora, así, de golpe, resumir en una línea lo que ahora mismo me gustaría decir sobre la música, pero hoy no me apetecía nada más, después de un mal día, no me apetecía nada más que escuchar música, igual que cuando tengo algo que celebrar lo que más me apetece es bailar o tararear o mover el pie y golpearme los muslos con la mano y cerrar los ojos en el metro y sentir que el vagón se mueve al compás de la música. He llegado a casa y he pillado lo primero que tenía a mano, el disco, aún plastificado, que regalaba una conocida revista musical con una colección de canciones de lo mejor de la música española del año que se fue. La primera de la lista, la primera que he oído, con la que he cerrado los ojos sin estar en el metro para que me llevara donde le diera la gana pero lejos de este día tan poco propicio, ha sido "Morir o matar" de Nacho Vegas. No he escuchado la letra, no he atendido a la historia, no he oído una sola palabra. La voz de Nacho Vegas era líquido que desde los tímpanos ha caído hasta la punta de los dedos de mis pies para obligarme a apretar los puños y sentir lo mismo las ganas de llorar, que de reír, que de permanecer impasible para después volver a llorar lo mismo que a reír. Si pudiera, resumiría todo eso en una frase y sería todo lo que querría decir.
Hace unos días tuve la ocasión de escuchar a Nacho Vegas por primera vez en directo. Tengo mis favoritas entre sus canciones más antiguas y algunas que me gustan más que "Morir o matar" dentro de su último disco. Algunas veces, me acuerdo de Miss Carrusel, de Baby Cat face, del tío que te recibe en batín por no decir lo que ya todo el mundo sabe sobre su relación con Panero, del hombre con monomanía, de la humedad de las paredes, de los ángeles con nombre propio, me acuerdo de todos ellos y de otros más como si fueran personas que un día tuve la oportunidad de conocer, como me ocurrió con los hermanos Frank y Jerry Lee que se inventó Willy Vlautin. Hace unos días, algunos de ellos estuvieron en el concierto de Bilbao, y me encantó conocerlos en persona. Quizás en mi vida tenga la oportunidad de devolvérsela, pero desde ese fin de semana, me siento en deuda con Nacho Vegas. Solo con escuchar en directo una frase como esta: "ahora escribo mis canciones y me refugio en, unas veces, cosas puras y, otras, las drogas más duras" uno puede sentir que las palabras siempre serán juguetes que hieren y curan en manos torpemente humanas, como cuando alguien como yo juega a ser Nacho Vegas, ¿verdad?
El disco sigue adelante. Hemos pasado de Nacho a Lourdes de Lourdes a José Juan de José Juan a Ramón de Ramón a José Ignacio de José Ignacio a Josele y de Josele a Christina porque no voy a seguir más lejos y no es porque no prometa. Más y mejor la próxima, pero gracias a todos ellos porque, sin saberlo o sin quererlo o sin que les importe una mierda, consiguen que a veces un día complicado termine con un sereno y dulce momento de paz y sosiego (o de rabia y arrebato, que a veces es lo mismo pero en una dósis distinta).

Comentarios